Wiki Shadowhunters en Español
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AVISO DE SPOILERS: Contiene detalles de la trama . ¡Se recomienda precaución!


En esta página habrá un compilado de extras, escenas cortadas, historias cortas y otros contenidos adicionales dentro de la serie, publicados junto con Las Crónicas de Cazadores de Sombras o por la misma Cassandra Clare. Estos incluyen escenas borradas, historias compartidas luego de la publicación de la serie, etc.

Ciudad de Hueso

Prólogo original

Fuente: "Escenas borradas" del sitio web de Ciudad de Hueso
Notas de CC: Este era el prólogo original de Ciudad de Hueso. Había querido contar algo de la historia desde el punto de vista de Jace, pero una vez que avancé con el libro me di cuenta de que lo mejor era dejarlo solo desde la perspectiva de Clary. Lo hacía un personaje más misterioso y siempre divertido.

Las Marcas en su piel contaban la historia de su vida. Jace Wayland siempre había estado orgulloso de ellas. Algunas de las otras personas jóvenes en la Clave no les gustaba las letras negras desfiguradas, no les gustaba el dolor ardiente de la estela cuando cortaba la piel, no les gustaba las pesadillas que venían cuando las runas eran grabas muy fuerte en la carne de algunos que no estaban listos. Jace no tenía simpatía por ellos. Era su propia culpa que no fueran fuertes.

Él siempre había sido fuerte. La mayoría de los chicos obtenían sus primeras Marcas cuando tenían quince. Alec había tenido trece, y eso era muy joven. Jace había tenido nueve. Su padre había cortado las Marcas en su piel con una estela hecha de marfil tallado. Las runas deletrearon su nombre verdadero, y otras cosas más. "Ahora eres un hombre", había dicho su padre. Esa noche Jace soñó con ciudades hechas de oro y sangre, con altas torres de huesos puntiagudas como astillas. Él casi tenía diez años y nunca había visto una ciudad.

Ese invierno su padre lo llevó a Manhattan por primera vez. El duro pavimento estaba sucio, los edificios muy cera el uno del otro, pero las luces eran brillantes y hermosas. Y las calles estaban llenas de monstruos. Jace solo los había visto antes en los manuales instructivos de su padre. Vampiros galantes, con rostros muertos blancos como el papel. Licántropos con sus dientes afilados y su olor a lobo. Brujos con sus ojos como los de los gatos y orejas puntiagudas, a veces colas bifurcadas saliendo del dobladillo de una chaqueta elegante de terciopelo.

"Monstruos," su padre había dicho, con disgusto. Su boca curvada en la esquina. "Pero sangran tan rojo como lo hacen los hombres cuando los matas."

"¿Qué hay sobre los demonios? ¿Sangran rojo?"

"Algunos lo hacen. Algunos sangran sangre fina como veneno verde, y algunos sangran sangre plateada o negra. Tengo una cicatriz de un demonio que sangró ácido del color de los zafiros."

Jace miró a la cicatriz de su padre a modo de pregunta. "¿Y haz matado a muchos demonios?"

"Si," dijo su padre. "Y algún día tu también lo harás. Naciste para matar demonios, Jace. Está en tus huesos."

Sería años más tarde que Jace vería un demonios por primera vez, y por ese entonces su padre ya había estado muerto por varios años. Él empujó a un lado su camiseta y miró la cicatriz donde el primer demonios había clavado sus garras en él. Cuatro garras paralelas que corrieron desde su clavícula a su hombro, donde su padre había marcado las runas que lo harían rápido y fuerte, y lo escondieron de los ojos de los mundanos. Ligero como el viento, fuerte como la tierra, silencioso como el bosque, invisible como el agua.

Jace pensó en la chica de su sueño, la del cabello pelirrojo trenzado. En el sueño, él no había sido invisible para ella. Ella lo había mirado con nada más que consciencia; había habido reconocimiento en sus ojos, como si le fuera familiar. Pero ¿cómo una chica humana veía a través del glamour?

Él se había despertado temblando, frío como si su piel hubiera sido arrancada. Era aterrador sentirse tan vulnerable, más aterrador que cualquier demonio. Él podría preguntarle a Hodge sobre runas para protegerse de las pesadillas en la mañana. Quizás habría algo sobre eso en uno de sus libros.

Pero ahora no había tiempo. Había habido informes de actividad oscura en un club nocturno en el centro, cuerpos humanos encontrados drenados al salir el sol. Jace se encogió de hombros en su chaqueta, controló sus armas, sus manos Marcadas tanteando sobre piel y metal. Las Marcas que ningún ojo humano podría ver... y estaba encantado, pensando en la chica de su sueño, el modo en que ella lo miró, como si no fuera diferente de como era ella. Despojadas de su magia, las Marcas de su cuerpo era solo marcas, después de todo, con no más poder que las cicatrices en su muñeca y pecho, o la cicatriz profunda sobre su corazón cuando el asesino de su padre lo había apuñalado cuando tenía diez años.

"¡Jace!"

El sonido de su nombre lo sacó de su ensueño. Los estaban llamando del corredor, Alec e Isabelle, impacientes, ansiosos por la cacería y el matar. Barriendo las pesadillas de su mente, Jace fue a reunirse con ellos.

Juramento de Magnus

Fuente: Tumblr

Una historia que tiene lugar durante Ciudad de Hueso desde el punto de vista de Magnus. La primera edición de Ángel Mecánico viene con ella.

Magnus Bane yace sobre el suelo de su apartamento en Brooklyn, mirando al cielo desnudo. El piso estaba un poco pegajoso, como los estaba casi todo en el apartamento. Vino de hadas derramado mezclado con sangre en el suelo, corriendo en riachuelos a lo largo de las desagradables alfombras. El bar, que había sido una puerta colocada a través de dos latas de basura metálicas abolladas, había sido demolido en algún punto de la noche durante una vívida lucha entre un vampiro y Bat, uno de los hombres lobos de la manada del centro. Magnus se sentía satisfecho. No era una buena fiesta a menos que algos resultarse roto.

Pasos suaves y acolchados pasaron por el piso hacia él y luego algo se aferró a su pecho; algo pequeño, suave y pesado. Él miró hacia arriba y se encontró a si mismo mirando a un par de ojos verdes dorados que encajaban con los suyos propios. Presidente Miau.

Acarició a su gato, quien pasó sus garras felizmente en la camiseta de Magnus. Unas pocas serpentinas cayeron del techo y aterrizaron sobre ambos, causando que Presidente Miau saltara a un lado.

Con un gruñido, Magnus se levantó. Usualmente se sentía así luego de una fiesta - cansado pero muy herido para dormir. Su mente estaba zumbando por los eventos de la noche, pero como un CD rayado, seguía volviendo al mismo punto y se mantenía allí, enviando sus recuerdos en un remolino.

Esos niños cazadores de sombras. Él no había estado sorprendido de que Clarissa lo hubiera rastreado finalmente, él sabía que el recurso provisional del hechizo de memoria de Jocelyn no duraría para siempre. Él se lo había dicho, pero ella había estado determinada a proteger a la niña tanto como pudiera. Ahora que la había conocido, consciente y alerta, él se preguntaba su ella realmente necesitaba toda esa protección. Ella era feroz, impulsiva y valiente, y suertuda como su madre.

Eso era si creías en la suerte. Pero algo debía haberla llevado hasta los cazadores de sombras del Instituto, posiblemente los únicos que podrían protegerla de Valentine. Era una pena que Robert y Maryse se hubieran ido. Él había lidiado con Maryse más de una vez, pero habían pasado años desde que viera a la generación más joven.

Él tenía un recuerdo bago de visitar a Maryse y Hodge, y que allí había dos chicos en el vestíbulo, de más o menos once años, batallando adelante y atrás con cuchillos serafín de entrenamiento. Una chica con el cabello en dos trenzas había estado observándolos y discutía sonoramente por no haber sido incluida. Él había tomando muy poca nota de ellos en ese momento.

Pero ahora, verlos lo había sacudido, especialmente los chicos, Jace y Alec. Cuando tienes tantos recuerdos, a veces era difícil identificar al exacto que querías, como echar un vistazo en un libro de diez mil páginas para encontrar el párrafo correcto.

Esta vez, sin embargo, lo sabía.

Él rastreó a través del desagradable suelo y se arrodillo para abrir la puerta del armario. Dentro, hizo a un lado ropas y varios paquetes de pociones, siendo a través de la pared por lo que quería. Cuando emergió, tosiendo por las bolas de polvo, estaba arrastrando un baúl de madera de tamaño decente. Aunque había vivido un tiempo largo, necesitaba viajar ligero; para mantener cada momento de su pasado. Él sentía que de alguna manera lo tiraban hacia abajo, impidiendo que se moviera hacia a delante. Cuando vives para siempre, solo puedes pasar poco tiempo mirando hacia atrás.

Había pasado mucho tiempo desde que había abierto el baúl, se abrió con un chillido de bisagras que enviaron a Presidente Miau corriendo debajo del sofá, su cola retorciéndose.

El montón de objetos en el interior el baúl parecía el tesoro de un dragón fastidioso. Algunos de los objetos brillaban con metales y piedras preciosas-Magnus sacó una antigua tabaquera con las iniciales WS grabadas sobre la parte superior en rubíes parpadeantes y sonrió ante el mal gusto de la cosa, y también por los recuerdos que evocaba.

Los otros parecían nada especial: una desteñida, cinta de seda de color crema que había sido de Camille; una caja de fósforos del Club de la Nube con las palabras "Yo sé lo que eres" escrito en la cubierta interior por la mano de una dama; una quintilla* firmada OFOWW; un pedazo medio quemado de papel de escribir del club de Hong Kong, un lugar que le había sido prohibido, no por ser un brujo, sino por no ser blanco.

Él tocó un pedazo de soga trenzada casi en el fondo del montón, y pensó en su madre. Ella había sido la hija de un hombre colonial holandés y una mujer indonesia que había muerto al dar a luz y cuyo nombre Magnus nunca había conocido.

Estaba casi en el fondo del baúl cuando encontró lo que estaba buscando y lo sacó, entrecerrando los ojos: una fotografía de papel negro y blanco montado en cartón duro.

Un objeto que realmente no debería haber existido, y no si Henry no se hubiera obsesionado con la fotografía. Magnus podría imaginárselo ahora, agachándose dentro y fuera por debajo de la capucha del fotógrafo, corriendo con las placas húmedas hacia el cuarto oscuro que él había creado en la cripta para revelar la película, gritándole a sus sujetos fotográficos que debían permanecer quietos. Esos eran los días en los que a fin de fotografiarse, debían permanecer quietos por minutos cada vez. Nada fácil pensó Magnus, la esquina de su boca alzándose, por el equipo del Instituto de Londres.

Estaba Charlotte, su pelo oscuro recogido en un moño práctico. Ella estaba sonriendo, pero con ansiedad, como entrecerrando los ojos por el sol. A su lado estaba Jessamine en un vestido que parecía negro en la foto, pero que Magnus sabía que había sido de color azul oscuro. Tenía el pelo rizado y cintas de serpentinas caían desde el ala de su sombrero de paja. Ella se veía muy bonita, pero no como Isabelle: una niña de su misma edad que amaba ser cazadora de sombras, mostraría sus moretones y cicatrices de sus marcas como si fueran joyas, en lugar de esconderse con encaje de Malinas.

Al otro lado de Charlotte estaba Jem, pareciendo un negativo fotográfico él mismo con el pelo plateado y los ojos vueltos casi blancos; su mano descansaba en su dragón de jade con cubierta de caña, y su rostro estaba vuelto hacia Tessa.

Tessa, su sombrero estaba en su mano y sus largos rizos castaños volaban libres, ligeramente borrosos por su movimiento.

Había un débil halo de luz alrededor de Will: como correspondía a su naturaleza y no habría sorprendido a nadie que lo conociera, él no había sido capaz de quedarse quieto para la foto. Como siempre, estaba sin sombrero, su pelo negro rizado en las sienes. Era una pérdida no ser capaz de ver el color de sus ojos, pero todavía era hermoso y joven y un poco de aspecto vulnerable en la fotografía, con una mano en su bolsillo y la otra detrás de su cuello.

Había pasado mucho tiempo desde que Magnus había mirado la fotografía que el parecido entre Will y Jace lo golpeó de repente. Aunque era Alec quién tenía ese pelo negro y aquellos ojos -ese mismo sorprendente color azul oscuro-era Jace el que tenía más de la personalidad de Will. Al menos en la superficie -la misma arrogancia aguda que oculta algo frágil debajo, el mismo ingenio agudo...

Trazó el halo de luz alrededor de Will con un dedo y sonrió. Will no había sido ningún ángel, aunque tampoco había sido tan deficiente como muchos pensaban. Cuando Magnus pensaba en Will, incluso ahora, pensaba en él goteando agua de lluvia en la alfombra de Camille, suplicando a Magnus por ayuda que nadie más podía darle. Fue Will el que le había introducido la idea de que cazadores de sombras y Submundos podría ser amigos.

Jem fue de Will, la mejor mitad. Él y Will habían sido parabatai, al igual que Alec y Jace, y compartían esa misma evidente cercanía. Y Alec y Jem eran ambos inusuales en lo que a Cazadores de Sombras concernía, Alec había golpeado a Magnus de un modo en nada parecido a Jem- Alec era nervioso y dulce, sensible y preocupado, mientras que Jem había sido tranquilo, y rara vez se molestaba, más viejo que sus años- Alec emanaba una inocencia profunda hasta la médula; que era rara entre los cazadores de sombras- una cualidad que, Magnus tuvo que admitir, lo atrajo como una polilla a una flama, a pesar de todo su propio cinismo.

Magnus miró a Tessa de nuevo. Pensó que ella no fue convencionalmente bonita en la forma en que Jessamine había sido bonita, su rostro estaba vivo con energía e inteligencia. Sus labios se curvaban en las esquinas. Ella estaba de pie, como Magnus suponía era apropiado, entre Jem y Will.

Tessa. Tessa, quien, como Magnus, vivía para siempre. Magnus miró los restos en la caja de los recuerdos de amor del pasado, algunas de cuyas caras se quedaron con él tan claramente como el día que las había visto por primera vez, y algunos cuyo nombre apenas recordaba. Tessa, que, como él, había amado a un mortal, alguien destinado a morir de un modo en que ella no lo estaba.

Magnus volvió a poner la fotografía en el baúl. Él sacudió la cabeza, como si pudiera limpiarla de recuerdos. Había una razón por la que él rara vez abría el baúl. Los recuerdos le pesaban, le recordaban lo que él había tenido una vez, pero ya no. Jem, Will, Jessamine, Henry, Charlotte - de una manera que era increíble que aún recordara sus nombres. Pero conocerles había cambiado su vida.

Conocer a Will y sus amigos había hecho a Magnus jurarse a sí mismo que nunca volvería a involucrarse en asuntos personales de Cazadores de Sombras. Porque cuando te preocupas por mortales, ellos te rompen el corazón.

"Y no lo haré", dijo a Presidente Miau solemnemente, tal vez un poco borracho. "No me importa lo encantadores que sean o lo valientes o que tan indefensos parezcan, nunca nunca nunca lo haré -"

En la planta baja, el timbre sonó, y Magnus se levantó a contestar.

El punto de vista de Jace en el Invernadero

Fuente: TMI source
Punto de vista de Jace de su primer beso con Clary.

Besé tus labios y rompí tu corazón

La campana del Instituto empieza a sonar, el profundo latido de corazón de la cumbre de la noche.

Jace deja su cuchillo. Es una navaja pequeña y prolija, con el mango de hueso, que Alec le dio cuando se convirtieron en parabatai. La usa constantemente y el agarre se está desgastando por la presión de su mano.

"Medianoche," dice él. Puede sentir a Clary a su lado, su respiración suave en el frío, el olor a hojas del invernadero. Él no se fija en ella, sino que mira hacia adelante, en los brotes brillantes de la planta de medianoche. No está seguro de por qué no quiere mirarla. Recuerda la primera vez que vio el florecimiento de las flores, durante la clase de horticultura, sentado en un banco de piedra con Alec e Izzy a cada lado de él, y los dedos de Hodge en el tallo de la flor - los había despertado cerca de la medianoche para mostrarles esa maravilla, una planta que normalmente crece sólo en Idris - y recordé el aliento de la captura en el aire de la medianoche invernal, a la vista de algo tan sorprendente y tan hermoso.


Alec e Isabelle han estado interesados, pero no, recuerda, atrapado por la bellezaque había sido. Le preocupa, incluso ahora, cuando las campanas repican, en que Clary sea igual: interesada o complacida, incluso, pero no encantada. Él quiere que ella sienta lo que hay sobre la medianoche, aunque no sabría decir por qué.

Un sonido escapa de su boca, un suave "¡Oh!" La flor está floreciendo: abriéndose como el nacimiento de una estrella, todo el polen brillante y pétalos de oro blanco. "¿Florecen todas las noches?"

Una oleada de alivio lo inunda. Sus ojos verdes brillantes, fijos en él. Ella flexiona los dedos inconscientemente, la forma en que ha llegado a comprender que hace cuando está deseando tener un bolígrafo o un lápiz para capturar la imagen de algo delante de ella. A veces desearía poder ver como ella: ver el mundo como un lienzo para ser capturado en la pintura, tizas y acuarelas. A veces, cuando ella lo mira de esa manera él se encuentra casi ruborizándose, una sensación tan extraña que casi no se reconoce. Jace Wayland no se ruboriza.

"Feliz cumpleaños, Clarissa Fray", dice, y su boca se curva en una sonrisa. "Tengo algo para ti." Hurga, un poco, alcanzando en el bolsillo, aunque no cree que ella se de cuenta. Cuando presiona la piedra de luz mágica en su mano, él es consciente de lo pequeños que son sus dedos - delicados pero fuertes, callosos de horas de aguantar lápices y pinceles. Los callos le hacen cosquillas en sus dedos. Se pregunta si el contacto con su piel le acelera el pulso a ella de la forma en que lo hace hace cuando ella le toca.

Aparentemente no, porque se aleja de él con una expresión que muestra curiosidad solamente. "Sabes, cuando la mayoría de las chicas dicen que quieren un pedrusco, no quieren decir, sabes, literalmente, un pedrusco."

Él sonríe sin querer. Lo cuál es inusual en él mismo, por lo general solo Alec e Isabelle pueden hacerle reír. Sabía que Clary era muy valiente la primera ver la que conoció - caminando en esa habitación después de Isabelle sin armas y sin preparar, tuvo el tipo de valor que no asocian con los mundanos, pero el echo de que ella lo hizo reír aún le sorprende más.

"Muy divertido, mi sarcástica amiga. No es una pierda, precisamente. Todos los Cazadores de sombras tienen una luz mágica. Que te traerá la luz, incluso entre las sombras más oscuras de este mundo y de los demás."

Eran las mismas palabras que su padre había hablado con él, al darle su primera piedra mágica. "¿Qué otros mundos?" Jace le había preguntado, y su padre se había reído solamente. "Hay más mundos a un suspiro de distancia de éste que granos de arena en una playa." 

Ella le sonríe y hace una broma sobre los regalos de cumpleaños, pero él siente que ella se emociona, se desliza la piedra en el bolsillo con cuidado. La flor medianoche ya está derramando sus pétalos como una lluvia de estrellas, iluminando su cara con una iluminación suave. "Cuando tenía doce años, quería un tatuaje", dice. Un mechón de pelo rojo cae sobre sus ojos, Jace enfrenta a la necesidad de extender la mano y quitarlo hacia atrás.

"La mayoría de Cazadores de Sombras consiguen sus primeras marcas a los doce años. Debe haber sido tu sangre. "

"Tal vez. Aunque dudo que la mayoría de los Cazadores de Sombras se hace un tatuaje de Donatello de las Tortugas Ninja Mutantes en su hombro izquierdo." Ella sonríe, de esa manera que hace cuando dice cosas que son totalmente inexplicables para él, como si las estuviera recordando con cariño. Le llega una punzada de celos por sus venas, aunque no está seguro de lo que está celoso. Simon, quién entiende sus referencias del mundo mundano y Jace no puede ser parte él. El mundo mundano en sí al que ella podría volver algún día, dejandole a él y a su universo de demonios y cazadores, las cicatrices y la batalla, ¿con gratitud por detrás?

Se aclara la garganta. "¿Querías una tortuga en el hombro?"

Ella asiente con la cabeza, y su cabello se cae fuera lugar. "Quería cubrir mi cicatriz de la varicela." Quita una tira de la camiseta a un lado. "¿Ves?"

Y lo ve: hay algún tipo de marca en el hombro, una cicatriz, pero ve más que eso: ve la curva de su clavícula, la fina capa pecas en la piel como una capa de oro, la curva suave de su hombro, el pulso en la base de su garganta. Ve la forma de su boca, los labios entreabiertos. Sus pestañas cobrizas, cómo las baja. Y es arrastrado a través de una ola de deseo, un tipo que nunca ha experimentado antes. Él deseó chicas antes, sin duda, y satisfizo ese deseo: siempre había pensado en él como hambre, la necesidad de un tipo de combustible que el cuerpo desea.

Nunca había sentido deseo de esta manera, un fuego limpio que quema el pensamiento, que hace que sus manos - no tiemblen, exactamente, pero vibran con energía nerviosa. Aparta los ojos de ella, a toda prisa. "Se está haciendo tarde", dice. "Tenemos que irnos."

Ella lo mira, con curiosidad, y no puede evitar la sensación de que esos ojos verdes pueden ver a través de él. "¿Alguna vez has salido con Isabelle?", preguntó.

Su corazón todavía late con fuerza. No entiende bien la pregunta. "¿Isabelle?" repite. ¿Isabelle? ¿Qué tiene Isabelle que ver con esto?

"Simon se preguntaba," dice ella, y él odia la forma en que ella dice el nombre de Simon. Él nunca había sentido nada como esto antes: nada lo ponía tan nervioso como ella. Recuerda ir hacia ella en el callejón detrás de la cafetería, la forma en que había querido llamarla a fuera, lejos del muchacho de cabello oscuro con el que estaba siempre, a su mundo de sombras. Había sentido incluso entonces que ella pertenecía  donde él pertenecía, no en el mundo mundano, donde las personas no eran reales, donde pasan más allá de su visión como marionetas en un escenario. Pero esta chica, con sus ojos verdes lo cubrió como una mariposa, ella es real. Como una voz escuchada en un sueño, que sabes que proviene del mundo de la vigilia, ella es real, perforando la distancia que ha puesto tanto cuidado de sí mismo como una armadura.

"La respuesta es no. Quiero decir, puede haber habido un momento en que uno u otro lo considerase, pero es casi una hermana para mí. Sería extraño."

"¿Quieres decir que Isabelle y tú nunca -"

"Nunca".

"Ella me odia", dijo Clary.

A pesar de todo, Jace casi se ríe, como un hermano podría, se toma un cierto deleite en observar a Izzy cuando está frustrada.

"Sólo la pones nerviosa, porque ella siempre ha sido la única chica en un grupo de chicos que la adoran, y ahora ya no es."

"Pero ella es tan hermosa."

"Tu también lo eres", dice Jace, de forma automática, y ve que la expresión de Clary cambia. No puede leer su rostro. Es casi como si nunca le ha dicho a una chica que es muy guapa antes, pero no puede recordar un momento en que no fue calculado. Fue accidental. Le hacía sentir como ir a la sala de entrenamiento y lanzara cuchillos y patadas y puñetazos y luchara contra las sombras hasta que estuviera ensangrentado y agotado, y como si su piel estuviera abierta, esa era la forma en la que estaba acostumbrado.

Ella se le queda mirando, en silencio. La sala de entrenamiento es, entonces.

"Probablemente deberíamos bajar", dice otra vez.

"Está bien." Él no puede decir lo que ella está pasando por su voz, tampoco; su capacidad para leer a la gente parece le ha abandonado y no entiende por qué. Rayos de luz de la luna llegan a través de los cristales del invernadero hacia su camino de salida, Clary ligeramente por delante de él. Algo se mueve delante de ellos - una chispa de luz blanca - y de repente ella se queda parada y medio se vuelve hacia él, y de repente está en el círculo de sus brazos, y es cálida y suave y delicada y la está besando.

Y se asombra. Él no funciona de esta manera; su cuerpo no hace las cosas sin su permiso. Es su instrumento tanto como el piano, y él siempre ha estado en perfecto dominio del mismo. Pero ella sabe dulce, como manzanas y cobre, y su cuerpo en sus brazos es tembloroso. Ella es tan pequeña, sus brazos van a su alrededor, para sostenerla, y se pierde. Entiende ahora por qué los besos en las películas se filman como son, con la cámara dando vueltas sin parar, dando vueltas: el suelo es inestable en sus pies y se aferra a ella, por pequeña que sea, como si pudiera sostenerlo.

Sus manos suaves por la espalda. Puede sentir su respiración contra él; un grito de sorpresa en medio de  los besos. Sus delgados dedos en su pelo, en la parte posterior de su cuello, enredando suavemente, y recuerda la flor de medianoche y la primera vez que lo vió y pensó: aquí hay algo muy bonito que pertenece adecuadamente en este mundo.

La fuerza del viento es audible para él primero, Instruído como está para escucharlo. Se retira de Clary y ve a Hugo, ubicado en el hueco de un pequeño ciprés. Sus brazos están todavía alrededor de Clary, su peso ligero contra él. Sus ojos están medio cerrados. "No te asustes, pero tenemos audiencia", le susurra. "Si Hugo está aquí, Hodge no debe andar lejos. Tenemos que irnos."

Su ojos verdes aletean todo el camino abiertos, y parece divertida. Eso pica un poco en su ego. Después de ese beso, ¿no debería estar ella desmayándose a sus pies? Pero ella está sonriendo. Ella quiere saber si Hodge está espiando. La tranquiliza, pero siente su suave sonrisa con un viaje a través de sus manos unidas - ¿Cómo ocurre eso? - mientras ellos van camino hacia abajo.

Y entonces lo entiende. Él entiende por qué las personas se dan la mano: él siempre había pensado que se trataba de posesión, diciendo: Esto es mío. Pero se trata de mantener el contacto. Se trata de hablar sin palabras. Se trata de que te quiero conmigo y no te vayas.

La quiere en su habitación. Y no de esa manera - ninguna chica ha estado nunca en su habitación de esa manera. Es su espacio privado, su santuario. Pero quiere a Clary allí. Quiere que ella lo vea, la realidad de él, no la imagen que muestra al mundo. Quiere que se acueste en la cama con ella y tenerla envuelta dentro con él. Quiere observar su respiración suavemente durante la noche; verla como nadie la ve: vulnerable y dormida. Para verla y ser visto.

Así que cuando llegan a su puerta, y ella le da las gracias por el picnic de cumpleaños, él aún no suelta su mano. "¿Te vas a dormir?"

Ella inclina la cabeza hacia arriba y puede ver que su boca lleva la huella de sus besos: un color de rosa, como los claveles en el invernadero, y se le hace un nudo en el estómago. Por el Ángel, piensa, estoy tan...

"¿No estás cansado?" pregunta ella, rompiendo sus pensamientos.

Hay un hueco en la boca de su estómago, una irritabilidad nerviosa. Quiere empujarla de nuevo hacia sí mismo, para verter en ella todo lo que siente: su admiración, sus recién adquiridos conocimientos, su devoción, su necesidad.

"Nunca he estado más despierto".

Ella levanta la barbilla, un movimiento inconsciente, rápido, y él se inclina hacia abajo, ahuecando la cara con su mano libre. No quería darle un beso aquí - demasiado público, demasiado fácil para ser interrumpidos -, pero no puede dejar de tocar su boca con la suya con ligereza. Sus labios en los de él, se apoya en ella y no puede parar. Estoy tan -

Es en ese preciso momento que Simon abre la puerta de la habitación y sale al pasillo. Y Clary se aleja de él a toda prisa, volviendo la cabeza a un lado, y él se siente con un dolor agudo como el de una venda que se quita de la piel.

Estoy muy jodido.

No para humanos

Fuente: Cassandra Clare en Tumblr
Una pieza corta que Cassandra Clare y Holly Black escribieron para el proyecto de John Green para Awesome hace unos años. Es un cruce entre la serie Modern Faerie Tale de Holly Black y Shadowhunter Chronicles. Kaye, Roiben, Corny y Luis son todos de los libros de Holly. Esto se establece antes del comienzo de City of Bones y cuenta la historia de Jace mencionada anteriormente acerca de comer comida de hadas y correr desnudo por Fifth / Madison Avenue con cuernos en la cabeza.

Kaye realmente no esperaba que Cazadores de sombras vinieran a Moon in a Cup , especialmente el día de la inauguración.

Ella ni siquiera estaba realmente segura de lo que hicieron los Cazadores de Sombras. Parecían creer que el mundo estaba amenazado por demonios, usaban muchas armas, se tatuaban entre sí y no confiaban en nadie que no fuera uno de ellos. Kaye había señalado una vez que nunca había visto un demonio y, realmente, había visto muchas cosas raras. El Cazador de sombras con el que ella había estado hablando había afirmado que no ver ningún demonio solo demostraba que los Cazadores de sombras estaban haciendo su trabajo. Ella había dejado de discutir después de eso. No puedes demostrar una negativa, había dicho Corny.

Sin embargo, le molestaba, porque no solo creían en los demonios, sino que también creían que las hadas como ella eran parte demoníacas. Eso hizo que todo el armamento y la rareza fueran un poco más nerviosos de lo que podrían haber sido de otra manera. Pero a Luis le gustaban y, además, Kaye necesitaba clientes. Solo esperaba que no comieran los bollos. Moon in a Cup era su sueño y ahora que estaba sucediendo, estaba increíblemente nerviosa. Le encantaba el olor del expreso en el aire, las nubes de vapor y el sonido de la leche espumosa. Adoraba todas las cosas que ella y sus amigas habían robado de las ventas de segunda mano y de los márgenes de la carretera. Mesitas de madera raídas que ella, Valerie y Ruth habían decorado con postales, hojas de música y páginas de enciclopedias. Sillas pintadas de oro. Arte extraño y astas extrañas y algunos paisajes con serpientes de mar pintadas encima de ellos. Copas desparejas que iban desde porcelana china hasta cuencos descascarillados con imágenes de patos en ellas y tazas con eslóganes para negocios que llevaban mucho tiempo cerrados. Todos y cada uno de ellos se sentían como un tesoro para ella, pero nunca había tenido nada antes o era muy responsable. Está preocupada sobre si podría manejarlo, si le gustaría una vez que fuera real - durante meses

Y ahora, finalmente, por fin, el lugar estaba abierto.

Ravus y Luis habían pintado un gran cartel anunciando la GRAN APERTURA, que colgaba sobre el registro. Allí, en botes algo organizados, fueron los ingredientes para muchas cosas, tanto mortales como menos. Además de varias bebidas de café, incluyendo el terrorífico Red Eye y el Dirty Chai, servían infusiones de hierbas hechas de ortiga, cardo mariano y diente de león, rosa mosqueta y adormidera, azadón y pata de caballo. Entonces uno de los caballeros Unseelie, Dulcamara, le había enviado a Kaye una gran canasta de pasteles: bollos, muns, todas las tartas, todo horneado con frutas de hadas, ninguna de las cuales Kaye podía imaginarse a sí misma. Corny los había sacado, pero los marcó NO PARA HUMANOS, lo que Kaye temía que pudiera confundir a las personas que llegaban de la calle. Aun así, había estado demasiado ocupada para hacer algo más que prometerse a sí misma que iba a vigilarlos.

El lugar ya estaba medio lleno para cuando llegaron los Cazadores de Sombras. Había una tonelada de hadas que Kaye no sabía, habitantes de la corte de Roiben, mirando con curiosidad la decoración. Corny estaba ayudando a Kaye detrás de la barra, mezclando una taza de té de algas marinas para un kelpie vestido con agudeza que le guiñó un ojo. Corny no le devolvió el ojo, probablemente porque Luis lo estaba mirando desde el otro lado de la habitación con una expresión divertida, flanqueado por Val, su corto pelo rojo que crecía en rizos, Ravus, y la mejor amiga de Val, Ruth, con su nueva novia cuyo cabello estaba teñido el color de un arándano.

Sin embargo, Luis dejó de mirar a su novio y miró hacia la puerta cuando entraron los Cazadores de Sombras. Solían llamar la atención, a pesar de que a menudo se veían encantados como si realmente no lo quisieran. Aun así, era difícil ignorar a un grupo de personas altas y fuertemente armadas cuyos pómulos eran tan afilados como sus armas.

Era un grupo de tres de ellos: dos niños y una niña. El chico más alto tenía cabello negro y ojos azules, y llevaba una aljaba de arcos colgando de su hombro. Tenía las manos en los bolsillos y estaba mirando como si realmente no quisiera estar allí. El chico a su lado era rubio, muy rubio, con el pelo del mismo color que las sillas de oro pintadas. Llevaba una larga chaqueta de cuero por lo que las armas que tenía sobre él probablemente estaban ocultas, aunque Kaye estaba segura de que estaban allí. La niña tenía el mismo cabello largo y negro que el chico alto, hermanos, supuso Kaye, aunque sus ojos estaban oscuros. Llevaba un top de encaje y una falda de terciopelo, y una especie de brazalete dorado muy inusual que se enroscaba una y otra vez en su brazo.

"¡Meliorn!", Gritó la chica al entrar, y corrió por la habitación para arrojarse en los brazos de un caballero hada con una armadura blanca. Kaye lo reconoció como uno de los caballeros de la Corte Seelie, una especie de tipo silencioso, engreído. Devolvió el abrazo de la cazadora de sombras.

"Isabelle", dijo. "Eres tan adorable como un sauce".

Kaye sonrió para sí misma. Ah, cumplidos de hadas. Algunos sauces eran encantadores y otros no, por lo que el cumplido no significaba mucho. Sin embargo, la chica Shadowhunter, Isabelle, parecía ronronear bajo sus palabras; agarrándolo por sus orejas ligeramente puntiagudas, ¿tal vez solo medio fae? - ella lo besó cálidamente. Bueno, eso era nuevo. Cazadores de sombras saliendo con hadas

Los dos muchachos se acercaron al bar, mirando a su alrededor como si estuvieran seguros de que alguien estaría honrado de servirles café. Kaye no estaba tan convencida. "Entonces, ¿qué es un Red Eye?", Preguntó el rubio.

"Es un shot de espresso en una taza de café", explicó Kaye. "No para aficionados". El niño rubio sonrió. Tenía ese tipo de sonrisa que las personas realmente guapas que sabían que eran guapas lo hicieron. Fue más que un poco intimidante. "Creo que encontrarás que no soy un aficionado en nada".

"Entonces, ¿eso significa que quieres uno, o no?" Kaye siempre se sentía incómoda con chicos como él, seguros de que se estaban riendo de ella.

"Creo que significa que si sales de detrás de ese mostrador y pasas unos minutos conmigo en algún lugar un poco más privado, no estarás decepcionado". Kaye lo miró boquiabierta. ¿Realmente estaba sugiriendo que fueran a tener sexo? Como en ese momento, en el medio de su turno? O tal vez quiso decir algo más. Ella lo miró de nuevo. No, probablemente no.

"Jace", siseó el chico parado junto a él. "Solo pide una maldita galleta o algo así".

"Me gustan las galletas", dijo Jace, con una sonrisa particularmente encantadora, "pero lo que realmente prefiero son las mujeres bonitas con la piel verde".

"Reduze su velocidad, Capitán Kirk", dijo Corny. "Ella tiene novio."

"¿Uno serio?", Inquirió Jace, todavía estaba sonriendo de esa manera encantadora que hacía difícil irritarse.

"Él tiene una espada seriamente grande", dijo Corny. "Y él estará aquí en cualquier momento".

La mano de Jace fue a su cintura. "Bueno, si se trata de espadas realmente grandes, estamos discutiendo ..."

El chico de pelo oscuro bajó la cabeza sobre la encimera. "Deja de coquetear sin sentido", dijo. "O voy a golpear mi cabeza a través de este caso de pastelería".

"Desearía que no lo hicieras", dijo Kaye. "Acabamos de tenerlo instalado".

"Tranquilízate, Alec." Jace se encogió de hombros, de una manera que no hizo ningún daño y mostró su sonrisa a Corny. "En ese caso, supongo que tendremos que conformarnos con dos Red Eyes y un bollo".

"Los bollos no son para humanos", protestó Kaye. "No somos humanos", dijo Jace. Kaye estaba a punto de protestar, cuando Corny deslizó un plato con un bollo sobre la encimera con un gesto.

Ella quería arrebatárselo (la fruta de las hadas no era sabia para nadie), pero sería malo para los negocios que los vendedores no los vean, especialmente cuando actualmente están pagando por ellos. Además, pensó, tratando de convencerse a sí misma, a la gente le gustaba la fruta de las hadas. Los volvió un poco locos, claro, y hubo una ocasión en que Corny recitó todas las letras de Synchronicity mientras las comía y esa otra vez que quizás estuvo involucrado en una orgía, pero en general, Jace probablemente estar bien. Se suponía que los cazadores de sombras fueran diferentes. Tal vez tenían cierto control sobre sí mismos que los seres humanos comunes no tenían. El rumor sobre ellos era que eran parte del ángel, y Kaye no podía imaginar a los ángeles corriendo por ahí recitando todas las letras de Synchronicity o entrando en situaciones orgiásticas. Por otra parte, tampoco podía imaginar a los ángeles golpeándola. "Disfrútalo", dijo, dándose por vencida y colocando sus bebidas de café en el mostrador.

Alec tomó el cambio que repartió y lo tiró en el recipiente de la propina. Ella se sintió mal por él. Era obvio que estaba un poco enamorado de Jace, e igualmente obvio que estaba teniendo un mal día.

Observó mientras se abrían paso a través de la tienda y se dejaban caer en un sofá frente a Isabelle y Meliorn, que estaban ocupadas frotándose las narices y haciéndose muecas el uno al otro. Jace y Alec pusieron los ojos en blanco.

Otro chico entró, tambaleándose un poco. Su cabello negro pegado hacia arriba, grueso con brillo, y parecía estar muy, muy borracho. Tenía una pila de papeles con él y los estaba distribuyendo a los clientes. Cada vez que alguien tomaba uno, había un pequeño estallido eléctrico de brillo. Finalmente él se tendió en un sillón cerca de Isabelle, y se inclinó hacia ella.

Se separó de Meliorn, frunciendo el ceño, parecía estar diciendo algo sobre el cumpleaños de su gato mientras agitaba otro trozo de papel. O tal vez estaba hablando de su propio cumpleaños, ya que sus ojos se veían muy parecidos a los ojos de un gato, sin parpadear. Kaye se preguntó qué era él. No es un hada, y tampoco es un Cazador de sombras.

"¿ Magnus El Magnifico ?", Dijo Isabelle, dudosa, luego se encogió de hombros. "Pero, oye, gracias por la invitación." Cogió el periódico, lo dobló y se lo metió por la parte delantera de la camisa antes de volver a besar a Meliorn.

Durante unos minutos, Kaye estaba absorta en preparar otra olla de té de algas marinas, pasarle tres tiros de espresso a un trío de duendes y hacer un Dirty Chai para un humano en un traje de negocios que parecía un poco nervioso, como si a pesar de no poder para ver a través del glamour a su alrededor, pudo discernir que algo sobre los otros clientes estaba un poco apagado. Él se escabulló tan pronto como ella le entregó su bebida, despejando el camino para que ella viera al otro lado de la habitación.

A donde Jace se quitaba la ropa. El plato de bollo en la mesa de café frente a él estaba vacío, y tenía una expresión soñadora en la cara: la expresión soñadora de un humano que había comido fruta de hadas. Ya se había quitado su largo abrigo, y estaba poniéndose a trabajar en los botones de su camisa. "Jace", Siseó Alec. "Jace, ¿qué estás haciendo?

"Hace calor aquí", dijo Jace, con voz arrastrada.

Dos cuchillos golpean el suelo.

Al otro lado de la habitación, varias hadas comenzaron a reírse. Jace se quitó las botas y los calcetines.

"Corny", dijo Kaye. "Has algo. Esto es completamente tu culpa, ya sabes. Le diste esos bollos ".

Corny estaba mirando a Jace desvistiéndose con las cejas levantadas y una expresión de agradecimiento en su rostro. "Creo que podría ser una especie de genio. No podrías pagarme para detener esto

Jace se había quitado la camisa. Kaye entrecerró los ojos y tuvo que admitir que Corny tenía razón. Rara vez viste un cuerpo así fuera de los diferenciales de las revistas. Algunas personas tenían seis paquetes; Jace parecía tener un paquete de doce. No parecía humanamente posible. "Podría ser bueno para los negocios", reflexionó y se tomó una taza de espresso. Ella pensó que iba a necesitarlo.

"¿Tal vez podríamos hacer que lo haga todos los días?", Dijo Corny, mientras Jace se desabrochaba los vaqueros. Alec intentó detenerlo, pero Jace se movió ágilmente fuera de su camino y pateó los jeans con un floreo.

"No trates de detenerme, Alec", dijo Jace. "Este cuerpo debe ser libre".

Isabelle levantó la vista de besar a Meliorn y sus ojos se agrandaron. "Santa mierda", dijo ella. "Jace ..." Ella comenzó a ponerse de pie, pero Jace ya se había dirigido a la puerta. Hizo una pausa y se inclinó, sin grandes aplausos, cogió el cornamenta de la pared y se los colocó suavemente en la cabeza.

Luego salió corriendo por la puerta, justo cuando Roiben entró. Roiben, con su larga capa negra, alzó ambas cejas plateadas y miró a Jace con una pequeña sonrisa en la comisura de los labios. Miró a su alrededor para hacerle una pregunta a Meliorn y luego pareció pensarlo mejor. Entonces, abruptamente, comenzó a reírse.

"Oh, por el Ángel", dijo Alec con tristeza. "Otro lugar al que nunca más podemos ir. Podrías pensar, en una ciudad tan grande como Nueva York ... "

Kaye notó que el borracho Magnus El Magnifico estaba mirando a Alec con un brillo en sus ojos felinos. Realmente estaba tan mal que Alec parecía demasiado hundido en la oscuridad para darse cuenta.

"Deberíamos haberle colgado un letrero a ese tipo", dijo Corny. "Imagina la publicidad". Y en ese momento, Kaye se dio cuenta de dos cosas. Una era que los Cazadores de Sombras podían ser buenos para matar cosas, pero sus vidas eran un desastre. Y la otra era que a ella le encantaría tener una cafetería.

Despierto

Fuente: Cassandra Clare en Tumblr
La escena donde Jace y Clary se encuentran por primera vez en el club Pandemonium, escrita desde el punto de vista de Jace, lanzada en la edición especial de tapa dura de Ciudad de hueso. Reenvasado estadounidense de Barnes and Noble.

"Era como si siempre estuviese medio despierto cuando otras personas estaban preocupadas. Y luego nos encontramos contigo y él se despertó".

- Isabelle a Clary, ciudad de cristal Un fragmento:

Jace miró a Alec e Isabelle. Matar a un demonio frente a un mundano, a menos que hubiera una amenaza inmediata, era algo así como un no-no. Se suponía que los mundanos no debían saber sobre los demonios. Por una de las primeras veces en su vida, Jace se encontró perdido. No podían dejar a la niña con el Eidolon; la mataría. Si dejaban el Eidolon solo, escaparía y mataría a alguien más. Si se quedaban y lo mataban, estarían expuestos.

"Noquea," murmuró Alec, en voz baja. "Solo ... golpeala en la cabeza con algo".

"Solo ve", le dijo Jace a la niña. "Sal de aquí, si sabes lo que es bueno para ti".

Pero ella solo plantó sus pies más duro. Podía ver la expresión de sus ojos, como signos de exclamación: ¡No! ¡No!

"No voy a ir a ningún lado", dijo. "Si lo hago, lo matarás".

Jace tuvo que admitir que eso era cierto. "¿Qué te importa?" Señaló al demonio con su cuchillo. "Esa no es una persona, niña. Puede parecer una persona y hablar como una persona y sangrar como una persona. Pero es un monstruo ".

"Jace! "Los ojos de Isabelle brillaron. Eran sin fondo, negros, enojados. Isabelle nunca se enojó más que cuando Jace se arriesgó a meterse en problemas o en peligro. Y estaba arriesgando ambos, ahora. Rompiendo la ley - hablando de negocios de Cazadores de Sombras con mundanos - y lo que era peor, a él le gustaba. Algo sobre esta chica, su nube de tormenta de pelo rojo y sus ojos verdes, le hizo sentir como si sus venas estuvieran llenas de pólvora y fuera una pareja.

Como si, si ella lo tocara, se quemara. Pero luego, amaba las explosiones.

Besado

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare
— City of Bones

Parado en el hueco de la escalera del hogar de Magnus, Alec observó el nombre debajo del timbre de la pared. BANE. El nombre realmente no parecía encajar con Magnus, reflexionó, al menos, no ahora que lo conocía. Si es que tú realmente pudieras decir que conoces a alguien cuando asistes a una de sus fiestas, una vez, y después ellos salvan tu vida, pero no estás consciente para agradecerle. Pero el nombre de Magnus Bane le hizo pensar en una especie de figura imponente, con grandes hombros y una túnica morada formal de brujo, invocando al fuego y al relámpago. No a ese Magnus, quién era más bien una mezcla entre pantera y un elfo loco.

Alec respiró hondo y dejó salir el aire. Bueno, había llegado tan lejos, que tal vez podría seguir adelante. En lo alto, la bombilla descubierta colgaba como sombras barridas, mientras se aproximaba hacia delante y presionaba el timbre.

Un momento después una voz hizo eco a través del hueco de la escalera. "¿QUIÉN INVOCA AL GRAN BRUJO?"

"Emm" dijo Alec. "Soy yo. Digo, Alec. Alec Lightwood"

Hubo una clase de silencio, como si incluso el mismo pasillo se hubiera sorprendido. Después un sonido metálico, y la segunda puerta se abrió, dejándolo dentro de la escalera. Se dirigió hacia las tambaleantes escaleras dentro de la oscuridad, las cuáles olían como a pizza y polvo. El ascenso al segundo piso era brillante, la puerta al otro extremo abierta. Magnus Bane estaba apoyado en la entrada.

Comparado con la primera vez que Alec lo vió, lucía bastante normal. Su cabello negro todavía estaba en picos, y parecía adormilado; su cara, incluso con esos ojos de gato, muy juvenil. Usaba una camiseta negra con las palabras UN MILLON DE DOLARES colocada a través del pecho en lentejuelas, y vaqueros que colgaban bajos en sus caderas, tan bajos que Alec apartó la mirada, mirando hacia sus propios zapatos. Los cuáles eran aburridos.

"Alexander Lightwood," dijo Magnus. Tenía el leve rastro de acento, uno en el que Alec no podía poner sus dedos en la pronunciación de las vocales. "¿A qué debo el placer?"

Alec miro detrás de Magnus- "¿Tienes- compañía?" 

Magnus cruzó sus brazos, lo que hizo lucir bien a sus bíceps, y se apoyó contra el lado de la puerta. "¿Porqué quieres saberlo?"

"Esperaba poder tener una charla contigo."

"Hum." Los ojos de Magnus lo miraban de arriba a abajo. Realmente brillaban en la oscuridad, como el de los gatos. "Bien, entonces." Se volteó abruptamente y desapareció dentro del departamento; después de un momento de sorpresa, Alec lo siguió.

El desván lucía diferente sin cientos de cuerpos mezclándose en él. Era - bueno, no común, pero la clase de espacio en el que alguien tal vez viviría. Como la mayoría de los desvanes, tenía una enorme habitación central divida en "cuartos" por un grupo de muebles. Había una colección de cuadros, de sofás y mesas ubicadas a la derecha, hacia donde Magnus hizo un gesto a Alec. Alec se sentó sobre un sofá de terciopelo dorado con elegantes volutas de madera en los brazos.

"¿Te apetece un poco de té?" preguntó Magnus. No estaba sentado en una silla, pero se había tendido sobre una otomana con mechones y sus largas piernas estiradas frente a él.

Alec asintió. Se sentía incapaz de decir algo. Algo que fuera interesante o inteligente. Era siempre Jace el que decía las cosas inteligentes e interesantes. Él era el parabatai de Jace y esa era toda la gloria que necesitaba o quería: ser la estrella oscura de un supernova. Pero este era un lugar donde Jace no podía acompañarlo, algo con lo que Jace no podía ayudarlo.

"Seguro."

Su mano derecha sintió calor de repente. Miró hacia abajo, y se dio cuenta de que sostenía una taza de papel encerado de Joe, el Arte del Café. Olía como a Chai. Saltó, y apenas escapó de derramárselo sobre sí mismo. "Por el ángel -"

"Me ENCANTA esa expresión," dijo Magnus. "Es tan original."

Alec lo miró. "¿Robaste este té?"

Magnus ignoró su pregunta. "Así que," dijo "¿Porqué estás aquí?"

Alec tomó un trago del té robado. "Quería agradecerte," dijo, cuando tomo algo de aire. "Por salvar mi vida."

Magnus se inclinó hacia atrás sobre sus manos. Su camiseta rodó sobre su estómago plano, y esta vez Alec no tenía hacia dónde mirar. "Tú quieres agradecérmelo."

"Salvaste mi vida," dijo Alec, de nuevo. "Pero yo estaba delirando, y no creo que realmente te haya dado las gracias. Sé que no tenías que hacerlo. Así que gracias."

Las cejas de Magnus desaparecieron en su linea de cabello. "¿De... nada?"

Alec colocó su té abajo. "Tal vez debería irme."

Magnus se levantó. "¿Después de haber llegado tan lejos? ¿Todo el camino hacia Brooklyn solo para agradecérmelo?" Estaba sonriendo. "Eso sí que sería una pérdida de esfuerzo." Él se acercó y puso su mano sobre la mejilla de Alec, su pulgar acariciando su pómulo. Su toque se sentía como fuego, formando chispas a su paso. Alec se paralizó sorprendido - sorprendido del gesto, y sorprendido del efecto que estaba teniendo de él. Los ojos de Magnus se redujeron, y retiró su mano. "Huh," se dijo a sí mismo.

"¿Qué?." Alec repentinamente se preocupó sobre si había hecho algo mal. "¿Qué es?"

"Es tan sólo que..." Una sombra se movió detrás de Magnus; con fluida agilidad, el Brujo miró alrededor y recogió del suelo a un pequeño y atigrado gato de color gris y blanco. El gato se enredó misteriosamente en su brazo y miraba a Alec con sospecha. Ahora dos pares de ojos dorado-verde lo observaban. "No era lo que esperaba."

"¿De un Cazador de Sombras?"

"De un Lightwood."

"No sabía que conocieras tan bien a mi familia."

"He conocido a tu familia desde hace cientos de años." Los ojos de Magnus buscaban su rostro. "Y tu hermana, ella es una Lightwood. Tu -"

"Ella dijo que yo te gustaba".

"¿Qué?"

"Izzy. Mi hermana. Me dijo que yo te gustaba. Te gustaba. Te gustaba."

"Me gustabas, ¿Me gustabas?" Magnus enterró su sonrisa en la piel del gato. "Perdona. ¿Tenemos doce años? Yo no recuerdo haber dicho nada a Isabelle..."

"Jace lo dijo también." Alec fue contundente; era la única manera que conocía como ser. "Que yo te gustaba. Que cuando él subió aquí arriba, tu pensabas que era yo y te decepcionaste al ver que era él. Eso nunca sucede."

"¿No sucede? Bueno, debería."

Alec se sobresaltó. "No - me refiero a Jace, él es.... Jace."

"Él trae problemas," dijo Magnus. "Pero tú no tienes malicia. Lo cuál en un Lightwood, es una adivinanza. Vosotros siempre habéis sido una familia trazada, como unos Borgia de renta baja. Pero no hay mentiras en tu cara. Tengo el sentimiento que todo lo que dices sincero."

Alec se inclinó hacia delante. "¿Quieres salir conmigo?"

Magnus parpadeó. "Ves, eso es a lo que me refiero. Sincero."

Alec se mordió el labio y no dijo nada.

"¿Por qué quieres salir conmigo?," inquirió Magnus. Estaba frotando la cabeza de Presidente Miau, sus dedos largos doblaban las orejas del gato hacia abajo. "No es que no seas altamente deseable, pero la manera en qué lo has pedido, parecía como si pidieras algún tipo de ajuste -"

"Lo hago," dijo Alec. "Y pensaba que yo te gustaba, y dirías que sí, y podría intentar - quiero decir, podríamos intentar -," Puso su cara entre las manos. "A lo mejor fue un error."

La voz de Magnus fue suave. "¿Sabe alguien que eres gay?"

Alec sacudió la cabeza; se encontró respirando un poco fuerte, como si hubiera corrido una carrera. Pero que podía hacer, ¿negarlo? ¿Cuando vino aquí a hacer exactamente lo contrario? "Clary," dijo, con voz ronca. "Lo que fue... Fue un accidente. Y Izzy, pero ella nunca dirá nada."

"No a tus padres. ¿No a Jace?"

Alec pensó sobre Jace sabiéndolo, y alejó el pensamiento, fuerte y rápido. "No. No, y no quiero que ellos lo sepan, especialmente Jace."

"Pienso que podrías decírselo." Magnus frotó la barbilla de Presidente Miau. "Se rompió en pedazos como un puzzle jigsaw cuando pensó que ibas a morir. Se preocupa -"

"Pienso que mejor no." Alec seguía respirando rápidamente. Se frotó las rodillas de sus vaqueros con los puños. "Nunca he tenido una cita," dijo en voz baja. "Nunca he besado a nadie. Nunca. Izzy dijo que yo te gustaba y pensé -"

"No soy indiferente. ¿Pero te gusto? Porque este tema de ser gay no significa que debas arrojarte a cualquier tío y estará bien porque no sea una chica. Hay gente que te gusta y gente que no."

Alec pensó en su habitación en el Instituto, estando en un dolor delirante y envenenado cuando Magnus entró. Apenas le había reconocido. Estaba casi seguro que había estado gritando por sus padres, por Jace, por Izzy, pero su voz solo podía salir en un susurro. Recordó las manos de Magnus sobre él, sus dedos frescos y suaves. Recordó el fuerte agarre que mantuvo en el pecho de Magnus, por horas y horas, incluso después que el dolor se fuera y sabía que estaría bien. Se recordó mirando la cara de Magnus en la luz del amanecer, el oro del amanecer brillando como oro en sus ojos, y pensando lo extrañamente precioso que era, con su mirada y gracia de gato."

"Sí," dijo Alec. "Me gustas."

Se encontró con la mirada de Magnus de frente. El brujo le estaba mirando con una especie de mezcla de curiosidad, afecto y asombro. "Es tan extraño," dijo Magnus. "Genérico. Tus ojos, ese color -." Se paró y sacudió la cabeza.

"Los Lightwood, ¿sabías que nunca tuvimos ojos azules?"

"Monstruos de ojos verdes," dijo Magnus, y sonrió. Depositó a Presidente Miau en el suelo, y el gato se movió hacia Alec, y se frotó contra su pierna. "A Presidente le gustas."

"¿Es eso bueno?"

"Nunca salgo con alguien que no le guste a mi gato," dijo Magnus fácilmente, y se levantó. "Así que digamos, ¿Viernes noche?".

Una gran ola de alivio llegó a Alec. "¿De verdad? ¿Quieres salir conmigo?"

Magnus sacudió su cabeza. "Tienes que parar de jugar al difícil de conseguir, Alexander. Hace las cosas difíciles." Sonrió. Tenía una sonrisa como la de Jace - no era como si ellos se parecieran, pero el tipo de sonrisa que ilumina todo su rostro. "Vamos, te acompaño a fuera."

Alec se dirigió detrás de Magnus hacia la puerta principal, sintiendo como si el peso se hubiera ido de sus hombros, uno que ni él sabía que estaba llevando. Por supuesto que tendría que sacar una excusa sobre dónde iba a ir el viernes noche, algo en lo que Jace no quisiera participar, algo que necesitara hacer solo. O podría pretender que estaba enfermo y escaparse. Estaba tan perdido en sus pensamientos que casi tropezó con la puerta principal, contra la que Magnus estaba apoyado, mirándolo con ojos entrecerrados como medias lunas. 

"¿Qué sucede?," dijo Alec.

"¿Nunca has besado a nadie?," dijo Magnus. "¿Nadie en absoluto?"

"No," dijo Alec, esperando que eso no le descalificara para salir con él. "No un beso de verdad."

"Ven aquí." Magnus lo cogió por los codos y lo acercó más. Por un momento, Alec estaba totalmente desorientado por la sensación de estar tan cerca de otra persona, la clase de persona de la que él quería estar cerca tanto tiempo. Magnus era alto y delgado, pero no flaco. Su cuerpo era duro. Sus brazos ligeramente musculosos, pero fuertes. Era centímetros más alto que Alec, lo cual era raro, y se complementaban a la perfección. Los dedos de Magnus estaban debajo de su barbilla, levantando su cabeza ligeramente, y entonces se besaron. Alec escuchó un sonido saliendo de su propia garganta y luego sus bocas se fundieron con una urgencia descontrolada. Magnus, Alec pensó encantado, realmente sabía lo que hacía. Sus labios eran suaves, y superaba a Alec en experiencia, explorando su boca: una sinfonía de labios, dientes, lengua,.. cada momento despertando sensaciones que él ni sabía que tenía.

Encontró la cintura de Magnus con sus dedos, tocando su piel desnuda, la cual había estado evitando mirar hasta el momento, y deslizó su mano bajo la camiseta. Magnus se tensó por la sorpresa, pero luego se relajó. Dejó correr sus manos por los brazos de Alec, por su pecho, su cintura, encontrando las tiras del cinturón de Alec, tirando de ellas y acercándolo más. Su boca dejó la de Alec, y Alec sintió la presión caliente de sus labios por la garganta, donde la piel era tan sensible que parecía estar conectada con los huesos de sus piernas, las cuales estaban a punto de desfallecer. Justo antes de caerse al suelo, Magnus lo soltó. Sus ojos brillaban, y también lo hacía su boca.

"Ahora ya has sido besado," dijo, pasando por detrás de él y abriendo la puerta. "¿Nos vemos el viernes?"

Alec aclaró su garganta. Se sentía mareado, pero también aliviado. La sangre corría por sus venas como un coche de fórmula uno, todos los colores parecían brillar. Mientras salía por la puerta, se giró y miró a Magnus, quién le miraba con gracia. Dio un paso adelante y estiró al brujo hacia él. Magnus cayó sobre él, y Alec le besó. Fuerte, rápido, confuso, sin práctica, pero con todo lo que tenía dentro. Atrajo a Magnus más cerca de él, su propia mano entre los dos, y sintió el corazón de Magnus dar un brinco en su pecho.

Dejó de besarle y se apartó.

"El viernes." dijo, y dejó que Magnus se marchara. Dio la vuelta y se alejó por el pasillo, Magnus mirándole. El Brujo cruzó los brazos, se acomodó la camiseta donde Alec lo había agarrado, y sacudió la cabeza, sonriendo.

"Lightwoods," dijo Magnus. "Siempre tienen que tener la última palabra."

Cerró la puerta detrás de él, y Alec corrió bajando las escaleras de dos en dos, la sangre palpitando en sus oídos como si fuera música.

Ciudad de Ceniza

La Corte Seelie

Fuente: Cassandra Clare en Tumblr
"Esta era la versión original que aparecía en Ciudad de Ceniza. Fue eliminada de la versión final ya que ha mi editor no le pareció que fuera información necesaria."

"¿La Corte Seelie?" Clary dejó de bromear, confundida. "¿Pueden decirme que es?"

Fue Magnus quien le respondió. "El mundo de las hadas esta fragmentado en una serie de cortes locales enemistadas, usualmente una Corte Seelie y una Corte Noseelie, o una Corte Brillante y una Corte de la Noche. En teoría los miembros de la Corte Seelie son más amables, pero no estoy seguro de que en realidad sea así. El dicho también aconseja que no deberías ofender a un miembro de la Corte Seelie, pero no tienes que molestarte en ofender a uno de la Corte Noseelie. Desde el principio se presentaran poco amigables."

Porque es amargo

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare

La escena que se lleva a cabo durante las páginas 170-174 (177 - 181 en español) de Ciudad de Ceniza, en el capítulo La Corte Seelie, aquí desde el punto de vista de Jace. Incluso le dieron un nombre - "Porque es amargo." Porque bueno, Jace es amargo aquí.

"Pero me gusta
Porque es amargo,
Y porque es mi corazón"
—Stephen Crane

"Sé que no dejare a mi hermana en su corte”, dijo Jace," y puesto que no hay nada que averiguar de ella o de mi, ¿quizá nos hace el favor de liberarla?"

La Reina sonrió. Era una sonrisa hermosa y terrible. La reina era una mujer encantadora; ella tenía esa belleza inhumana perteneciente a las hadas, que parecía más la belleza de cristal duro que la de un ser humano. La Reina no aparentaba una edad en particular: podría haber tenido dieciséis o cuarenta y cinco años. Jace supuso que ahí era donde aquellos le encontraban su atractivo - personas habían muerto por el amor de la Reina - pero ella le dio una sensación de frío en el pecho, como si se hubiera tragado agua helada demasiado rápido. "¿Y si les dijera que puede ser liberada mediante un beso?" 

Fue Clary la que respondió, perpleja: "¿Quiere que Jace la bese" 

Tanto la Reina como la corte rieron, la sensación de frío en el pecho de Jace se intensificó. Clary no entendía a las hadas, pensó él. Habría intentado explicárselo, pero no había explicación, en realidad no. Cualquier cosa que la Reina quisiera de ellos, no era un beso de él; ella podría haberlo exigido sin todo este espectáculo sin sentido. Lo que ella quería era verlos bien cubiertos y luchando como mariposas. Era algo de la inmortalidad, él lo había pensado muchas veces: aplanando tus sentidos, tus emociones, la experiencia, incontrolable, las lamentables respuestas de los seres humanos que eran para las hadas lo que la sangre fresca era para los vampiros.

Algo de vida. Algo de lo que ellos carecían.

"A pesar de los encantos del joven", dijo la Reina, dirigiendo su mirada hacia Jace - sus ojos eran verdes, como Clary, pero no completamente como los de ella - "ese beso no liberaría a la muchacha."

"Podría besar a Meliorn", sugirió Isabelle, encogiéndose de hombros.

La reina movió la cabeza lentamente. "No. A nadie de mi Corte."

Isabelle alzó las manos; Jace quería preguntarle lo que había esperado – besar a Meliorn no le hubiese molestado a ella, así que, obviamente, la Reina no se preocupaba por él. Supuso que había sido bonito por su parte ofrecerlo, pero Iz, al menos, debió haberlo sabido mejor. Había tratado con las hadas antes.

Tal vez no era sólo conocer el pensamiento cultural de las Hadas, Jace se preguntó. Tal vez era saber cómo la gente disfrutaba ser cruel por el bien del pensamiento cruel. Isabelle fue irreflexiva, y a veces vana, pero ella no era cruel. Se echó el pelo negro hacia atrás y frunció el ceño.

"No pienso besar a ninguno  de los tres", declaró con firmeza. "Que quede claro".

"Ni falta que hace", dijo Simon, dando un paso adelante. "Si un beso es todo... "

Dio un paso hacia Clary, quien no se apartó. El hielo en el pecho de Jace se convirtió en fuego líquido, apretó sus manos a los costados mientras Simon tomaba suavemente a Clary por los codos y la miró a la cara. Ella apoyó sus manos en la cintura de Simon, como si lo hubiera hecho un millón de veces. Tal vez lo hubiera hecho, por todo lo que él conocía. Él sabía que Simon la quería, lo había sabido desde que los había visto juntos en esa estúpida cafetería, el otro chico prácticamente ahogándose por conseguir de su boca las palabras "te amo" mientras Clary miraba inquietamente a su alrededor, sus enormes ojos verdes viendo a todas partes. Ella no está interesada en ti, mundano, había pensado con satisfacción. Piérdete. Y luego se había sorprendido de sus pensamientos. ¿Qué diferencia hacía para el los pensamientos de una chica que apenas conocía?

Eso parecía haber ocurrido mucho tiempo atrás. Ella ya no era una chica que apenas conocía: Ella era Clary. Era la única cosa en su vida que le importaba más que nada, y viendo a Simon poner sus manos sobre ella, donde quiera que él quisiera, le hizo sentir al mismo tiempo enfermo, débil y mortalmente furioso. La urgencia de avanzar hacia ellos y separarlos era tan fuerte que apenas podía respirar.

Clary lo miró, su pelo rojo deslizándose sobre su hombro. Parecía preocupada, lo que era suficientemente malo. No podía soportar la idea de que ella pudiera sentir lástima por él. Apartó la vista rápidamente, y llamó su atención la Reina Seelie, quien brillaba de alegría: esto era lo que ella quería. Su dolor, su agonía.

“No,"  dijo la Reina, a Simon, con una voz suave como el filo de un cuchillo. "Tampoco es el beso que quiero."

Simón se alejó de Clary de mala gana. El alivio golpeó a través de las venas de Jace como sangre, ahogando lo que sus amigos estaban diciendo. Por un momento todo lo que importaba era que él no iba a tener que ver a Clary besando a Simon. Entonces Clary pareció enfocarse: estaba muy pálida y no podía dejar de preguntarse en qué estaba pensando. ¿Estaba decepcionada por no haber sido besada por Simon? ¿Aliviada igual que él? Pensó en Simon besándole la mano más temprano aquel día y lo empujó de su memoria con rencor, sin dejar de mirar a su hermana. Mira arriba, pensó. Mírame. Si me amas, te verás en mí.

Cruzó sus brazos sobre su pecho, de la forma que lo hacía cuando tenía frío o estaba molesta. Pero no levanto la vista. La conversación fue en torno a ellos: quien iba a besar a quien, qué iba a suceder. Rabia desesperada se levantó en el pecho de Jace y como de costumbre, encontró su escape en un comentario sarcástico. 

"Bueno, pues yo no voy a besar al mundano", dijo. "Preferiría quedarme aquí abajo y pudrirme”

"¿Para siempre?," dijo Simon. Sus ojos eran grandes, oscuros y serios. "Para siempre es una barbaridad de tiempo."

Jace volvió a ver a esos ojos. Simon era probablemente una buena persona, pensó. Amaba a Clary, quería cuidar de ella y hacerla feliz. El sería un espectacular novio. Lógicamente, Jace sabía, que era exactamente lo que quería para su hermana. Pero él no podía evitar mirar a Simón sin querer asesinar a alguien. "Lo sabía", dijo groseramente. "¿Quieres besarme, verdad?

"Claro que no. Pero si...- "

"Imagino que es cierto lo que dicen. No hay heterosexuales en las trincheras. 

"Es ateos, imbécil." Simon estaba de color rojo brillante. “No hay ateos en las trincheras.”

Fue la reina quien los interrumpió, inclinándose hacia adelante para que su cuello blanco y los pechos se mostraran por encima del escote de su vestido de corte bajo. "Aunque todo esto es muy gracioso, el beso que liberará a la muchacha es el beso que más desea," dijo ella. “Únicamente ése y nada más.”

Simon pasó de rojo a blanco. Si el beso que Clary más deseaba no era el suyo, entonces… La forma en que ella miraba a Jace, y Jace a Clary, contestó eso.


El corazón de Jace comenzó a latir con fuerza. Se encontró con los ojos de la Reina. "¿Por qué hace esto?"

"Yo más bien creía que te hacía un favor", dijo ella. "El deseo no siempre se ve reducido por la repugnancia. Ni tampoco se puede conferir, como un favor, a aquellos que más lo merecen. Y puesto que mis palabras obligan a mi magia, de ese modo podréis saber la verdad. Si ella no desea su beso, no será libre."

Jace sintió que la sangre le inundaba el rostro. Era vagamente consciente de que Simon argumentaba que ellos eran hermanos, que no estaba bien, pero lo ignoró. La Reina Seelie lo miraba, y tenía los ojos como el mar antes de una tormenta mortal, y él quería decir gracias. Gracias.

Y eso fue lo más peligroso de todo, pensó, mientras a su alrededor sus compañeros discutían sobre si Clary y Jace tenían que hacer esto, o sobre lo que ninguno de ellos estaría dispuesto a hacer para escapar de la Corte. Permitir a la Reina darle algo que quería - realmente, realmente quería - era ponerse en su poder. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?, se pregunto. Esto era lo que pensaba, lo que quería, despertó de un sueño, jadeando y sudando. Cuando él pensaba, sobre el hecho de que talvez nunca obtendría un beso de Clary, el quería morir, herirse o sangrar de mala manera, subir hasta el ático y entrenar por horas hasta que estuviera tan agotado que no hubiera más elección que salir, exhausto. Tendría contusiones en la mañana, lesiones, cortes y la piel raspada y si pudiese nombrarlas, todas habrían tenido el mismo nombre: Clary, Clary, Clary.

Simon seguía hablando, diciendo algo, enojado de nuevo. "No tienes que hacerlo Clary, es un truco -"

"Un truco no" aseguró Jace. La tranquilidad en su propia voz lo sorprendió. “Una prueba.” Miró a Clary. Ella se mordía el labio, mientras su mano herida sujetaba un rizo de su cabello; los gestos tan característicos, por lo que una gran parte de ella, rompió su corazón. Simon estaba discutiendo con Isabelle ahora mientras la reina Seelie descansaban atrás y se veía como un gato elegante, divertida.

Isabelle parecía exasperada. "¿A quién le importa, de todos modos? Es sólo un beso."

"Es cierto", dijo Jace.

Clary miró hacia arriba, por último, sus ojos verdes se apoyaron en él. Él se acercó a ella y como siempre el resto del mundo se alejó de ellos hasta dejarlos solos, como si estuvieran en un escenario vacío. El puso su mano en su hombro, volviéndole la cara. Había dejado de morderse el labio, y sus mejillas estaban sonrojadas, sus ojos de un verde brillante. Podía sentir la tensión en su propio cuerpo, el esfuerzo de retenerse, y no atraerla hacia si y tomar esta oportunidad, sin embargo peligrosa, estúpida e imprudentemente, besarla en la forma que pensó nunca podría, en su vida, ser posible de nuevo. 

“No es más que un beso” repitió y escucho la aspereza de su propia voz, y se preguntó si ella lo escuchaba, también.


No es que importara – no había manera de ocultarlo. Era demasiado. El nunca habría querido que fuera de esa forma. Siempre hubo chicas. Se preguntó a sí mismo, en la oscuridad de la noche, mirando a las paredes en blanco de su habitación, lo que hacía a Clary tan diferente. Ella era hermosa, pero las otras chicas también lo eran. Era inteligente, pero había otras muchachas inteligentes. Ella lo entendía, se reía cuando él lo hacía, vio a través de las defensas que puso hasta que las había derribado. No había Jace Wayland más real que él vio en sus ojos cuando ella lo miró.

Pero aún así, tal vez, podría encontrar todo aquello en otro lugar. La gente se enamoraba, lo perdía, y seguía adelante. No sabía por qué él no podía. No sabía por qué ni siquiera quería. Lo único que sabía era que cualquier cosa que le debiera al Cielo o al Infiero por esta oportunidad, lo iba a tener en cuenta.


Se agachó y le tomó las manos, uniendo sus dedos con los de ella y susurrando en su oído. "Puedes cerrar los ojos y pensar en Inglaterra, si quieres,” le sugirió.

Los ojos de ella revolotearon cerrados, sus pestañas parecían líneas de cobre contra su pálida y frágil piel. "Nunca he estado en Inglaterra," repuso ella, y la suavidad, la ansiedad en su voz casi le deshizo. Nunca había besado a una chica sin saber que lo quería también, por lo general más que él, y ésta era Clary, y él no sabía lo que ella quería. Deslizó sus manos sobre ella, sobre las mangas de su camisa aferrándose a sus hombros. Sus ojos permanecía aun cerrados, pero ella temblaba y se apoyaba en él - apenas, pero fue suficiente el permiso.

Su boca cayó sobre ella. Y eso fue todo. Todo el auto-control que había ejercido en las últimas semanas se había ido, como el agua estrellándose a través de un dique roto. Sus brazos se acercaron al cuello y él la apretó contra él, ella era suave y flexible, pero sorprendentemente fuerte como nadie a quien él hubiese sostenido antes. Sus manos se aplastaron contra su espalda, presionándola contra el y ella estaba en la punta de los pies, respondiendo ferozmente a su beso. Paseó la lengua por sus labios, abriendo su boca debajo de la de ella y le supo a sal y dulce, como el agua de hadas. Se aferró a ella con más fuerza, anudando sus manos en su cabello, tratando de decirle, con la presión de su boca, todas las cosas que nunca le había dicho en voz alta: Te amo. Te amo y no me importa que seas mi hermana; no estés con él, no lo quieras, no te vayas con él. Permanece conmigo. Quiéreme. Quédate conmigo.

No sé como estar sin ti.

Sus manos se deslizaron hasta la cintura, asiéndola contra él, perdido en la sensación de espiral que le atravesaba los nervios, la sangre y los huesos, y él sabía que no había nada que hacer ni decir para detenerse o retirarse, pero pronto oyó un siseo de risa – la Reina de las hadas – en sus oídos, y lo sacudió de nuevo la realidad. Se apartó de Clary antes de que fuera demasiado tarde, abrió sus manos alrededor de su cuello y dio un paso atrás. Se sentía como cortando y abriendo su propia piel, pero se apartó.

Clary lo miraba fijamente. Sus labios estaban separados, sus manos permanecían abiertas al igual que sus ojos. Detrás de ella, Isabelle se acercaba boquiabierta, Simón miraba como si estuviera a punto de vomitar

“Ella es mi hermana”, pensó Jace. “Mi hermana”. Pero las palabras no significaban nada. Bien podría haber sido una lengua extranjera. Si alguna vez tuvo la esperanza de llegar a pensar en Clary simplemente como su hermana, esto - lo que había sucedido entre ellos - lo había estallado en miles de pedazos, como un meteorito colisionando contra la superficie de la tierra. Trató de leer la cara de Clary - ¿sintió ella lo mismo?Parecía como si quisiera simplemente dar la vuelta y huir. “Sé lo que sentiste” intentó decirle a ella con los ojos, y era un medio triunfo amargo y medio suplicante. Sabía que lo sentía, también. Pero no hubo respuesta en su cara, ella envolvió sus brazos alrededor de sí, de la misma forma en que lo hacía siempre cuando estaba molesta, y se abrazó a sí misma como si tuviera frío. Apartó la mirada de él.

Jace sintió como si su corazón estuviese siendo apretado por un puño. Se volvió hacia la reina. "¿Ha sido eso lo bastante bueno?" inquirió. "¿La ha divertido?"

La reina lo miró: una vista especial y secreta compartida entre ambos. Se les advirtió acerca de nosotros, parecía decir su mirada. Que les haría daño, destrozando como se puede romper a una ramita entre tus dedos. Pero tú, que pensabas que nunca podrías ser tocado – eres el que ha sido quebrado. "Mucho" respondió ella. "Pero no creo que tanto como a ustedes dos."

Del capítulo 14

Fuente: "Escena eliminada" de Ciudad de Ceniza en el sitio oficial
Nota de CC: Esta escena estaba en el ARC para cenizas pero luego fue eliminada. Es una buena escena para Isabelle, creo, pero en realidad no era necesaria para la historia. Comienza exactamente en la parte superior de la página 288 en la edición estadounidense de tapas duras de Ciudad de Ceniza

"Qué conveniente. Todos están inconscientes o aparentemente delirantes", dijo el Inquisidor. Su voz como de cuchillo atravesó la habitación, silenciando a todos. "Subterraneo, sabes perfectamente que Jonathan Morgenstern no debería estar en tu casa. Debería haber sido encerrado bajo el cuidado del brujo".

"Tengo un nombre, ya sabes", dijo Magnus. "No", añadió, pareciendo haberlo pensado dos veces antes de interrumpir al Inquisidor, "eso realmente importa. De hecho, olvídalo todo".

"Sé tu nombre, Magnus Bane", dijo el Inquisidor. "Y un poco más sobre ti, además. Fuiste criado por los Hermanos Silenciosos de Madrid en el siglo diecisiete. Te nombraron y te expulsaron del mundo cuando tenías dieciséis años. Sé lo que has hecho, las cosas preferirías quedarte escondido. Tardó tanto en construir tu reputación, una palabra mía podría derribarla de nuevo. Así que ten en cuenta muy, muy cuidadosamente, si deseas permanecer involucrado en esta situación. Has fallado en tu deber una vez, no tendrás otra oportunidad ".

"Falló en mi deber?" Magnus frunció el ceño. "¿Solo con traer al chico aquí? No había nada en el contrato que firmé que dijera que no podía traerlo conmigo a mi propia discreción".

"Ese no fue tu fracaso", dijo el Inquisidor. "Dejarlo ver a su padre anoche, ahora ese fue tu fracaso".

Hubo un silencio aturdido. Alec trepó del suelo, sus ojos buscando los de Jace, pero Jace no lo miró. Su rostro era una máscara.

Luke habló primero. "Eso es ridículo", dijo. Clary rara vez lo había visto tan enojado. "Jace ni siquiera sabe dónde está Valentine. Deja de perseguirlo"

"Perseguir es lo que hago, Subterraneo", dijo el Inquisidor. "Es mi trabajo." Ella se volvió hacia Jace. "Dime la verdad, ahora, muchacho", dijo, "y todo será mucho más fácil".

Jace levantó la barbilla. "No tengo que decirte nada".

"¿De Verdad?" Las palabras del Inquisidor fueron como el toque de un látigo. "Si eres inocente, ¿por qué no te exoneras? Cuéntanos dónde estuviste anoche. Cuéntanos sobre el pequeño bote de placer de Valentine".

Clary lo miró fijamente. Ella no podía leer nada en su cara. Fui a caminar, había dicho. Pero eso no significaba nada. Tal vez realmente se había ido a caminar. Pero su corazón, su estómago, se sintió enfermo. ¿Sabes qué es lo peor que puedo imaginar? Simon había dicho. No confiar en la persona que amas más que a cualquier otra cosa en el mundo.

Cuando Jace no habló, Robert Lightwood dijo, con su profunda voz de bajo: "¿Imogen? ¿Estás diciendo que Valentine está - estaba - en un bote?"

"En el medio del East River", dijo el Inquisidor. "Eso es correcto."

"Es por eso que no pude encontrarlo", dijo Magnus, medio para sí mismo. Él todavía parecía aturdido. "Toda esa agua - interrumpió mi hechizo"

"¿Pero cómo Jace llegaría hasta allí?" Dijo Luke, desconcertado.

"Los cazadores de sombras son buenos nadadores, pero el agua del río está helada y sucia"

"Voló", dijo el Inquisidor. "Tomó prestada una motocicleta del jefe del clan de vampiros de la ciudad y la llevó al barco. ¿No es así, Jonathan?"

Jace había dejado caer sus manos a los costados; estaban apretados en puños. "Mi nombre es Jace".

"No hay Jace. Jace es un fantasma, una construcción que tú y tu padre inventaron para engañar a los Lightwoods para que os amaran. Eres el hijo de tu padre y siempre lo has sido".

El inquisidor se volvió hacia Isabelle. "Ve por el lado de esta casa", dijo. "Encontrarás un callejón de basura angosto. Hay algo bloqueando el otro extremo, algo cubierto con una lona. Vuelve y cuéntanos qué es".

"Izzy". Jace está adelgazado por la tensión. "No tienes que hacer lo que ella te dice".

Los ojos oscuros de Isabelle estallaban como petardos. "Quiero hacerlo. Quiero demostrarle que ella está equivocada acerca de ti". Ella habló como si el Inquisidor no estuviera allí mientras se ponía de pie. "Vuelvo enseguida".

"Isabelle--"

Pero ella se había ido, la puerta se cerró suavemente detrás de ella. Luke se acercó a Jace y trató de ponerle una mano en el hombro, pero Jace lo sacudió y fue a pararse junto a la pared. El Inquisidor lo miraba con avidez, como si ella quisiera beber cada gota de su miseria como el vino. Perra viciosa, pensó Clary. ¿Por qué lo está torturando así?

Porque ella tiene razón. La respuesta llegó como si otra voz, una voz traicionera, estuviera hablando dentro de su cabeza sin su deseo o permiso. Él hizo exactamente lo que ella dijo que hizo, mirándole la cara.

Pero la cara de Jace estaba en blanco, sus ojos eran todo lo que vivía detrás de la fachada lisa e imperturbable. Tal vez esto era parte de algún plan suyo para desacreditar al Inquisidor. Aunque no parecía que temiera desacreditarse, parecía ...

La puerta principal se abrió de golpe con un estallido e Isabelle regresó a la habitación, su negro cabello azotando su cara. Miró desde el rostro expectante del Inquisidor hasta los preocupados de sus padres, desde la mandíbula apretada de Jace hasta el furioso ceño fruncido de Alec, y dijo: "No sé de qué está hablando. No encontré nada".

La cabeza del Inquisidor retrocedió como la de un rey cobra. "¡Mentirosa!"

"Ten cuidado con lo que llamas a mi hija, Imogen", dijo Maryse. Su voz era tranquila, pero sus ojos eran fuego azul.

El Inquisidor la ignoró. "Isabelle", dijo, aligerando su tono con un esfuerzo obvio, "tu lealtad a tu amigo es comprensible".

"Él no es mi amigo". Isabelle miró a Jace, que la miraba aturdida. "Él es mi hermano."

"No", dijo el Inquisidor, en un tono casi compasivo, "no lo es". Ella suspiró. "¿Se da cuenta de qué es una infracción grave de la Ley que niega información a un oficial de la Clave?"

Isabelle levantó su barbilla, sus ojos ardiendo. En ese momento ella se veía como nada más que una copia más pequeña de su madre. "Por supuesto que me doy cuenta. No soy estúpida".

"Cristo, Imogen", espetó Luke, "¿honestamente no tienes nada mejor que hacer que intimidar a un grupo de niños? Isabelle te dijo que no vio nada, ahora déjalo".

"¿Niños?" El inquisidor volvió su mirada carámbana hacia Luke. "Así como eras un niño cuando el Círculo planeó la destrucción de la Clave, así como mi hijo era un niño cuando él ..." Se atrapó con una especie de grito ahogado, como si ganara el control de sí misma por la fuerza principal. "Imogen--"

El rostro del Inquisidor se contorsionó. "¡Esto no se trata de Stephen! ¡Esto es sobre la Ley!" Se giró hacia Isabelle, quien retrocedió, sorprendida por la furia en el rostro de la mujer mayor. "¡Desafiandome, rompes la Ley, Isabelle Lightwood! ¡Podría hacerte despojar de tus Marcas por esto!"

Isabelle había recuperado su compostura. "Puedes tomar tu Ley", dijo en un tono mesurado, "y meterla en tu ..."

"Ella está mintiendo." Las palabras fueron pronunciadas rotundamente, casi sin afecto. Clary por un momento solo para darse cuenta de que estaba hablando Jace; se movió para pararse frente al Inquisidor, en parte bloqueando a Isabelle de su vista. "Tienes razón. Hice todo lo que dijiste que hice. Tomé la moto, fui al río, vi a mi padre, y volví y escondí la bicicleta en el callejón. Lo admito todo. Ahora deja a Isabelle sola ".

Ciudad de Cristal

Una oscura transformación

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare
Volviendose Sebastian: Un texto descartado de Ciudad de Cristal. La historia corta de como Jonathan Morgenstern tomo la identidad de Sebastian Verlac. Estuvo disponible en la edición especial de Ciudad de las Almas Perdidas en Walmart.
Era un bar muy pequeño situado en una calle estrecha y empinada de una ciudad amurallada llena de sombras. Jonathan Morgenstern llevaba sentado a la barra del bar al menos un cuarto de hora, tomando una copa, cuando se levantó y bajó la larga y desvencijada escalera que conducía al club. El sonido de la música parecía querer abrirse camino hacia arriba a medida que él bajaba: podía notar que la madera vibraba bajo sus pies.

El lugar estaba lleno de cuerpos que se retorcían y de un humo que lo disimulaba todo. Era el tipo de local por el que solían merodear demonios. Lo que lo convertía a su vez en el tipo de local que frecuentaban los cazadores de demonios.

Y el lugar ideal para alguien que iba a la caza de un cazador de demonios.

El humo de colores recorría el aire dejando tras de sí un vago aroma a ácido. Las paredes del club estaban cubiertas de grandes espejos. En ellos se vio a sí mismo atravesar la sala. Una esbelta figura vestida toda de negro, con el pelo igual que el de su padre, blanco como la nieve. Por la humedad, el calor y la ausencia de aire, notaba la camiseta empapada en sudor pegada a su espalda. Un anillo de plata brillaba en su mano derecha mientras ojeaba la estancia en busca de su presa.

Allí estaba, en la barra, como si intentara mezclarse con los mundanos.

Un chico. De unos diecisiete.

Un cazador de sombras.

Sebastian Verlac.

A Jonathan no le interesaba la gente de su edad —si había algo más aburrido que los adultos, eran los demás adolescentes— pero Sebastian Verlac era distinto. Jonathan lo había escogido, especial y específicamente del mismo modo en que ciertas personas elegirían un traje caro hecho a medida.

Jonathan caminó lentamente hacia él, dándose tiempo para estudiar al chico. Había visto fotografías, claro, pero la gente siempre resulta diferente en persona. Sebastian era alto, de la misma estatura que el propio Jonathan, y ambos compartían una constitución esbelta. Seguro que su ropa le quedaría perfecta. De pelo oscuro (Jonathan tendría que teñírselo, lo cual sería un engorro, pero no imposible). Sus ojos eran negros también, y sus rasgos, aunque irregulares, formaban un todo armónico: irradiaba una especie de carisma amigable que lo hacía atractivo. Su aspecto dejaba entrever lo poco que le costaría confiar en alguien, o sonreír.

Parecía bobo.

Jonathan se acercó a la barra y se apoyó en ella. Se volvió hacia el chico para que éste pudiera ver cómo lo observaba.

—Bonjour.

—Hola —respondió Sebastian en inglés, la lengua de Idris, aunque con un leve acento francés. Tenía los ojos entrecerrados. Parecía contrariado al saberse observado, como si se estuviera preguntando la naturaleza de Jonathan: ¿un camarada cazador de sombras, o tal vez un brujo sin ningún rasgo reconocible?

«Algo perverso se avecina  —pensó Jonathan— y ni siquiera te das cuenta.»

—Te enseñaré el mío si tú me enseñas el tuyo —sugirió, con una sonrisa. Podía verse sonreír en el mugriento espejo situado sobre la barra. Sabía que la forma en que la sonrisa iluminaba su rostro lo hacía casi irresistible. Su padre lo entrenó durante años para que pudiera sonreír así, como un humano.

La mano de Sebastian se tensó al agarrar la barra.

—Yo no...

Jonathan sonrió aún más y le tendió su mano para mostrarle la runa de clarividencia que tenía en el dorso. Sebastian expiró aliviado y sus ojos brillaron con complicidad, como si cualquier cazador de sombras fuese un camarada y un amigo en potencia.

—¿Vas tú también camino de Idris? —le preguntó Jonathan. Mantuvo en todo momento un tono profesional, como si soliera estar en continuo contacto con la Clave. Otro cazador de sombras dedicado a proteger a los inocentes. ¡Nunca se cansaba de aquello!

—Así es —respondió Sebastian—. Represento al Instituto de París. Soy Sebastian Verlac, por cierto.

—Ah, un Verlac. Una gran y antigua familia. —Jonathan aceptó su mano y le dio un firme apretón—. Andrew Blackthorn —dijo sin pestañear—. Del Instituto de Los Ángeles, originalmente, pero llevo un tiempo estudiando en Roma. Pensé que podría venirme aquí a echar un vistazo.

Había investigado a la familia Blackthorn, una gran estirpe, y sabía que éstos y los Verlac no habían coincidido en la misma ciudad al menos durante los últimos diez años. Estaba seguro de que no le costaría responder a un nombre falso: nunca le costaba. Tampoco es que se sintiera demasiado ligado a su nombre real, quizá porque siempre había sabido que no le pertenecía solamente a él.

El otro Jonathan se había criado en una casa no muy lejos de la suya, una que su padre solía visitar. El pequeño ángel de papá.

—Hacía mucho que no veía a otro cazador de sombras —continuó Sebastian. Llevaba un rato hablando, pero Jonathan se había olvidado de prestarle atención—. Qué alegría encontrarte aquí. Es mi día de suerte.

—Debe de serlo —murmuró Jonathan—. Aunque no todo se debe a la suerte, claro. Supongo que has oído algo sobre un demonio Eluthied que merodea por aquí.

Sebastian sonrió, tomó un último trago de su vaso y luego lo dejó sobre la barra.

—Cuando lo matemos, tomaremos una copa para celebrarlo.

Jonathan asintió con la cabeza e intentó parecer muy concentrado en buscar demonios por la sala. Estaban codo con codo, como un par de compañeros de armas. Estaba resultando tan fácil que casi le pareció aburrido: todo lo que había tenido que hacer era aparecer por allí, y aquí tenía a Sebastian Verlac ofreciéndose le como un cordero que se clava él mismo una espada afilada en el cuello. ¿Quién confiaba en cualquier extraño de ese modo? ¿Quién hacía amigos así de rápido?

Nunca había jugado limpio con los demás. Claro que nunca se le había brindado la oportunidad; su padre los había mantenido a él y al otro Jonathan separados. Un chico con sangre de demonio y otro con sangre de ángel: criarlos a ambos como propios y a ver cuál de los dos hace enorgullecer a papá.

El otro chico había fallado una prueba cuando era más joven y lo habían enviado fuera. Eso era todo lo que Jonathan sabía. Él en cambio había superado todas las pruebas que su padre le había propuesto. Quizá las había superado en exceso, demasiado bien, sin cometer un solo error, sin inmutarse ante la cámara de aislamiento, los animales, el látigo o la caza. Jonathan discernía una sombra en los ojos de su padre de vez en cuando, no sabía si de pena o de duda.

Pero ¿qué podía apenarlo? ¿Qué le hacía dudar? ¿No era Jonathan el guerrero perfecto? ¿No era todo lo que su padre había querido que fuera?

Los humanos eran muy complicados. 

A Jonathan nunca le había gustado la idea del otro Jonathan, de que su padre tuviera otro chico, otro que le hiciera sonreír a veces sin un atisbo de sombra en los ojos.

Una vez, Jonathan cortó las rodillas de uno de los muñecos con los que practicaba lucha, y se divirtió ensañándose con él un día entero: estrangulándolo, destripándolo y abriéndolo en canal del cuello al ombligo. Cuando su padre le preguntó por qué le había cortado parte de las piernas, Joanthan le dijo que quería saber qué se sentía matando a un chico de su propia estatura. 

—Disculpa, pero ahora no lo recuerdo  —  dijo Sebastian, quien por desgracia resultó ser bastante hablador  — . ¿Cuántos sois en tu familia?

—Oh, somos una gran familia – constestó Jonathan -. Ocho en total. Tengo cuatro hermanos y tres hermanas. 

Los Blackthorn eran, en efecto, ocho: la investigación de Jonathan había sido exhaustiva. No lograba imaginarse cómo sería convivir con tanta gente, con tanto desorden. Jonathan tenía una hermana, aunque no la conocía.

Su padre le contó que su madre se había marchado cuando él era un bebé. Estaba embarazada de nuevo e inexplicablemente triste y desolada porque no quería que su nuevo retoño fuera mejorado. Pero escapó demasiado tarde: Padre ya se había encargado de que Clarissa tuviese poderes angélicos.

Hacía tan sólo unas semanas, Padre había conocido a Clarissa por primera vez, y en su segundo encuentro Clarissa había demostrado que sabía utilizar sus poderes. Había enviado el barco de su padre al fondo del océano.

Una vez él y Padre controlaran y transformaran a los cazadores de sombras, echaran a perder su orgullo y su ciudad, Padre había decidido que Madre, el otro Jonathan y Clarissa vivirían con ellos.

Jonathan despreciaba a su madre por haberse escapado. Y su único interés en el otro Jonathan se debía a que le permitiría demostrar cuán superior le era: él era el verdadero hijo de Padre, su hijo de sangre, y su sangre tenía toda la fuerza de los demonios y del caos.

Pero le interesaba Clarissa.

“Clarissa nunca había decidido abandonarlo. Se la habían llevado y obligado a crecer entre mundanos, de todas las asquerosas criaturas posibles. Seguro que sabía que era distinta a todos los que la rodeaban, que estaba destinada a un futuro mejor, con todo su poder y su extrañeza latentes bajo su piel.

Debió de sentir que no había otra criatura como ella en el mundo.

Tenía una parte de ángel, como el otro Jonathan, no la sangre infernal que recorría sus venas. Él era realmente la hijo de su padre, fortalecido y forjado por los fuegos del infierno. Clarissa también era realmente hija de su padre, y ¿quién podría deducir los efectos de la extraña combinación entre la sangre de Padre y el poder del cielo que corría por sus venas? Quizá no fuera tan diferente a él.

La idea le entusiasmaba de una forma desconocida. Clarissa era su hermana; no le pertenecía a nadie más. Era suya. Lo sabía porque, aunque no soñaba muy a menudo (soñar era cosa de humanos), cuando su padre le explicó que su hermana había hundido su barco, soñó con ella.

Jonathan soñó con una chica caminando sobre las olas, su cabello era como una humareda escarlata alrededor de los hombros, enredándose y desenredándose en el viento indomable. Todo estaba oscuro, estaban en medio de una tormenta, y el mar embravecido mostraba restos de lo que había sido un barco y cuerpos que flotaban boca abajo. Ella los miraba con sus fríos ojos verdes y no sentía ningún miedo.

Clarissa lo había hecho: sembrar la destrucción como él mismo haría. En el sueño, se sentía orgulloso de ella. Su hermanita.”

"Y en el sueño reían juntos de todo el precioso desastre ocasionado a su alrededor. Estaban suspendidos sobre el mar; no podía herirlos, ya que la destrucción era su elemento. Clarissa metía en el agua sus manos, tan blancas como la luz de la luna. Al sacarlas estaban manchadas, y así se dio cuenta de que los mares eran de sangre.

Cuando Jonathan despertó de su sueño todavía sonreía.

Llegado el momento, había dicho Padre, estarían juntos, todos juntos. Jonathan debía esperar.

Pero no se le daba demasiado bien esperar.

—Tienes una expresión muy extraña —dijo Sebastian Verlac con voz clara y chillona, elevándola por encima del ruido de la música, al oído de Jonathan.

Jonathan se acercó a el y le susurró a su vez:

—Detrás tuyo. Demonio. A las cuatro.

Sebastian Verlac se volvió y el demonio, en forma de mujer de negra y abundante cabellera, se separó bruscamente del muchacho con el que estaba conversando y se escabulló entre la multitud. Jonathan y Sebastian lo siguieron hasta una puerta trasera en la que podía leerse SORTIE DE SECOURS en destartaladas letras rojas y blancas.

La puerta conducía a un callejón, que el demonio se apresuraba en atravesar para perderles la pista.

Jonathan saltó, tomó impulso en la pared de ladrillos contigua y usó la fuerza de su rebote para abalanzarse sobre la cabeza del demonio. Lo capturó al vuelo, espada rúnica en mano; oyó el silbido provocado al atravesar el aire.

"El demonio lo observó boquiabierto. La cara de mujer empezaba a deshacerse, y Jonathan vio aparecer sus verdaderas facciones: ojos de araña y boca con colmillos abierta de par en par. No le disgustaba. El líquido viscoso que corría por las venas de esa criatura también recorría las suyas.

Tampoco le inspiraba piedad. Mientras sonreía a Sebastian por encima del hombro del demonio, lo atravesó con su espada. Lo abrió en canal como había hecho antaño con el muñeco, del cuello al ombligo. Un grito descarnado resonó en el callejón al tiempo que el demonio se desvanecía, dejando tras de sí unas pocas gotas de sangre negra salpicadas en el pavimento.

—Por el Ángel —susurró Sebastian Verlac.

Miraba a Jonathan por encima de la sangre y el vacío entre ambos, con la cara pálida. Jonathan casi se alegró de ver que era lo suficientemente sensato como para estar asustado.

Pero no era así. Sebastian Verlac siguió sin darse cuenta de nada hasta el final.

—¡Eres increíble! —exclamó Sebastian con la voz rota pero llena de admiración—. ¡Nunca he visto a nadie moverse tan rápido! Alors, tienes que enseñarme a moverme así. En la vida he visto nada parecido a lo que acabas de hacer. 

—Me encantaría ayudarte —dijo Jonathan—, pero por desgracia debo marcharme en seguida. Mi padre me necesita, ¿sabes? Tiene planes. Y no puede llevarlos a cabo sin mí. 

Sebastian parecía decepcionado, por absurdo que resulte. 

—Oh, vamos, no me digas que te vas a ir —le dijo con voz persuasiva—. Cazar contigo ha sido divertidísimo, mon pote. Tenemos que volver a hacerlo algún día. 

—Me temo —respondió Jonathan con la mano en la empuñadura de su arma— que no va a ser posible. 

Sebastian no pareció demasiado sorprendido cuando Jonathan se abalanzó sobre él para matarlo. Notar la espada desgarrando la garganta de Sebastian y su sangre caliente desparramándose entre sus dedos hicieron reír a Jonathan. 

No sería conveniente que encontraran el cuerpo de Sebastian antes de tiempo, estropearía todo el juego, así que Jonathan lo acarreó por las calles como si estuviera acompañando a casa a un amigo que había bebido demasiado. 

En realidad no había tanta distancia hasta el pequeño puente que atravesaba el agua, débil como una verde filigrana o como huesos infantiles y mohosos. Empujó el cadáver hacia un lado y lo observó adentrarse en las aguas negras con un ligero sonido. 

El cuerpo se hundió sin dejar rastro, y ya se había olvidado de él antes incluso de que se hubiera hundido del todo. Vio los dedos curvarse con la corriente, como si volvieran a la vida e intentaran pedir ayuda, o al menos una explicación, y recordó su sueño: su hermana y un mar de sangre. El agua le había salpicado al caer el cuerpo al agua, había mojado sus mangas como símbolo de su bautismo con un nuevo nombre. Ahora era Sebastian. 

Fue paseando desde el puente hacia el barrio viejo de la ciudad, en el que se veían farolillos que escondían bombillas eléctricas, más decorado para los turistas. Se dirigía al hotel en el que se alojaba Sebastian Verlac. Lo había estudiado antes de ir al bar y había comprobado que le sería fácil entrar por la ventana y recuperar las pertenencias del chico. Después sólo le quedaba comprar un bote de tinte barato y... 

Un grupo de chicas con vestidos de noche pasó por su lado, notando su presencia, y una de ellas, ataviada con una falda plateada ajustada, lo miró directamente a los ojos y le sonrió. 

Se unió a ellas. 

—Comment tu t’appelles, beau gosse? —le preguntó otra de las chicas con voz ligeramente seductora—. ¿Cual es tu nombre guapo? 

—Sebastian —respondió rápidamente, sin dudarlo ni un segundo. Era la persona que le tocaba ser a partir de ahora, la que los planes de su padre necesitaban que fuera, en quien debía convertirse para seguir el camino que conduciría a la victoria y a Clarissa—. Sebastian Verlac. 

Miró al horizonte y pensó en las torres de cristal de Idris rodeadas de sombras, llamas y ruinas. Pensó en su hermana esperándolo en algún lugar del mundo. 

Sonrió. 

Supo que le iba a gustar ser Sebastian. 

Una partida repentina

Fuente: Simon & Schuster
El primer capítulo original de City of Glass, con un comentario de Cassie sobre lo que se cambió y por qué lo cambió. Verifique el enlace de arriba para el comentario de la nota al pie.

Clary cerró su mochila y miró alrededor de la habitación para ver si había olvidado algo. Madeleine le había dicho que haría frío en Idris debido a la gran elevación, por lo que había empacado sus camisas de manga larga, algunos jeans y sus suéteres. Ella no tenía un abrigo de invierno, pero no planeaba estar en Idris lo suficiente como para necesitar uno. Solo iba lo suficiente para obtener lo que necesitaba para ayudar a su madre. Entonces ella estaría de vuelta.

Por tercera vez en quince minutos, ella marcó el número de Simon en su teléfono móvil. Sonó y sonó, finalmente se dirigió al correo de voz.

Era la voz de Eric, no la de Simon, en el mensaje grabado. "Señoras, señoras", dijo. Aunque era la enésima vez que había escuchado la grabación, Clary no pudo evitar poner los ojos en blanco. "Si has llegado a este mensaje, eso significa que nuestro niño Simon está de fiesta. Pero por favor no peleen entre ustedes. Siempre hay suficiente Simon para todos. Hubo un grito ahogado, algunas risas y luego el prolongado sonido del pitido.

Ella colgó con el ceño fruncido. ¿Donde estuvo el? Él sabía que ella se iría hoy. ¿Cómo podría no estar aquí para desearle un viaje seguro?

Por supuesto, su último encuentro había sido un poco tenso. Se había sentado en su cama, mirándola con un miedo casi aterrador mientras ella hablaba sobre Madeleine e Idris y la cura de su madre.

"Verás, mi madre sabía que Valentine vendría a buscarla algún día", le había dicho sin aliento. "Ella sabía que trataría de torturar la ubicación de la Copa Mortal si pudiera". Ella usó esta poción que le hizo hacer brujo. Ella lo trajo a Nueva York con ella de Idris. Sabía que la pondría en una especie de animación suspendida, por lo que no sería útil para Valentine. Ella debe haberlo tomado cuando escuchó que el Ravener venía por ella. ¿No lo ves? Es por eso que los médicos no pueden encontrar nada malo con ella. Lo único que la curará es tomar la misma poción de nuevo ".

"Entonces, ¿dónde se supone que debes obtener más de la misma poción?", Preguntó Simon. "No parece ser algo que puedas recoger en la bodega local".

"Tendría que provenir del mismo brujo que lo hizo en primer lugar".

"¿Te refieres a Magnus Bane?" Dijo Simon. "Él era el hechicero que tu madre solía usar para esos hechizos de memoria, así que ..."

"No, no fue Magnus. ¿No estabas escuchando? Ella trajo la poción de Idris. Era alguien que ella conocía allí ".

"Entonces ...?" Simon dejó que el resto de la frase colgara delicadamente en el aire.

"Voy a ir a Idris", le dijo Clary.

Él palideció. Como ya estaba muy pálido, esto fue impresionante. "¿A Idris? ¿Por tí mismo? Clary-"

"No solo. Con los Lightwoods. Madeleine dice que irán de todos modos. Tienen que: La Clave está recordando a todos los jefes de los cónclaves en diferentes ciudades a Idris para algún tipo de reunión en la cumbre ".

"Pero ir a Idris, no parece seguro, Clary"

"Seguro como en cualquier otro lado", dijo Clary. "Quiero decir, sin nadie seguro de lo que Valentine va a hacer a continuación, o incluso dónde está ..."

"Tal vez es mejor para ti estar con los Lightwoods", dijo Simon después de una pausa. "Con Jace, de todos modos. Él nunca dejaría que te ocurriera nada ".

Él no dijo: "¿Qué me va a pasar mientras estás fuera? pero Clary sabía que lo estaba pensando. Simon solo había sido un vampiro un poco menos de una semana y todavía estaba tratando de adaptarse. Ella era una de las pocas personas con las que podía hablar al respecto, y se estaba yendo. Pensó en lo que debe ser para él, guardando ese secreto, yendo a la escuela todos los días, fingiendo que las cosas estaban bien. "Simon, lo siento ..."

Agitó su disculpa. "Tienes que hacer lo que tienes que hacer para ayudar a tu madre", dijo. "No me pondría en tu camino".

"Puedes pasar el rato con Luke", dijo ella. "Él estará aquí. En su mayoría en el hospital, pero él está cerca, y tu sabe que no le importa si necesita alguien con quien hablar ".

"Puedo hablar con Maia", dijo Simon

"Genial", dijo Clary, con una marcada falta de entusiasmo. Maia también era un hombre lobo. Un hombre lobo enamorada de Simon. Clary nunca había sido capaz de sentir afecto por ella, aunque lo había intentado. "Supongo que ella debe saber por lo que estás pasando, ¿eh?"

Simon no respondió. "Este es tu plan, acerca de ir a Idris", dijo. "¿Jace lo sabe?"

Clary negó con la cabeza.

"Va a enloquecer".

"No, no lo hará", dijo Clary. "Él estará bien".

Jace no estaba bien.

"No vas a ir", dijo. Estaba pálido, mirando; la miró como si ella se hubiera acercado sigilosamente y le hubiera golpeado en el estómago. "Si tengo que atarte y sentarme contigo hasta que este caprichoso capricho tuyo pase, no vas a ir".

"¿Por qué no?" Dijo Clary. La franqueza de la pregunta pareció enojar aún más a Jace. "Porque no es seguro".

"Ah, ¿y es tan seguro aquí?" Espetó Clary. "Casi he sido asesinado una docena de veces en el último mes, y cada vez ha estado aquí en Nueva York".

"Eso es porque Valentine se ha estado concentrando en los Instrumentos Mortales que estaban aquí." Jace habló con los dientes apretados. "Él va a cambiar su enfoque a Idris ahora, todos lo sabemos-"

"No estamos tan seguros de nada como todo eso", dijo Maryse Lightwood. Clary casi había olvidado que la mujer mayor estaba allí en la biblioteca con ellos. Estaba sentada detrás de lo que Clary siempre pensaría como el escritorio de Hodge, una gruesa tabla colocada sobre las espaldas de ángeles de caoba arrodillados. Las líneas agudas de agotamiento dibujaron la cara de Maryse hacia abajo. Su esposo, Robert Lightwood, había sido herido por el veneno de un demonio durante la batalla de la semana pasada, y había necesitado una enfermera constante desde entonces. "Y la Clave quiere ver a Clarissa, lo sabes, Jace".

"La Clave puede atornillarse a sí misma", dijo Jace.

Maryse frunció el ceño.

"La Clave quiere muchas cosas", agregó Jace. "No necesariamente debería obtenerlos a todos".

Maryse le lanzó una mirada, como si supiera exactamente de lo que estaba hablando y no lo apreció. "La Clave a menudo tiene razón, Jace. No es irrazonable que quieran hablar con Clary, después de lo que ha pasado. Lo que ella podría decirles ...

"Les diré lo que quieran saber", dijo Jace. "Me estarán interrogando durante semanas como están".

"Y espero que cuando lo hagan serás un poco más cooperativo y un poco menos obstinado", dijo Maryse. Giró sus ojos azules, tanto como los de Alec, en Clary. "Entonces quieres ir a Idris, ¿verdad?"

"Solo por unos días", dijo Clary. "No seré ningún problema. Madeleine incluso dijo que podía quedarme en su casa. Ella tiene uno en Alicante ".

"Sé que ella lo hace. La pregunta no es si tendrás algún problema; la pregunta es si estarás dispuesto a reunirte con la Clave mientras estás allí. Quieren hablar contigo. Si dices que no, dudo que podamos obtener la autorización para llevarte con nosotros ".

Jace estaba sacudiendo la cabeza.

"Me reuniré con la Clave", dijo Clary.

Maryse se frotó las sienes con las yemas de los dedos. "Entonces está arreglado". Sin embargo, ella no parecía estar tranquila; sonaba tan tensa y frágil como una cuerda de violín apretada hasta el punto de ruptura.

"Pero-" comenzó Jace.

Maryse agitó su mano hacia él en señal de despedida. "Es suficiente, Jace".

La boca de Jace era dura. "Te sacaré, Clary".

"Puedo salir", dijo, pero Jace ya la tenía cogida del codo y la estaba conduciendo hacia la puerta. Apenas habían salido al pasillo cuando él bajó el brazo y se giró para mirarla, frunciendo el ceño como una gárgola. "¿No escuchaste una palabra de lo que dije, Clary? Te dije que no puedes venir ".

"Pero Maryse dice que puedo, y no das las órdenes por aquí, ¿verdad?"

"Maryse confía demasiado en la Clave", dijo Jace. Echó a andar por el pasillo, haciendo que Clary luchara para mantener el ritmo. "Ella tiene que creer que son perfectos, y no puedo decirle que no lo son, porque-"

"Porque eso es algo que Valentine diría".

Sus hombros se tensaron. "Nadie es perfecto", fue todo lo que dijo. Estaban en el vestíbulo ahora; extendió la mano y apuñaló el botón del elevador con su dedo índice. "Ni siquiera la Clave".

Clary cruzó sus brazos sobre su pecho. "¿Es realmente por eso que no quieres que vaya? Porque no es seguro? "

Un parpadeo de sorpresa cruzó su rostro. Había sombras que le resonaban en los ojos, notó Clary sin querer, y oscuros huecos bajo sus pómulos. El suéter negro que llevaba solo hacía que su piel más clara y marcada por moretones resaltara más, y también las pestañas oscuras; era un estudio de contrastes, algo para pintar en tonos de negro, blanco y gris, con toques de oro aquí y allá, como sus ojos, para un color de acento ...

"¿Qué quieres decir?" Dijo Jace, sacándola de su ensoñación de pintura mental. "¿Por qué no querría que vinieras?"

Ella tragó saliva. "Porque-" Porque me dijiste que ya no tienes sentimientos hacia mí, y ves, eso es muy incómodo, porque todavía los tengo para ti. Y apuesto a que lo sabes.

"¿Porque no quiero que mi hermanita me siga a todas partes?" Había una nota aguda en su voz, mitad burla, mitad de otra cosa. El ascensor llegó con estrépito; extendió la mano para abrir la adornada puerta y la suave lana de su suéter le hizo cosquillas en la nuca.

"No iré allí porque estarás allí". Voy allí porque quiero ayudar a mi madre. Te lo dije."

"Puedo ayudarla por ti. Dime a dónde ir, a quién preguntar. Conseguiré lo que necesitas ".

Ella entró en el ascensor y se volvió hacia él. "Madeleine le dijo al brujo que sería yo quien vendría. Esperará a la hija de Jocelyn, no al hijo de Jocelyn.

"Entonces dile que hubo un cambio de planes. Yo iré, no tú ".

Ella se mordió el labio. "Madeleine dijo-"

"Madeleine dijo, dijo Madeleine," imitó salvajemente. "¿Esa mujer te ha lavado el cerebro?"

"Ella dijo," continuó Clary, "que el hechicero podría incluso no creer que eres quien dices ser. Dijo que la mitad de la gente de Idris cree que eres realmente el hijo de Valentine. Entonces, ¿qué te hace pensar que alguien que la ayudó incluso te ayudaría? Quiero decir, la razón por la que mi madre tomó esa poción en primer lugar fue para mantener las manos de Valentine fuera de ella- "

"¿Y no soy mejor que él? ¿Es eso lo que dices?

"¿Qué? No, por supuesto que no, sabes que creo que no eres como él, Jace ...

"Aparentemente", dijo, "no es suficiente para transmitir esa información a Madeleine".

Cerró la puerta entre ellos. Por un momento, ella lo miró a través de él: la malla de la puerta dividía su rostro en una serie de formas de diamantes, delineadas en metal. Un único ojo dorado la miró a través de un diamante, furiosa ira parpadeando en sus profundidades.

"Jace-" ella dijo, otra vez.

Pero con una sacudida y un traqueteo, el ascensor ya se movía, llevándola al oscuro silencio del Instituto.

Esa fue la última vez que vio a Jace. No había descolgado el teléfono cuando lo llamó desde entonces, por lo que había hecho todos sus planes para viajar a Idris con los Lightwoods utilizando a Alec como punto de referencia algo reticente y avergonzado. Alec. Ella suspiró y volvió a abrir su teléfono. Bien podría llamarlo y ver a qué hora iban a recogerla cuando salían de la ciudad.

Como ya no había un Portal en funcionamiento en el área de Manhattan, iban a tener que conducir a un lugar que no le habían revelado y utilizar un Portal allí. Eran tan reservados, Cazadores de sombras, pensó; era como si nunca pudieran olvidar esa parte de ella que había sido criada para creer que era mundana, ordinaria. Ella nunca sería realmente una de ellas, conocedora de sus secretos.

Alec tampoco respondía su teléfono. Clary cerró su teléfono móvil y maldijo. "Por el Ángel-"

Una risa suave llegó desde su puerta. Ella giró en redondo. Era Luke, con las manos en los bolsillos, mirándola con una expresión de cariño mezclado con diversión. Su camisa de franela estaba arrugada; probablemente había vuelto a dormir en la silla de plástico del hospital. "Ahora incluso estás jurando como un Cazador de sombras", dijo.

"Supongo que es atrapante", dijo Clary. Ella le sonrió. "Me alegra que vinieras a despedirte de mí, al menos".

"Nos despedimos anoche", le recordó Luke. Eso era cierto. Habían ido al hospital a ver a Jocelyn. Clary había besado a su madre y le había prometido que cuando regresara, tendría la cura de Jocelyn. Madeleine había estado allí, aunque ella y Luke eran extraños y rígidos el uno con el otro y le había prometido a Luke que cuidaría bien de Clary en Idris. Y luego, Clary y Luke habían regresado a la casa de Luke, habían comido pizza y habían mirado televisión hasta la medianoche, cuando regresó al hospital.

"Bueno, Simon parece haber decidido echarme, así que es bueno tener un segundo adiós de alguien".

"Probablemente solo esté preocupado de que vayas a Idris".

"Estás preocupado, y todavía apareces".

"Tengo el beneficio de la experiencia que me dice que el mal humor no resuelve nada", dijo Luke con una sonrisa. "Además, no tiene sentido tratar de decirte a ti o a tu madre qué hacer." Alargó la mano hacia atrás y sacó una bolsa de papel marrón. "Aquí, te conseguí algo para tu viaje".

"¡No tienes que hacer eso!" Protestó Clary. -Has hecho tanto ... Pensó en la ropa que le había comprado después de que todo lo que poseía había sido destruido. Le había dado un nuevo teléfono, nuevos suministros de arte, sin tener que pedirle nada. Casi todo lo que poseía ahora era un regalo de Luke.

"Yo quería". Él le entregó la bolsa.

El objeto dentro estaba envuelto en capas de papel de seda. Clary lo atravesó, su mano se apoderó de algo suave como la piel de un gatito. Ella lo sacó y dio un grito ahogado: era un abrigo de terciopelo color verde botella, anticuado con un forro de seda dorado, botones de latón y una amplia capucha. Ella lo dibujó, alisando sus manos con amor por el material blando. "Parece algo que Isabelle usaría", exclamó.

"Exactamente. Ahora te vestirás más como uno de ellos ", dijo Luke. "Cuando estás en Idris".

Ella lo miró a él. "¿Quieres que luzca como uno de ellos?"

"Clary, tú eres uno de ellos". Su sonrisa estaba teñida de tristeza. "Además, ya sabes cómo tratan a los de afuera. Cualquier cosa que puedas hacer para encajar . "

Un espasmo de culpa se apoderó de ella. "Luke, desearía que vinieras conmigo-"

"No es seguro para mí en Idris. Tú lo sabes. Además, no puedo dejar a Jocelyn ".

"Pero-" Clary se calló cuando sonó su teléfono. Ella se zambulló, revolviendo entre las sábanas enredadas y las pilas de papel de seda desechado. Ella apareció agarrándolo triunfalmente.

"¿Es Simon?", Preguntó Luke.

Echó un vistazo al número en la pantalla y su sonrisa se desvaneció en una expresión de perplejidad. "Es Jace". Abrió el teléfono. "¿Hola?"


"Clary?" Su voz familiar envió un escalofrío por su espina dorsal. "¿Dónde estás?"

"Estoy en casa de Luke. ¿Dónde más estaría? "

"Bien". Hubo una nota de alivio en su voz que la sorprendió. "Permanece allí."

"Por supuesto que me quedo aquí". Estoy esperando que ustedes vengan a recogerme. Ella vaciló. "Vienes a recogerme, ¿verdad?"

Él estaba en silencio.

"Jace, ¿qué está pasando? Ha pasado algo? ¿No vamos a ir a Idris ...?

Jace suspiró. "Nos vamos", dijo. "Pero no lo eres."

"¿Qué quieres decir con que no voy?" Su voz se disparó varias octavas. Luke hizo una mueca. "¡Maryse dijo que podía irme! ¡Revisamos esto! "

"Hubo un cambio de planes", dijo Jace. "No vendrás después de todo".

"Pero la Clave quería encontrarse conmigo"

"Resultó", dijo Jace, "que había alguien con quien querían conocer más". Y he hecho que tu no sea una condición para traerlo ".

Clary sintió como si hubiera pisado un cubo de agua helada.

"¿De traer a quién?", Susurró.

"Simon", dijo Jace.

"¿Qué quiere la Clave con Simon? Él es solo un mundano ...

"No es mundano, Clary. Él es un vampiro. Un vampiro que puede caminar a la luz del sol. El único vampiro que puede caminar a la luz del sol que cualquiera haya escuchado en toda la historia de la Clave. Por supuesto, están interesados ​​en él ".

"¿Lo van a lastimar?"

"No", dijo Jace, impaciente. "Por supuesto no. Ellos dieron su palabra oficial de que no lo harían ".

"No te creo", dijo Clary. Ella tomó un aliento tembloroso. "Jace, no hagas esto. No iré, está bien, prometo que me quedaré aquí, pero por favor no te lleves a Simon contigo ".

"Sin embargo, el peligro estaba bien para ti, ¿no?", Dijo enojado Jace. "Clary, Simon tampoco estará a salvo aquí. Él es único. Una aberración mágica. Ya hay rumores que circulan por Downworld sobre su existencia. Los vampiros sostuvieron un concilio anoche sobre qué hacer con él, algunos estaban a favor de matarlo directamente como una mutación peligrosa, y otros querían experimentar con él para ver si lo que le sucedió podía reproducirse. Sin mencionar que él es el enemigo público número uno de los hombres lobo ...

"Pero Luke controla los licántropos-"

"¡No todos los licántropos en el mundo, Clary! ¿Qué le pasó a Simon? Es enorme, no tiene precedentes. Todos querrán una parte de él. El lugar más seguro para él está en Idris, con el Clave, especialmente cuando no vamos a estar aquí para protegerlo ".

"Y dijiste que Maryse confía demasiado en la Clave. Deberías hablar ", dijo Clary con amargura. "¿Cómo pudiste hacer esto, Jace? Mi madre-"

"Sé lo que tu madre necesita para recuperarse", dijo Jace. "Y lo conseguiré para ti, te doy mi palabra sobre el Ángel".

"Por lo que sea que eso valga. No lo entiendo, Jace. ¿Por qué estás haciendo esto?"

Vaciló, solo por una fracción de segundo, entre una respiración y la siguiente. Su voz, cuando habló, era plana. "No puedo creer que no lo sepas".

"No hagas esto", dijo ella. Una pequeña parte de ella se preguntaba si estaría siendo irracional, pero estaba abrumada por su abrumadora sensación de abandono y terror. "Por favor, Jace-"

"Lo siento, Clary", dijo, y colgó.

Silencio. Clary marcó su número nuevamente y obtuvo una señal estática de ocupado. Pulsó el botón para volver a marcar y encontró el teléfono suavemente apreciado de su mano. "Clary", dijo Luke, sus ojos azules llenos de compasión. "Por lo que sabemos, probablemente ya haya pasado por el Portal. No tiene sentido-"

"¡Eso no es verdad!", Le gritó. "¡Ni siquiera se suponía que se hubieran ido todavía! ¡No pueden estar fuera!

"Clary-"

Pero ella ya estaba empujando más allá de él, su aliento duro en los oídos mientras corría fuera de la casa y bajaba por la calle Kent, en dirección al metro.

A Clary le llevó varios minutos despegar el glamour del Instituto hoy. Parecía como si otra capa de disfraz hubiera sido añadida a la vieja catedral, como una nueva capa de pintura. Arrastrándolo con su mente se sintió duro, incluso doloroso. Finalmente desapareció y pudo ver la iglesia tal como era. Las altas puertas de madera brillaban como si acabaran de ser pulidas.

Ella puso su mano en el pomo. Soy Clary Morgenstern, una de las Nephilim, y pido la entrada al Instituto-

La puerta se abrió. Clary entró. Miró a su alrededor, parpadeando, tratando de identificar qué era lo que se sentía de alguna manera diferente sobre el interior de la catedral.

Se dio cuenta de que la puerta se cerró detrás de ella, encerrándola en una negrura aliviada solo por el tenue resplandor de la ventana de la rosa que estaba muy arriba. Nunca había estado dentro de la entrada del Instituto cuando no había docenas de llamas encendidas en los elaborados candelabros que se alineaban en el pasillo entre los bancos.

Ella sacó su piedra de luz mágica de su bolsillo y la levantó. La luz se encendió, enviando brillantes picos de iluminación que se filtraban entre sus dedos. Iluminó las esquinas polvorientas del interior de la catedral mientras se dirigía al elevador que estaba en la pared cerca del altar desnudo. Ella señaló con impaciencia el botón de llamada.

No pasó nada. Después de medio minuto pasó, presionó el botón otra vez, y otra vez. Apoyó la oreja en la puerta del ascensor y escuchó. No es un sonido. El Instituto se había vuelto oscuro y silencioso, como una muñeca mecánica cuyo mecanismo de relojería finalmente se había agotado.

Clary dio un paso atrás y colapsó en uno de los bancos. El asiento era duro, angosto e incómodo, pero apenas lo notó. Se habían ido. Ido a Idris, donde no podía seguir. Salió de su vida, llevando a Simon a donde no podía protegerlo. Ella recordó a Magnus diciendo, "Cuando tu madre huyó del Mundo de las Sombras, era a ellos a quienes se estaba escondiendo. No los demonios. Los cazadores de sombras. Había tenido razón, y se había equivocado al confiar en los Nephilim. Ella había pensado que los Lightwood se preocupaban por ella, pero lo único que le importaba a cualquiera de ellos era su preciosa Clave. Incluso Jace-

Ante ese pensamiento, su garganta se contrajo y sintió que las lágrimas se derramaban en una inundación caliente. Ella se sentó llorando, agarrando la piedra mágica contra su pecho, donde latía y resplandecía como un corazón luminoso.

"Clary." La voz suave salió inesperadamente del silencio detrás de ella, haciéndola girar en su asiento. Una figura alta estaba detrás de ella, como un espantapájaros desgarbado. Vestía un traje de terciopelo negro sobre una remera brillante de color verde esmeralda, y varios anillos brillantemente enjoyados brillaban en sus dedos estrechos. También hubo botas de fantasía y una buena cantidad de brillo.

"¿Magnus?" Clary susurró.

"Clary, cariño". Su voz era tan musical como siempre. Se sentó junto a ella en el banco, su capa moviéndose a su alrededor como humo. "¿Estás bien?"

"No. Se han ido, y se llevaron a Simon-Jace me llamó y dijo, dijo- "

"Lo sé", dijo Magnus. "Fue un sucio truco para jugar. Él tiene mucho de su padre en él, tu hermano Jonathan ".

Un día antes, incluso una hora, Clary le habría dicho que no dijera algo así. Ahora ella solo se mordió el labio. "¿No hay nada que pueda hacer?", Estalló. "Debe haber alguna manera de llegar a Idris-"

"El aeropuerto más cercano es un país terminado. Si pudieras atravesar la frontera, asumiendo que incluso pudieras identificar el límite, habría un largo y peligroso viaje por tierra después de eso, a través de todo tipo de territorio de Downworlder. Nunca lo lograrías, no viajarías por tu cuenta ".

Ella se volvió hacia él. "Pero tu-

"Tendría que desobedecer una orden directa de la Clave para llevarte a Idris, Clary", dijo Magnus. "Me gustas, pero no tanto".

Ella soltó una carcajada. "¿Qué tal un Portal? ¿Si pudiera llegar a un Portal?

"No puedes. Los portales de Renwick y Madame Dorothea fueron destruidos, y no tengo idea de dónde podrían estar otros Portals. Ese tipo de información está estrechamente protegida. Y tengo que decírtelo, Clary ...

"Déjame adivinar. La Clave te ha ordenado que no me ayudes de ninguna manera. Clary habló con amargura. "Sé cómo funcionan ahora. Si Jace hizo algún tipo de trato con ellos, entonces probablemente fueron bastante cuidadosos al darle lo que él pidió ".

"¿Qué pidió?", Preguntó Magnus, los ojos de su gato chispeando con curiosidad.

"Creo que les dijo que les traería a Simon si pudieran prometerme que me mantendría alejado de lo que esté sucediendo en Idris", dijo Clary, casi de mala gana.

La boca de Magnus se curvó en la esquina. "Él realmente debe amarte".

"No", dijo Clary. "Creo que simplemente no me quiere cerca. Lo hago sentir incómodo ".

Magnus murmuró algo. Sonaba como un expletivo exasperado seguido de la palabra Cazadores de sombras, pero Clary no podía estar segura. "Mire", dijo. "Creo que Jace probablemente tenga razón. Manténgase al margen de lo que está sucediendo en Idris: será un área de desastre político".

Ella lo miró a él. La luz de la piedra mágica atrapó los bordes de sus afilados pómulos y el oro en sus ojos de gato. "Pero Simon", dijo ella. "¿Crees que él estará bien?"

"¿No dijo Jace que se aseguraría de que no le pasara nada?"

"Sí", dijo Clary. "Juró sobre el Ángel".

"Entonces estoy seguro de que él estará bien", dijo Magnus, pero ella había captado la leve vacilación en su voz antes de hablar. Ella no dijo nada en respuesta, solo se volvió la piedra mágica entre sus dedos, viendo la luz parpadear sobre el material verde oscuro de su abrigo. Hace solo una hora, había estado tan feliz de ponérselo-

"Simon es algo muy especial, Clary", agregó Magnus. "Un vampiro que puede soportar la luz del día. Él no está indefenso. Es posible que no necesite tu protección. Haría bien en aprender a usar los dones que tiene. Se puso de pie, una figura espectacularmente alta y delgada, oscura y con forma de araña en la tenue luz. "Como lo harías tú".

Llegada alternativa de Simon a Alacante

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare
Nota de CC: en la versión original de la historia, Simon terminó en Idris como resultado del engaño de Jace y no como un accidente. Decidí que no me gustaba eso, hacía a Jace demasiado manipulador y a Clary demasiado indulgente con su mal comportamiento, así que lo alteré; Esta es, sin embargo, la primera escena original en la que Simon se despierta en Alacante y conoce a Sebastian y Aline. Bono: inclusión del misterioso apellido de Simon. Del Capítulo 2, Las torres de los demonios de Alacante.

"¿Dónde estamos?" Simon siseó entre dientes.

"Alacante", dijo Jace. "La Ciudad del Cristal". Y cuando Simon solo lo miró, agregó con un toque de impaciencia: "Estamos en Idris". Se asomó un poco por la ventana. "Ves", dijo, indicando las torres, "esas son las torres de los demonios". Están hechas del mismo material del que están hechas nuestras estelas y cuchillos serafín. Es un repelente de demonios- "

"¿Por qué me has traído hasta aquí?", exigió Simon, interrumpiendo la lección de Jace sobre la geografía local.

Los ojos de Jace se encontraron con los de él, y por un momento hubo algo en ellos, algo que suplicaba, y luego Jace dijo: "Estuviste de acuerdo. Esto es por Clary".

"¡No acepté nada!" Simon golpeó el alféizar de la ventana con su puño. Había esperado que doliera, pero no fue así; todavía no estaba acostumbrado a su nueva fuerza, y el golpe dejó una abolladura en la piedra. "Espera". Se le ocurrió una idea. "Clary, ¿te refieres a que ella está aquí?" Se giró como si esperara verla, pero solo había la misma habitación de piedra. "¿Donde esta ella?"

Jace se apartó el pelo con impaciencia. "Ella no está aquí, eso es todo. La cambié por ti".

"¿Tu qué? ¿De qué estás hablando? ¿Por qué alguien me querría en lugar de Clary?

"Mírame", dijo Jace con un poco de su vieja malicia, "ciertamente no lo haría, pero la Clave es un poco peculiar de esa manera. Ellos tienen sus maneras -"

"¿La Clave?" Simon miró a Jace. "¿Me trajiste aquí porque la Clave quería a Clary, y tú accediste a dársela?"

"Lo sé, un truco sucio, ¿no?" Comentó una voz ligera. Simon se volvió y vio a Isabelle Lightwood de pie en la puerta abierta. Vestía pantalones oscuros y una chaqueta de cuero blanca ajustada contra la cual su cabello parecía increíblemente negro. Junto a ella estaba su hermano, Alec, con vaqueros y una camiseta de manga larga con una marca rúnica negra garabateada en el frente. "Jace no nos dijo que no lo sabías hasta que ya estuvimos a través del Portal", continuó Isabelle, ignorando la mirada sucia que Alec le estaba dando. "Mamá y papá estaban furiosos, pero ¿qué pueden hacer? La Clave es la Clave y Jace hizo un trato con ellos. No podríamos regresar aunque quisiéramos".

"No hice un trato", dijo Simon. Miró desde el rostro impasible de Jace a Isabelle, sonriendo como si todo fuera un juego, a Alec, quien lo miró por sus sospechosos ojos azules y no dijo nada. "No estaba de acuerdo con nada de esto".

"Lo hiciste", dijo Jace, "cuando dijiste que harías cualquier cosa por Clary". Esto es cualquier cosa".

Jace lo miraba casi expectante; Simon sintió una chispa de ira dentro de él parpadear y luego morir. "Bien". Se alejó de la ventana. "Dije que haría cualquier cosa por Clary, y es verdad. Pero dime una cosa: ¿por qué quieres que Clary salga tan mal de Idris?

"Oh, no me importa de una manera u otra", dijo Isabelle alegremente, luego vio la expresión de Simon y levantó las manos. "Lo siento, le estabas preguntando a Jace, ¿verdad?"

"Isabelle", dijo Alec, en una voz como un gemido.

Jace solo miró a Simon, constantemente. Por un momento, Simon pensó que no iba a decir nada en absoluto. Finalmente, suspiró. "Mira, Simon -"

"¿Es ese el vampiro?" Dijo una voz suave desde la entrada. Una delgada adolescente estaba allí, un chico alto y moreno a su lado. La chica era pequeña, con el pelo negro brillante retirado de su rostro y una expresión traviesa. Su delicada barbilla se reducía a una punta como la de un gato. Ella no era exactamente bonita, pero era muy llamativa.

El chico a su lado era más que sorprendente. Probablemente era de la altura de Jace, pero parecía más alto: era ancho de hombros, con un rostro elegante e inquieto, todos pómulos marcados y ojos negros. Había algo extrañamente familiar en él, como si Simon lo hubiese conocido antes, aunque sabía que nunca lo había conocido. Los negros remolinos de tinta de las marcas se levantaban del cuello de la camisa del chico, y había una marca curva en su rostro, justo debajo de su ojo izquierdo, lo que sorprendió a Simon: la mayoría de los Cazadores de sombras cuidaban de mantener a las marcas fuera de sus rostros.

"¿Podemos verlo?", continuó la chica, entrando en la habitación, el chico justo detrás de ella. "Nunca antes había estado tan cerca de un vampiro, ni siquiera uno que no estuviera planeando matar. No puedo creer que mis padres te hayan permitido traerlo a la casa. Miró a Simon de arriba abajo, como si estuviera tomando sus medidas. "Es lindo, para ser un subterráneo".

"Tendrás que perdonar a Aline; ella tiene la cara de un ángel y los modales de un demonio Moloch", dijo el chico con una sonrisa, avanzando. Tendió su mano hacia Simon. "Soy Sebastian. Sebastian Verlac".

Simón tardó un momento en darse cuenta de que el chico le estaba ofreciendo la mano a Simon para que la estrechara. Perplejo, lo sacudió, y la misma extraña sensación que había tenido antes pasó sobre él: la sensación de que este chico era alguien que él conocía, alguien familiar. "Soy Simon. Simon Lewis".

Sebastian todavía estaba sonriendo. "Y esta es mi prima, Aline Penhallow. Aline -"

"No le doy la mano a subterráneos", dijo Aline rápidamente, y fue a apoyar a Jace. "Realmente, Sebastian, a veces puedes ser tan extraño". Simón notó que hablaba con un ligero acento, no británico ni australiano, sino algo más. "Ellos no tienen alma, ¿sabes? Vampiros".

La sonrisa de Sebastian desapareció. "Aline -"

"Es verdad. Es por eso que no pueden verse a sí mismos en los espejos, o salir al sol..."

Muy deliberadamente, Simon retrocedió, hacia el parche de luz solar frente a la ventana. Sintió el sol caliente en su espalda, su cabello. Su sombra estaba echada, larga y oscura, por el suelo, casi llegando a los pies de Jace.

Aline respiró hondo, pero no dijo nada. Fue Sebastian quien habló, mirando a Simon con curiosos ojos negros: "Así que es verdad", dijo. "Los Lightwood", lo dijeron, pero no pensé..."

"¿Que no estábamos diciendo la verdad?", Dijo Jace. "Es verdad. Es por eso que Clave está tan curiosa acerca de él. Él es único".

"Lo besé una vez", dijo Isabelle, a nadie en particular.

Las cejas de Aline se dispararon. "Realmente te dejan hacer lo que quieras en Nueva York, ¿no?" Dijo ella, sonando medio horrorizada y medio envidiosa. "Recuerdo que la última vez que te vi, Izzy, ni siquiera habrías considerado-"

"La última vez que nos vimos, Izzy tenía ocho años", dijo Alec. "Las cosas cambian. Ahora, ¿vamos a quedarnos aquí por el resto del día, o vamos a bajar y encontrar algo de comer, que es lo que estábamos discutiendo antes de que Jace viniera a ver a Simon?"

"Podría comer", dijo Simon, y sonrió a Aline, lo suficientemente amplio como para mostrar sus caninos puntiagudos. Ella dio un grito de aprecio.

"Deja eso, Lewis", dijo Jace. "Mira, puedes venir abajo con nosotros si prometes portarte bien".

"¿Lewis? ¿Me estás llamando por mi apellido ahora?

"Pensé que era mejor que 'vampiro'", dijo Jace mientras todos comenzaron a salir de la sala, y Simon tuvo que aceptar que, en general, esto era cierto.

Jace y Alec

Fuente: Tumblr
Nota de Cassandra Clare: Esto es la versión original de la escena que empieza en la página 137 de Ciudad de Cristal. En la versión original,Jace besa a Alec, más para demostrar algo que para otra cosa, pero la escena resultante me hizo reír, hizo reír a mis compañeros de crítica e hizo reír a mi editor, histéricamente. Era, simplemente, demasiado ridícula para funcionar.

Jace miró a Alec fijamente. Luego dijo: "¿Qué hay entre tú y Magnus Bane?" 

Alec sacudió la cabeza hacia un lado, como si Jace le hubiera abofeteado o empujado. "Yo no - no hay nada -” 

"Yo lo sé", dijo Jace, anticipándose a él. "No soy estúpido. Dime la verdad”. 

"No hay nada entre nosotros", dijo Alec - y, a continuación, viendo la mirada en la cara de Jace, agregó con gran renuencia ", nada más. Ya no hay nada entre nosotros. ¿De acuerdo? "  

"¿Y eso por qué? A Magnus realmente le gustas. " 

"Déjalo, Jace", dijo Alec en un tono de advertencia. 

Jace parecía no haber sido advertido. "Magnus dice que es porque estás colado por mí. ¿Es eso cierto? "

Hubo un momento de silencio absoluto. A continuación, Alec dio un aullido desesperado de horror y levantó las manos para cubrir su rostro. "Voy a matar a Magnus. Matarlo de verdad. " 

"No lo hagas. Él se preocupa por ti. De verdad. Creo eso ", dijo Jace, intentando sonar un poco torpe. "Mira. No quiero empujarte a hacer nada, pero ¿tal vez querrías …- " 

"Llamar a Magnus? Mira, eso es un callejón sin salida, sé que estás tratando de ser útil, pero…- " 

"…Besarme?" Jace terminó. 

Alec lo miró como si estuviera a punto de caer de su silla. "¿QUÉ? ¿Qué? ¿Qué?" 

"Una vez hecho." Jace hizo lo posible por parecer como si este fuera el tipo de una sugerencia que hace todo el tiempo. "Creo que podría ayudar." 

Alec miró con algo parecido al horror. "No quieres decir eso." 

"¿Por qué no querría decirlo?" 

"Porque eres la persona más heterosexual que conozco. Posiblemente el más heterosexual de todo el universo. " 

"Exacto", dijo Jace, y se inclinó y besó a Alec en la boca. 

El beso duró aproximadamente cuatro segundos antes de Alec lo tirara con fuerza lejos de él, levantando sus manos, como si evitara que Jace fuera hacia él nuevamente.  

Parecía como si estuviera a punto de vomitar. "Por el Ángel", dijo. "No vuelvas a hacerlo de nuevo. " 

"Ah, ¿sí?" Jace sonrió, y casi en serio. "¿Tan malo ha sido?" 

"Es como besar a mi hermano,” dijo Alec, con una mirada de horror en sus ojos. 

"Pensé que podrías sentirte de esa manera." Jace cruzó los brazos sobre el pecho. "Además, estoy pensando que pasaré por alto la ironía en todo lo que acabas de decir. "  

"Podemos pasar por alto lo que quieras", dijo Alec fervientemente. "Eso sí, no vuelvas a besarme otra vez. " 

"No voy a hacerlo. Tengo otros asuntos que atender. "Jace se puso de pie, pateando la silla hacia atrás. "Si alguien pregunta dónde estoy, diles que fui a dar un paseo. "  

"¿Dónde vas a ir en realidad?" Alec preguntó, mirándolo de pie en la puerta. "A ver a Clary?"  

"No" Jace sacudió la cabeza. "Me voy al Gard. Voy a sacar a Simon de la cárcel.”


La cabaña de Ragnor Fell

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare
Nota de CC: Esta es la forma en que la escena que comienza en la página 160 en Ciudad de Cristal, donde Clary y Sebastian visitan a Magnus en la cabaña de Ragnor Fell, originalmente estaba escrita. Hab[ia una configuración mucho más elaborada, que corté por razones de ritmo. Aún así, la escena original sí presenta a Magnus en pantalones de harén. Del Capítulo 7.

"Estamos aquí", dijo Sebastian abruptamente, tan abruptamente que Clary se preguntó si realmente lo había ofendido de alguna manera, y se deslizó de la espalda del caballo. Pero su rostro, cuando la miró, era todo sonrisas. "Hicimos un buen tiempo", dijo, atando las riendas a la rama inferior de un árbol cercano. "Mejor de lo que pensé que haríamos".

Indicó con un gesto que debería desmontar, y después de un momento de vacilación, Clary se bajó del caballo y se arrodilló en sus brazos. Ella se agarró a él cuando él la atrapó, sus piernas inestables después del largo viaje. "Lo siento", dijo tímidamente. "Lo siento, no fue mi intención atraparte".

"No me disculparía por eso." Su aliento era cálido contra su cuello y ella se estremeció. Sus manos se detuvieron un momento más en su espalda antes de que la dejara ir a regañadientes. "Me gusta ese abrigo", dijo, con los ojos fijos en ella como lo habían hecho sus manos hace un momento. "No solo se siente genial, sino que el color hace que tus ojos luzcan aún más verdes".

Todo esto no ayudaba a las piernas de Clary a sentirse menos inestables. "Gracias", dijo, sabiendo muy bien que estaba sonrojada y deseando sinceramente que su piel clara no mostrara el color tan fácilmente. "Así que, ¿es esto?" Miró a su alrededor, estaban de pie en una especie de pequeño valle entre colinas bajas. Había una cantidad de árboles de aspecto nudoso alineados alrededor de un claro. Sus ramas retorcidas tenían una especie de belleza escultural contra el cielo azul acero. Pero de lo contrario... "No hay nada aquí", dijo Clary frunciendo el ceño.

"Clary". Había risa en su voz. "Concéntrate."

"¿Te refieres a un glamour? Pero normalmente no tengo que...

"Los glamoures en Idris a menudo son más fuertes que los glamoures en otros lugares. Puede que tengas que esforzarte más de lo normal. Él le puso las manos en los hombros y la giró suavemente. "Mira el claro".

Clary miró. Y silenciosamente realizó el truco mental que le permitía quitar el glamour de lo que disfrazaba. Se imaginó a sí misma frotando trementina en un lienzo, despegando capas de pintura para revelar la verdadera imagen debajo, y allí estaba, una pequeña casa de piedra con un tejado agudo a dos aguas, humo saliendo de la chimenea en un elegante rizo. Un sinuoso camino bordeado de piedras conducía a la puerta principal. Mientras miraba, el humo que salía de la chimenea dejó de curvarse hacia arriba y comenzó a tomar la forma de un vacilante signo de interrogación negro.

Sebastian se rió. "¿Creo que eso significa quién está allí?"

Clary jaló su chaqueta más cerca de ella. De repente, se sintió increíblemente fría: el viento que soplaba sobre la hierba llana no era tan rápido, pero aun así había hielo en sus huesos. "Parece sacado de un cuento de hadas".

Sebastian no estuvo en desacuerdo, solo comenzó a caminar. Clary lo siguió. Cuando llegaron a los escalones de la entrada, Sebastian tomó su mano. Inmediatamente, el humo que se enroscaba en la chimenea dejó de formarse en signos de interrogación y comenzó a hincharse en forma de corazones ladeados. Clary le arrebató la mano, se sintió inmediatamente culpable, y alcanzó la aldaba de la puerta para disimular su vergüenza. Era pesada y de bronce, con forma de gato, y cuando la dejó caer golpeó la puerta de madera con un golpe satisfactorio.

El golpe fue seguido por una serie de ruidos de chasquidos. La puerta se estremeció y se abrió. Más allá, Clary solo podía discernir la oscuridad. Miró de reojo a Sebastian, su boca repentinamente seca. Como una cabaña de cuento de hadas, ella había dicho. Excepto que las cosas que vivían en cabañas en cuentos de hadas no siempre eran benévolas...

"Al menos no está decorada con dulces y pan de jengibre", dijo Sebastian, como si leyera sus pensamientos. "Entraré primero, si quieres".

"No." Ella negó con la cabeza. "Iremos juntos".

Apenas habían despejado el umbral cuando la puerta se cerró de golpe detrás de ellos, apagando toda la luz. La negrura era implacable, impenetrable. Algo rozó a Clary en la oscuridad y ella gritó.

"Solo soy yo", dijo Sebastian irritado. "Toma, toma mi mano." Ella sintió que sus dedos buscaban a tientas la suya en la oscuridad y esta vez ella se agarró a su mano con un sentimiento de gratitud. Estúpida, pensó, agarrando los dedos de Sebastian con fuerza, estúpida para entrar aquí así - Jace estaría furioso -

La luz repentinamente parpadeó en la oscuridad. Aparecieron dos ojos brillantes, verdes como los de un gato, colgando contra la negrura como joyas. ¿Quién está ahí? dijo una voz, suave como la piel, afilada como fragmentos de hielo.

"Sebastian Verlac y Clarissa Morgenstern. Nos viste venir por el camino." La voz de Sebastian sonó clara y fuerte. "Sé que nos estás esperando. Mi tía Elodie me dijo dónde encontrarte. Ya has trabajado para ella antes..."

"Se quien eres." Los ojos parpadearon, sumergiéndolos momentáneamente en la oscuridad. "Sigue la luz de las antorchas" "¿Qué?" Clary se giró, su mano aún en la de Sebastian, a tiempo para ver cómo varias antorchas se encendían formando una línea, una de ellas encendiéndose desde la siguiente, hasta que un camino ardiente se encendía ante ellas. Siguieron su camino como Hansel y Gretel siguiendo el rastro en el bosque oscuro, aunque Clary se preguntaba si los niños del cuento de hadas se habían tomado de la mano con tanta fuerza...

El suelo crujía suavemente debajo. Mirando hacia abajo, Clary vio que el camino estaba bordeado de fragmentos de negro reluciente, como los caparazones de enormes insectos. "Escamas de dragón", dijo Sebastian, siguiendo su mirada. "Nunca había visto tantas..."

¿Los dragones son reales? Clary quería decir, pero se detuvo. Por supuesto, los dragones eran reales. ¿Qué era lo que Jace siempre le decía? Todas las historias son verdaderas. Antes de que pudiera repetir ese pensamiento en voz alta, el camino se abrió y se encontraron de pie en un jardín abierto y bañado por la luz del sol.

Al menos, a primera vista parecía un jardín. Había árboles, cuyas hojas brillaban plateadas y doradas, y senderos dispuestos entre bancos de flores, y en el centro del jardín una especie de pabellón con brillantes paredes de seda. El camino iluminado por antorchas continuaba frente a ellos, conduciendo al pabellón, pero mientras lo seguían, Clary vio que las flores a ambos lados del camino eran ingeniosas creaciones de papel y tela. No había zumbidos de insectos, ni canto de pájaros. Y cuando levantó la vista, vio que no había cielo en lo alto, solo un fondo pintado de azul y blanco, con una sola luz resplandeciente que brillaba sobre ellos, donde el sol debería haber estado.

Habían llegado al pabellón. Dentro de ella, Clary podía vislumbrar el suave y movido destello de la luz de las velas. Su curiosidad se impuso a sus nervios y soltó la mano de Sebastian y se metió por un hueco entre los pesados ​​tapices de seda.

Clary lo miró. El interior del pabellón parecía sacado de una copia ilustrada de Las mil y una noches. Las paredes eran de seda dorada, el suelo cubierto de alfombras bordadas. Bolas de oro flotantes derramaban incienso que olía a rosas y jazmín, el aroma tan espeso y dulce que la hacía toser. Había almohadas de cuentas diseminadas por todas partes y un gran sofá bajo, salpicado de cojines bordados. Pero esa no era la razón por la que ella estaba mirando. Ella había estado preparada para algo fantástico, incluso extraño. Sin embargo, no había estado preparada para ver a Magnus Bane -vestido con un chaleco de malla dorada y un par de pantalones de harén de seda transparentes- que resoplaba suavemente sobre una cachimba fantásticamente grande con una docena de brazos de tubo serpenteantes que se enroscaban en ella.

"Bienvenida a mi humilde morada". El humo que flotaba alrededor de las orejas de Magnus se convirtió en pequeñas estrellas mientras sonreía. "¿Hay algo que pueda ofrecerte? ¿Vino? ¿Agua? ¿Icor?" Clary encontró su voz. "Una explicación sería agradable. ¿Que demonios estas haciendo aquí?"

"Clary". Ni siquiera había notado que Sebastian la seguía al interior del pabellón, pero allí estaba, mirándola con horror. "No hay necesidad de que seas grosera".

"¡No lo entiendes!" Se volvió hacia Sebastian, consternada por la expresión de su rostro. "Algo no esta bien -"

"Está bien, Clary", dijo. Se giró hacia Magnus, con la mandíbula apretada. "Ragnor Fell", comenzó, "yo soy Sebastian Verlac". "Qué bueno para ti", dijo Magnus amablemente, y chasqueó los dedos una vez.

Sebastian se congeló en su lugar, su boca aún abierta, su mano parcialmente extendida a modo de saludo.

"¡Sebastian!" Clary extendió la mano para tocarlo, pero él estaba tan rígido como una estatua. Solo el ligero aumento y la caída de su pecho demostraban que aún estaba vivo. "¿Sebastian?", Dijo, otra vez, pero no tenía remedio: sabía de alguna manera que él no podía verla ni oírla. Ella se volvió hacia Magnus. "No puedo creer que hayas hecho eso. ¿Qué demonios te pasa? ¿Hay algo en esa tubería que haya derretido tu cerebro? Sebastian está de nuestro lado".

"No tengo un lado, querida Clary", dijo Magnus con un movimiento de su cachimba. "Y realmente, es tu culpa que tuviera que congelarlo en el tiempo por un tiempo corto. Verás, estabas terriblemente cerca de decirle que en realidad no soy Ragnor Fell".

"Eso es porque en realidad no eres Ragnor Fell".

Magnus arrojó una bocanada de humo de su boca y la miró pensativamente a través de la bruma. "En realidad", dijo, "para todos los efectos, lo soy".

La cabeza de Clary había comenzado a doler, ya fuera por el espeso humo en la habitación o por el esfuerzo de contener su abrumador impulso de golpear a Magnus en el ojo, no estaba segura. "No lo entiendo." Magnus dio unas palmaditas en el sofá junto a él. "Ven y siéntate a mi lado y te explicaré", ronroneó. "Confías en mí, ¿verdad?"

En realidad, no, pensó Clary. Pero, de nuevo, ¿en quién confiaba ella? ¿Jace? ¿Simon? ¿Luke? Ninguno de ellos estaba cerca. Con una mirada de disculpa al congelado Sebastian, fue a unirse a Magnus en el sofá.

Escena extendida de la mansión

Fuente: Tumblr
Nota de CC: La versión original y más larga de la escena de la "casa solariega" de Clary y Jace en Ciudad de Cristal, capítulo 9. La modifiqué para la versión publicada del libro, principalmente por razones de ritmo. No, no es particularmente atrevida, pero es un poco más detallada de lo que lo hizo en el libro, así que si quieres más Clary/Jace, podría ser de tu incumbencia.

El rugido del colapso se desvaneció lentamente, como humo que se disipa en el aire. Fue reemplazado por el fuerte piar de pájaros sobresaltados; Clary podía verlos sobre el hombro de Jace, girando curiosamente contra el cielo oscuro.

"Jace", dijo en voz baja. "Creo que se acabó".

Retrocedió ligeramente, apoyándose en los codos y la miró. Estaban lo suficientemente cerca que incluso en la oscuridad podía verse reflejada en sus ojos; su cara estaba surcada de hollín y tierra, el cuello de su camisa desgarrado. Sin pensar, ella levantó la mano, sus dedos rozando suavemente su cabello. Ella lo sintió tensarse, sus ojos se oscurecieron.

"Había hierba, en tu cabello", dijo a modo de explicación. Su boca estaba seca; La adrenalina cantaba a través de sus venas, y no solo por el peligro en el que acababa de estar. Todo lo que acababa de suceder: el ángel, la mansión destrozada, parecía menos real que lo que vio en los ojos de Jace.

"No deberías tocarme", respiró.

Su mano se congeló donde estaba, su palma contra su mejilla. "¿Por qué no?"

"Sabes por qué", dijo, y luego, "Tú viste lo que vi, ¿no? El pasado, el ángel. Nuestros padres."

"Lo vi."

"Ya sabes lo que pasó".

"Pasaron muchas cosas, Jace..."

"No para mí". Las palabras exhaló en un susurro angustiado. "Tengo sangre de demonio, Clary. Sangre de demonio. Lo entendiste, ¿verdad?

"No significa nada. Valentine estaba loco. Él solo estaba despotricando...

"¿Y Jocelyn? ¿Estaba loca? Sus ojos se clavaron en ella como taladros dorados. "Sé lo que Valentine estaba tratando de hacer. Estaba tratando de crear híbridos: ángel/humano y demonio/humano. Tú eres el primero, Clary, y yo soy el último. Soy parte monstruo. Parte de todo lo que tanto he intentado quemar, destruir".

"No es verdad. No puede ser. No tiene sentido...

"Pero lo tiene." Hubo una especie de desesperación furiosa en su expresión mientras la miraba. Podía ver el brillo de la cadena de plata alrededor de su garganta desnuda, iluminada por una llamarada blanca a la luz de las estrellas. "Lo explica todo".

Sacudió la cabeza con tanta fuerza que sintió que la hierba le hacía cosquillas en la mejilla. "¿Quieres decir que explica por qué eres un cazador de sombras tan increíble? ¿Por qué eres leal, valiente y honesto, y todos los demonios no lo son...?

"Explica", dijo, de manera pareja, "por qué me siento así".

Aliento siseó entre sus dientes. "Jace, ¿qué quieres decir?"

Él guardó silencio durante un largo momento, mirándola fijamente, durante tanto tiempo, de hecho, que ella se preguntó si alguna vez había planeado hablar, o si solo mirar era suficiente; después de todo, ella lo estaba mirando igual de impotente. Sus miradas estaban cerradas como engranajes; ya no podría haber desviado la mirada de lo que podría haber respirado con agua en sus pulmones.

"Eres mi hermana", dijo, finalmente, "Mi hermana, mi sangre, mi familia. Me gustaría protegerte -se rió en silencio y sin humor- protegerte del tipo de chicos que quieren hacerte exactamente lo que quiero hacerte."

Clary se quedó sin aliento. Todavía la miraba, pero su expresión había cambiado, había una expresión en su cara que nunca había visto antes, una luz soñolienta, mortal, casi depredadora en sus ojos. De repente y agudamente fue consciente de la dura presión de su cuerpo sobre su cuerpo, los huesos de sus caderas se ajustaban a los de ella, y le dolía por todas partes que no la tocara, dolía con un dolor casi físico.

Lo que quiero hacerte, había dicho. No pensando en otra cosa que no fuera lo mucho que lo deseaba, dejó que sus dedos recorrieran su mejilla hasta sus labios, delineando la forma de su boca con la punta de su dedo índice.

Ella fue recompensada por la captura en su respiración, el repentino oscurecimiento de sus ojos. Él no se movió.

"¿Qué es exactamente lo que quieres hacerme?", Susurró.

La luz en sus ojos era un incendio. Lentamente inclinó su cabeza hasta que sus labios estuvieron contra su oreja. Cuando habló, ella sintió que su aliento le hacía cosquillas en la piel, haciéndola temblar: "Podría mostrarte". No dijo nada. Incluso si hubiera podido reunir sus pensamientos dispersos para componer las palabras, no quería decirle que se detuviera. Estaba cansada de decirle que no a Jace, de nunca dejarse sentir lo que su cuerpo quería que sintiera.

Cualquiera sea el costo...

Ella lo sintió sonreír, sus labios contra su oreja. "Si quieres que pare, dime ahora", susurró. Cuando ella todavía no dijo nada, él rozó su boca contra el hueco de su sien, haciéndola temblar. "O ahora." Sus labios trazaron sus pómulos en el más leve de los besos, un beso de mariposa. "O ahora." Su boca trazó la línea de su mandíbula. "O ahora." Sus labios estaban contra los de ella, sus palabras fueron pronunciadas en su boca. "Ahora", susurró, y la besó.

Al principio la presión de sus labios fue suave, buscando; pero cuando ella respondió instantáneamente, deslizando sus brazos alrededor de él, enredándose con sus manos en su cabello, sintió que la cautelosa tensión en su cuerpo cambiaba a otra cosa. De repente, la estaba besando con una presión hematoma, sus labios aplastando los de ella. Ella probó la sangre en su boca, pero no le importó. Había rocas clavandose en su espalda, y le dolía el hombro donde se había caído por la ventana, pero tampoco le importaba eso. Todo lo que existía era Jace; todo lo que ella sentía, esperaba, respiraba, quería y veía era Jace. Nada más importaba.

Él interrumpió el beso, retrocediendo, y ella lo soltó con un suave ruido de protesta reacia. Su boca estaba hinchada, sus ojos enormes y oscuros, casi negros de deseo. Buscó los botones de su abrigo e intentó soltar el primero, pero le temblaban las manos tanto que no pudo controlarlo. Clary puso su mano sobre la de él, maravillada por su propia calma. ¿Seguramente temblaría tanto como él?

"Déjame", dijo ella.

Él se quedó quieto. Él la miró mientras desabrochaba los botones, sus dedos trabajaban tan rápido como podían. El abrigo se abrió. Debajo de él llevaba solo una delgada blusa de Amatis y el aire frío de la noche golpeó el material, haciéndola jadear. Ella levantó los brazos. "Vuelve", susurró. "Bésame otra vez."

Él hizo un sonido ahogado y cayó en sus brazos como alguien que sube por aire después de casi ahogarse. Él besó sus párpados, sus mejillas, su garganta, antes de regresar a sus labios: sus besos eran frenéticos ahora, casi torpes en su fiebre - tan diferente de Jace, que nunca parecía apresurarse, o apresurar cualquier cosa... Sin el abrigo entre ellos, podía sentir el calor de él, quemando su camisa y la de ella; sus manos se deslizaron alrededor de ella, debajo de la correa de su sujetador, trazando su espina dorsal, su toque quemando su piel desnuda. Quería más de su toque, sus manos sobre ella, su piel sobre su piel, quería tocarlo por todas partes, abrazarlo mientras temblaba como ahora temblaba, y que no hubiera más espacio entre ellos.

Ella se quitó la chaqueta y luego, de alguna manera, también se quitó la camisa. Sus manos exploraron los cuerpos del otro: ella recorrió con sus dedos su espalda y sintió una suave piel sobre los músculos delgados, y algo que ella no había esperado, aunque debería haberlo hecho, cicatrices, como finos hilos sobre su piel. Suponía que eran imperfecciones, estas cicatrices, pero no se sentían así; Eran las marcas de la historia de Jace, cortadas en su piel: el mapa elevado y topográfico de una vida de matar y luchar.

Ella acarició la cicatriz en forma de estrella en su hombro y se levantó para pasarle la boca por encima. Algo golpeó contra su clavícula con una fuerte descarga de frío. Ella retrocedió con una exclamación de sorpresa.

Jace se incorporó sobre los codos para mirarla. "¿Qué pasa?" Su voz era lenta, casi drogada. "¿Te lastimé?"

"Realmente no. Fue esto." Ella se acercó y tocó la cadena de plata alrededor de su cuello. En su extremo colgaba un pequeño círculo plateado de metal. Estaba helado al tacto.

Ese anillo, el metal curtido por el clima con su patrón de estrellas, conocía ese anillo.

El anillo Morgenstern. Había sido de Valentine, y Valentine se lo había pasado a Jace, como siempre se había transmitido: padre a hijo.

"Lo siento", dijo Jace. Él estaba trazando la línea de su mejilla con la yema del dedo, una intensidad de ensueño en su mirada. "Olvidé que estaba usando esa maldita cosa".

Un repentino frío inundó las venas de Clary. "Jace", dijo en voz baja. "Jace, no".

Punto de vista de Jace en la escena de la mansión

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare
CC's note: Over the years, many people have asked for this — Jace’s point of view of the “hot and heavy” scene in THIS GUILTY BLOOD, Chapter Nine of City of Glass. (Page 206-211 in the American hardback CoG.) I’ve taken a few liberties here — the scene goes on a few moments past what happens in the printed version of CoG — but then so did the original draft!
The bits below in italics are the bits from the original book, to help you mentally locate the placement of the scene.

Clary heard a sharp pattering noise all around her. For a bewildered moment she thought it had started to rain—then she realized it was rubble and dirt and broken glass: the detritus of the shattered manor being flung down around them like deadly hail.

Jace pressed her harder into the ground, his body flat against hers, his heartbeat nearly as loud in her ears as the sound of the manor’s subsiding ruins.

* * *

Later, Jace would remember little about the destruction of the Manor itself, the shattering apart of the only home he’d known until he was ten years old. He remembered only the fall from the library window, scrambling and rolling down over the grass, and catching hold of Clary, spinning her down and under him, covering her with his body while pieces of the Manor rained down around them like hail.

He could feel her breathing, feel the racing of her heart. He was reminded of his falcon, the way it had curled, blind and trusting, in his hand, the rapidity of its heartbeat. Clary was holding him by the front of the shirt, though he doubt she realized it, her face against his shoulder; he was desperately afraid that there wasn’t enough of him, that he couldn’t cover her completely, protect her entirely. He imagined boulders as big as elephants tumbling across the rocky ground, ready to crush them both, to crush her. The ground shuddered under them and he pressed harder against her, as if that might help somehow. It was magical thinking, he knew, like closing your eyes so you didn’t see the knife coming at you.

The roar had faded. He realized to his surprise that he could hear again: small things, the sound of birds, the air in the trees. Clary’s voice, breathless. “Jace — I think you dropped your stele somewhere.”

He drew back and stared down at her. She met his gaze steadily In the moonlight her green eyes could have been black. Her red hair was full of dust, her face streaked with soot. He could see the pulse in her throat. He said the first thing that he could think of, dazed, “I don’t care. As long as you’re not hurt.”

“I’m fine.” She reached up, her fingers brushing lightly through his hair; his body, super-sensitized by adrenalin, felt it like sparks against his skin. “There’s grass — in your hair,” she said.

There was worry in her eyes. Worry for him. He remembered the first time he’d kissed her, in the greenhouse, how he’d finally gotten it, finally understood the way someone’s mouth against yours could undo you, leave you spinning and breathless. That all the expertise in the world, any techniques you knew or had learned, went out the window when it was the right person you were kissing.

Or the wrong one.

“You shouldn’t touch me,” he said.

Her hand froze where it was, her palm against his cheek. “Why not?”

“You know why. You saw what I saw, didn’t you? The past, the angel. Our parents.”

Her eyes darkened. “I saw.”

“You know what happened.”

“A lot of things happened, Jace —”

“Not for me.” The words breathed out on an anguished whisper. “I have demon blood, Clary. Demon blood. You understood that much, didn’t you?”

She set her chin. He knew how much she disliked the suggestion that she hadn’t understood something, or didn’t know it, or didn’t need to know it. He loved that about her and it drove him out of his mind. “It doesn’t mean anything. Valentine was insane. He was just ranting —”

“And Jocelyn? Was she insane? I know what Valentine was trying to do. He was trying to create hybrids — angel/human, and demon/human. You’re the former, Clary, and I’m the latter. I’m part monster. Part everything I’ve tried so hard to burn out, to destroy.”

“It’s not true. It can’t be. It doesn’t make sense—”

“But it does.” How could she not understand? It seemed so obvious to him, so basic. “It explains everything.”

“You mean it explains why you’re such an amazing Shadowhunter? Why you’re loyal and fearless and honest and everything demons aren’t —”

“It explains,” he said, evenly, “why I feel the way I do about you.”

Breath hissed between her teeth. “W do you mean?”

“You’re my sister,” he said, “My sister, my blood, my family. I should want to protect you —” he choked on the words— “to protect you from the sort of boys who want to do to you exactly what I want to do to you.”

He heard her breath catch. She was still staring up at him, and though he had expected to see horror in her eyes, some sort of revulsion — for he didn’t think he’d ever stated so clearly or so tactlessly exactly how he felt — he saw nothing of the sort. He saw only searching curiosity, as if she were examining the map of some unknown country.

Almost absently, she let her fingers trail down his cheek to his lips, outlining the shape of his mouth with the tip of her index finger, as if she were charting a course. There was wonder in her eyes. He felt his heart turn over and his body, ever traitorous, respond to her touch.

“What is it, exactly, that you want to do to me?” she whispered.

He could not stop himself. He leaned down, his lips grazing her ear: “I could show you.”

He felt her tremble, but despite the shiver in her body, her eyes challenged him. The adrenaline in his blood, mixed with desire and the recklessness of despair, made his blood sing. I’ll show her, he thought. Half of him was convinced she would push him away. The other half was too full of Clary: her nearness, the feel of her against him — to think straight. “If you want me to stop, tell me now,” he whispered, and when she said nothing, he brushed his lips against her hollow of her temple. “Or now.” His mouth found her cheek, the line of her jaw: he tasted her skin, sweet-salty, dust and desire. “Or now.” His mouth traced the line of her jaw and she arched up into him, making his fingers dig into the ground. Her small, panting breaths were driving him crazy, and he put his mouth over hers to quiet her, whispering, telling, not asking: “Now.”

And he kissed her. Gently at first, testing, but suddenly her hands were fists in the back of his shirt, and her softness was pressed against his chest and he felt the solid earth give way under him as he fell. He was kissing her the way he’d always wanted to, with a wild and total abandon, his tongue sweeping inside her mouth to duel with hers, and she was just as bold as he was, tasting him, exploring his mouth. He reached for the buttons of her coat just as she bit lightly at his lower lip and his whole body jerked.

She put her hands over his, and for a moment he was afraid she was going to tell him to stop, that this was insane, they’d both hate themselves tomorrow. But: “Let me,” she said, and he went still as she calmly undid the buttons and the coat fell open. The shirt she was wearing underneath was nearly sheer, and he could see the shape of her body underneath: the curves of her breasts, the indentation of her waist, the flare of her hips. He felt dizzy. He’d seen this much of other girls before, of course he had, but it had never mattered.

And now nothing else mattered.

She lifted her arms up, her head thrown back, pleading in her eyes. “Come back,” she whispered. “Kiss me again.”

He made a noise he didn't think he’d ever made before and fell back against her, into her, kissing her eyelids, lips, throat, the pulse there — his hands slid under her flimsy shirt and onto the heat of her skin. He was pretty sure all the blood had left his brain as he fumbled at the clasp of her bra — which was ridiculous, what was the point of being a Shadowhunter and expert at everything if you couldn’t figure out the clasp on a bra? — and heard his own soft exhalation as it came free and his hands were on her bare back, the fragile shape of her shoulder blades under his palms. Somehow the little noise she made was more erotic than seeing anyone else naked had ever been.

Her hands, small and determined, were at the hem of his shirt, tugging it off. He pushed hers up, around her ribs, wanting more of their skin to be touching. So this was the difference, he thought. This was what being in love meant. He’d always prided himself on his technique, on having control, on the response he could elicit. But that required evaluation, and evaluation required distance, and there was no distance now. He wanted nothing between himself and Clary.

His hands found the waistband of her jeans, the shape of her hipbones. He felt her fingers on his bare back, her the tips finding his scars and tracing them lightly. He wasn’t sure she knew she was doing it, but she was rolling her hips against his, making him shaky, making him want to go too fast. He reached down and fitted her more firmly against him, aligning her hips with his, and felt her gasp into his mouth. He thought she might pull away, but she slung her leg over his hip instead, pulling him even closer. For a second, he thought he might pass out.

“Jace,” she whispered. She kissed his neck, his collarbone. His hands were on her waist, moving up over her ribcage. Her skin was amazingly soft. She raised herself up as he slipped his hands under her bra, and kissed the star-shaped mark on his shoulder. He was about to ask her if what he was doing was all right when she drew back from him sharply, with an exclamation of surprise. . .

* * *

“What is it?” Jace froze. “Did I hurt you?”

“No. It was this.” She touched the silver chain around his neck. On its end hung a small silver circle of metal. It had bumped against her when she’d leaned forward. She stared at it now.

That ring—the weather-beaten metal with its pattern of stars—she knew that ring.

The Morgenstern ring. It was the same ring that had gleamed on Valentine’s hand in the dream the angel had showed them. It had been his, and he had given it to Jace, as it had always been passed along, father to son.

“I’m sorry,” Jace said. He traced the line of her cheek with his fingertip, a dreamlike intensity in his gaze. “I forgot I was wearing the damn thing.”

Sudden cold flooded Clary’s veins. “Jace,” she said, in a low voice. “Jace, don’t.”

“Don’t what? Don’t wear the ring?” “No, don’t—don’t touch me. Stop for a second.”

La historia de Jocelyn

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare
CC's note: This is the story of Jocelyn’s early life, as told to Clary, so remember — “you” in this story is Clary, listening. Though this was originally written as part of City of Glass, it was too long, explained too much, and had to be shortened and altered. While it’s fun to believe that this is how things were for Jocelyn, this excerpt has to be considered non-canon or alternate universe, so don’t be surprised if things in future Shadowhunters books contradict this version of events, or if it contradicts things in City of Glass.

“I met your father in school, about the same time you met Simon. Everyone should have a friend like that in their lives. But he wasn’t that friend to me — Luke was. We were always together. In fact, at first, I hated Valentine, because he took Luke away from me.

“Valentine was the most popular student at school. He was everything you’d expect of a natural leader — handsome, brilliant, with the sort of charisma that led the younger students to worship him. He was kind enough, but there was something about him even then that I found frightening — he glittered, but with a sort of cold brilliance, like a diamond. And like a diamond, he had a sharp and cutting edge.

“When he was seventeen, his father was killed in a raid on a lycanthrope pack. It wasn't a standard raid — the pack had done nothing to break the Law, but I didn't find that out until years later. None of us did. What we did know was that Valentine returned to school utterly changed. You could see his sharp edges all the time now, the danger in him. And he began to recruit.

“He drew other students to him, like moths to light — and like moths, their yearning for him would prove the ruin of many of them in the end. He brought Hodge to him, and Maryse and Robert Lightwood — the Penhallows, the Waylands. They came and clustered around him and did his bidding. He approached me many times, but I stood apart from it all, watching, suspicious. And then he came for Luke . . .

“I know Luke often wondered why Valentine wanted him in the Circle. He wasn't much of a warrior at the time, not a born fighter. I never told him this, but I sometimes thought that Valentine saw him as a means to an end. A means to me . . .

“Valentine was someone who always knew what he wanted. And he wanted me. I never knew why. The first time I noticed him watching me across the practice yard, I knew. The look on his face — it wasn't wistful, or yearning, it was calculating and sure. The look of someone who runs their eyes over a menu and knows exactly what they want to order. His cold desire frightened me. But when he drew Luke to him, and Luke spoke so rapturously of his brilliance and his kindness, I knew I could no longer stand apart. I had to join the Circle, to see what it was that had drawn my friend into it.

“In some ways, Valentine — your father — was exactly as Luke had described him. The Circle would meet each night, often in the deserted practice yard or out in the forest, under the trees, and Valentine would hold forth on his pet topics: demons, Downworlders, and what he called the perverting of the laws of the Clave. As far as he was concerned, the Angel had never wanted us to live in peace with Downworlders, but to wipe them off the face of the planet along with demons. The Accords were a travesty; we had never been meant to live in harmony with “half-men.”

“His words were fiery, but his demeanor was — kind. He had a way of making you feel as if you were the only person on earth who mattered to him, the only one whose opinion he truly respected. His beliefs were absolute and so was his dedication to the Circle. I've come to see it as evil fanaticism since, but at the time his conviction fascinated me. He seemed to be full of passion. I could see what Luke saw in him. Soon enough, I was half in love with him myself.

“But so were all the girls in the Circle and probably some of the boys, too. You don’t belong to something like that — a cult of personality — without being a little in love with your leader. Valentine started asking me to stay after the meetings, just to talk with him. He said he valued my practical mind and dispassionate intelligence. I could tell the other girls were jealous. I’m sure they thought — well, you can imagine what they thought. But nothing was happening between us. Valentine really did just want to talk — about the future, about the Law, about the Circle and where it was going. In the end, I was the one who gave up and kissed him first.

“‘I knew it,’ was the first thing he said, and then he said, ‘I've always loved you, Jocelyn.’ And you know, he meant it. We stayed out all night in the woods then, talking. He told me how he envisioned we would lead the Circle together, forever. He told me he couldn't do it without me. He said, ‘I always knew you’d come to love me as well, I had no doubt.’

“I had no idea why it was me that he chose. It seemed to me that there was nothing special about me. But Valentine made his choice clear: from that moment on, we were together, and he never looked at another woman, not that way, not then and not in all the years we were married. The other girls stopped speaking to me, but it seemed a small price to pay. Luke — Luke was happy for me. I was a little surprised at that, I had wondered — but he was happy. I could tell.

“He was so devoted that it took me a long time to notice the changes in him. It was as if his father’s death had scraped away some softening layers of humanity from him, and now he was strangely, peculiarly cruel — but only in flashes, so brief that when they were over I could tell myself that they had never happened.

“There was a girl in our class who wanted to join the Circle. Her older brother had been bitten by a vampire, and now was one: he should have killed himself, or let his family kill him, but he hadn't and it was rumored that they still associated with him. Valentine gave her a sharpened metal spike and told her to go out and stake her brother to death and to bring back his ashes; only then could she be allowed in the Circle. The girl ran off crying. I confronted him later, told him he couldn't be so cruel or he’d be no better than Downworlders themselves. ‘But he’s a monster,’ he said. I told him that her brother might well be a monster, but she wasn't. She was Nephilim, and there was no excuse for torturing her. I thought I was being so broad-minded and tolerant — it sickens me to think about it now.

“I thought he would be angry at being reprimanded, but he wasn't. He subsided. ‘I’m afraid of losing myself in all this sometimes, Jocelyn,’ he said. ‘It’s why I need you. You keep me human.’ It was the truth. I could always turn him away from the most extreme plans, deflect his rage, calm him down. No one else could do that. I knew I had this power over him and it made me feel important, indispensable. I think I mistook that feeling for love . . .

“After we left school, we were married in the Hall of Accords, with all our friends there. Even then, I had misgivings. I looked up during the ceremony and saw through the glass roof, a flock of birds flying overhead. I felt a sudden panic, so strong that my heart fluttered in my chest like the wings of one of those birds. I knew my life would never be the same. I tried to catch Luke’s eye — he stood with his sister, in the first row of guests, and though Amatis smiled in my direction, Luke wouldn't look at me . . .

“We went to live in a manor in the countryside outside Alicante that my parents owned, though since they’d grown older they’d moved to a canal house inside the city. Valentine himself had grown up in a house just at the borders of Brocelind forest, but he claimed it had fallen into disrepair since his parents’ deaths, and I was happy enough to live in the manor house. We were only a quarter of a mile from the home of our friends the Waylands — convenient for Valentine, since Michael Wayland was one of the most enthusiastic members of the Circle, and visiting the Waylands kept us from being too much with each other at all times.

“They say men change after marriage. Whether Valentine changed or whether I simply began to more clearly see his true nature, I’m not sure. He became more and more obsessed with his cause and more and more vicious in its execution. He maintained the fiction that he never killed a Downworlder who hadn't broken the Accords, but I knew that wasn't true. One night he led the Circle to slaughter a family of werewolves in their home, claiming that they had been murdering human children and burning their bodies, and indeed in the fireplace we found many charred bones. Later I overheard Valentine chuckling to Hodge that it was easy enough to obtain human bones in the Bone City, if one cared to look for them.

“He began to disappear from our bed late at night, doing his best not to wake me; he would come back at dawn, stinking of blood and worse. I found bloody clothes in the laundry, strange wounds and scratches on his hands and arms. I would be awoken at night by cries and screams that seemed to be coming from inside the walls of the house.

“I confronted him with these things, demanded that he tell me what he was really doing every night. But he just laughed. ‘You’re imagining things, Jocelyn,’ he said. ‘It’s probably because of the baby.’ I stared at him. ‘Because of the baby? What baby?’

“He was right, of course. I was pregnant. He’d known it before I did. I tried to quash my fears, told myself that he was only trying to protect me. Circle meetings were no place for a pregnant woman, he said, so I remained at home. I was so lonely — I begged Luke to visit me, but he rarely had the time. The Circle and its dealings kept him busy. But how could I complain? Valentine was an extraordinarily attentive husband, never letting me lift a hand myself, bringing me strengthening drinks he’d mixed himself, and strong, sweet tea every night that put me right to sleep. And if sometimes I woke up with odd injuries or bruises, well, Valentine told me it was because I had been sleepwalking — a common ailment among pregnant women, he assured me.

“And then one night I was awoken by a terrific banging on the door. I raced downstairs and found Valentine standing on the front steps, holding — he was holding Luke, carrying him like a child, and blood was all over both of them. Valentine was swaying on his feet with exhaustion. ‘Werewolf attack,’ he said. ‘It might be too late —’

“But I wouldn't hear that it was too late. I helped him drag Luke upstairs to a spare room, and sent a message to Ragnor Fell, the warlock my parents often employed in the case of illness. Lycanthrope bites don’t respond to healing runes — there’s too much demonic about them. Luke was screaming and thrashing and soaking the sheets with blood; I kept sponging the blood off his shoulder, but more would come, and then more. Valentine stood beside him, looking down. ‘Maybe I should have left him to die,’ he said, his black eyes burning, ‘maybe that would be more merciful than what’s coming to him.’

“‘Don’t say that,’ I told him. ‘Don’t ever say that. Not all bites result in lycanthropy.’ And then Fell was there, and Valentine left aside his talk of abandoning Luke and stood aside while we treated him. I slept in Luke’s room that night, and in the morning he was awake and healthy and able to smile.

“Not that any of us did much smiling in the next three weeks. They’ll tell you there’s a one in two chance that a werewolf bite will pass on lycanthropy. I think it’s more like three in four. I’ve rarely seen anyone escape the disease, and however much I silently prayed in those horrible weeks, Luke was no exception. At the next full moon, he Changed.

“He was there on our doorstep in the morning, covered in blood, his clothes torn to rags. I put my arms out for him, but Valentine shouldered me aside. ‘Jocelyn,’ he said, ‘the baby.’ As if Luke were about to run at me and tear the baby out of my stomach, as if he meant me any harm at all. It was Luke, but Valentine pushed me away and dragged Luke down the steps and into the woods.

“When he came back much later, he was alone. I ran to him. ‘Where’s Lucian, where is he?’ I demanded.

“‘I gave him a knife and told him to do what he must. If he has honor, he’ll do as I said.’ I knew what he meant. He had told Luke to kill himself, and Luke would almost assuredly do it.

“I think I must have fainted. I remember a terrible icy darkness, and then waking up in my own bed, with Valentine beside me. He was stroking my hair. ‘Don’t mourn for him now,’ he said, ‘we should have mourned him weeks ago, when he truly died. What was on our doorstep this morning, that was not Lucian.’

“But I didn't believe him. I had seen Luke’s eyes as he looked at me that morning, even out of that mask of blood. I would have known those eyes anywhere, and they didn't belong to a monster. I knew then, with a terrible certainty, that in losing Luke I had lost the most important thing in my life.

“A terrible misery descended on me. If it hadn't been for the sake of the baby, I don’t think I would have eaten or slept again in those next, terrible months. My only hope was the chance that Luke hadn't taken his own life, but had simply fled. I went to Amatis in hopes that she would help me search for him, but she had her own torments to contend with. Valentine had taken Stephen on as his new lieutenant in Luke’s place, but could not tolerate Stephen’s marriage to Amatis. He claimed it was because she had objected to his treatment of her brother, but I felt it was because seeing Amatis awakened his guilt over Luke. In either case, he convinced Stephen to divorce her and remarry a beautiful young girl named Céline. Amatis was devastated, so much so that she refused to see me, blaming me along with Valentine for her unhappiness. And so I lost yet another friend.

“In despair, I went to Ragnor Fell and begged him to look out for news of Luke among Downworlders. He was silent a long time after I asked him. Finally he said, ‘There are those who would look very badly upon me for helping you.’

“‘But you've known my family for years!’ I protested. ‘You've known me since I was a girl.’

“‘That was when you were Jocelyn Fairchild. Now you are Jocelyn Morgenstern, Valentine’s wife.’ He said Valentine’s name as if it were poison.

“‘Valentine only slays those who break the Accords,’ I said weakly, thinking of the werewolf family and the bones he’d planted in their fireplace. But surely that could only have been the one time?

“‘That is not true,’ said Fell, ‘and he does worse things than kill. If I do this for you, if I look for Lucian Graymark, you must do something for me. One night, you must follow your husband and see where he goes.’

“And so I did. One night, I only pretended to drink the tea he brought me, and pretended to fall asleep by his side. When he rose and left the room, I followed him. I saw him go into the library and take a book from the wall, and when he removed it the wall slid away and left a dark hole behind . . .

“I never told you the story of Bluebeard’s wife, did I, when you were a little girl? I doubt I would have; the story still frightens me. The husband who told his wife never to look in the locked room, and she looked, and found the remains of all of the wives he had murdered before her, displayed like butterflies in a glass case. I was afraid — but I had promised Fell. I had to find out what Valentine was doing. One night I waited for him to leave the house, and I went to the library and withdrew the book from its place.

“I used my witchlight to guide me down into the darkness. The smell — oh, the smell down there, like blood and death and rotting. He had hollowed out a place under the ground, in what had once been the wine cellars. There were cells down there now, with things imprisoned in them. Demon-creatures, bound with electrum chains, writhed and flopped and gurgled in their cells, but there was more, much more — the bodies of Downworlders, in different stages of death and dying. There were werewolves, their bodies half-dissolved by silver powder. Vampires held head-down in holy water until their skin peeled off the bones. Faeries whose skin had been pierced with cold iron.

“Even now, I don’t think of him as a torturer. Not really. It wasn't that he enjoyed their pain. He seemed to be pursuing an almost scientific end. There were ledgers of notes by each cell door, meticulous recordings of his experiments, how long it had taken each creature to die. From his scribblings, it looked almost as if he were injecting the blood of demons into these creatures — but he couldn't be doing that. What sane person would do that?

“There was one vampire whose skin he had burned off over and over again to see if there was a point beyond which the poor creature could no longer regenerate. Across from the page recording that particular experiment he had written a series of notes with a heading I recognized. It was my name. Jocelyn.

“My heart began to slam inside my chest. With shaking fingers, I turned the pages, the words burning themselves into my brain. Jocelyn drank the mixture again tonight. No visible changes in her, but again it is the child which concerns me . . . With regular infusions of demonic ichor such as I have been giving her, the child may be capable of any feats. . . . Last night I heard the child’s heart beat, more strongly than any human heart, the sound like a mighty bell, tolling the beginning of a new generation of Shadowhunters, the blood of angels and demons mixed to produce powers beyond any previously imagined possible . . . no longer will the power of Downworlders be the greatest on this earth . . .

“There was more, much more. I clawed at the pages, my fingers trembling, my mind racing back, seeing the mixtures Valentine had given me to drink each night, the bruises on my body in the morning, the puncture wounds. I shook all over, so hard the book fell out of my hands and struck the floor.

“The sound woke me from my daze. I raced up the stairs, through the gap in the bookcase, and into the bedroom. In a frenzy, I began packing my things, throwing only that which was most important to me into a bag. I had some vague plan of running to my parents’ house, you see, and begging them to let me stay with them. But I never got that far. I closed the bag, turned toward the door — and there was Valentine, watching me silently from the doorway.

“My nerves, already on edge, snapped like broken strings. I screamed and dropped the bag to the ground, backing away from my husband. He didn't move, but I saw his eyes shine like a cat’s in the early dawn light. ‘What is the meaning of this Jocelyn?’

“I couldn't lie. ‘I discovered your door in the bookcase,’ I told him. ‘And I found what was under it. Your butcher’s theater.’

“‘Those things down there are monsters —’

“‘And what am I? Am I a monster?’ I screamed at him. ‘What have you done to me? What have you done to our baby?’

“‘Nothing that will harm him. I assure you he’s quite healthy.’ Valentine’s face was like a still white mask. How had I never before seen how monstrous he could look? And still his voice never rose, never changed as he told me of his experiments, of the ways he’d tried to teach himself to more effectively destroy Downworlders, to wipe them out in mass numbers. He’d even tried injecting them with demon blood — but to his surprise, it hadn't had the desired effect. Instead of proving fatal, it had made them stronger, faster, and more able to withstand the damage he tried to do to them. ‘If it has that effect on half-men,’ he said, his face shining, ‘think what it could do for Shadowhunters.’

“‘But those creatures are already part demon — we’re not! How could you think of experimenting on your own child?’

“‘I experimented on myself first,’ he said calmly, and told me how he had injected demon blood into his own veins. ‘It’s made me stronger, faster,’ he announced, ‘but I’m a grown man — think what it will do for an infant! The warrior who might develop from that —’

“‘You’re insane,’ I told him, trembling. ‘All this time I thought I was keeping you human, but you’re not human. You’re a monster — worse than any of those pathetic things down in the cellar.’

“He was a monster — I knew it — and yet, somehow, he managed to look deeply hurt at what I’d said. He reached for me. I tried to dash around him and out the door but he caught at my arm. I stumbled and fell, striking the ground hard. As I tried to rise, a searing pain shot through me. Feeling my clothes sticking to me, wet and heavy, I looked down at saw that I was lying in a spreading circle of my own blood. I began to scream even as consciousness slipped away from me.

“I awoke in my own bed, dazed and desperately thirsty. ‘Jocelyn, Jocelyn,’ said a voice in my ear. It was my mother. She stroked my hair back off my forehead and gave me water. ‘We were so worried,’ she said. ‘Valentine called for us —’

I glanced down then, and saw my flat stomach. ‘My baby,’ I whispered, tears burning the backs of my eyes. ‘He — died?’

“‘Oh, Jocelyn! No!’ My mother sprang to her feet and hurried over to something in the corner. A cradle — my cradle, the same one I’d lain in after I was born. She lifted a blanket-wrapped bundle from it and came carefully over to me, cradling her burden in her arms. ‘Here,’ she said, smiling. ‘Hold your son.’

“I took him from her in a daze. At first I knew only that he fit perfectly into my arms, that the blanket wrapping him was soft, and that he was so small and delicate, with just a wisp of fair hair on the top of his head. I began to breathe again — and then he opened his eyes.

“A wave of horror poured over me. It was like being bathed in acid — my skin seemed to burn off my bones and it was all I could do not to drop the child and begin howling.

“They say every mother knows her own child instinctively. I suppose the opposite is true as well. Every nerve in my body was screaming that this was not my baby, that something horrible and unnatural and inhuman lay in my arms like a parasite. How could my mother not see it? — and yet she was smiling at me as if nothing was wrong. ‘He’s such a good baby,’ she said. ‘He never cries.’

“‘His name is Jonathan,’ said a voice from the doorway. I looked up and saw Valentine regarding the tableau before him with a nearly impassive expression, though the faint smirk on his face told me he knew there was something dreadfully wrong with this child. ‘Jonathan Christopher.’

“The baby opened his eyes, as if recognizing the sound of his own name. His eyes were black, black as night, fathomless as tunnels dug into his skull. I could look right into them and see only a terrible emptiness.

“It was then that I fainted.

“When I woke much later, my mother was gone. Valentine had sent her home — I've no idea how he got her to leave — and he himself was sitting on the edge of the bed, holding the baby and watching me. Your father’s eyes were black, too, and I’d always found them striking, so at odds with his nearly-white hair, but now they only reminded me of the baby’s. I shrank back from both of them.

“‘Our child is hungry,’ Valentine said. ‘You must feed him, Jocelyn.’

“‘No.’ I turned my face away. ‘I can’t touch that — that thing.’

“‘He’s only a baby.’ Valentine’s voice was soft, coaxing. ‘He needs his mother.’

“‘You feed him. You’re the one who made him. He’s not even my child.’ My voice broke.

“‘He is your child. Your blood, your flesh. And if you don’t feed him, Jocelyn, he’ll die.’ He laid the child down on the blankets beside me and left the room.

“I stared at the small creature for a long time. He looked like a baby — his small fists and creased, tiny face, even the white fuzz on his head, were all babylike. His tunnel eyes were closed, his mouth open in a silent, mewling cry. I tried to imagine simply leaving him there, leaving him until he starved to death, and my heart seemed to turn to glass inside my chest. I couldn't do it.

“I lifted Jonathan in my arms. Even as I touched him, the same wave of revulsion and horror went through me that I had felt before, but this time I fought it down. I drew my nightdress aside and prepared to feed my son. Perhaps there was something in this child, some small part of me, of what was human, that could somehow be reached.

“Over the next months, I cared for Jonathan as best I could. My own body seemed to revolt against him. I produced no milk and had to feed him by bottle. I could only hold him for short periods of time before I began to feel faint and sick, as if I were standing too close to something radioactive. My mother came and cared for him sometimes, which was an immense relief. She seemed to notice nothing wrong with the child, though sometimes I would catch her staring toward his crib with a quizzical look, an unasked question in her eyes . . .

“But who could ask such things? Who could even bear to think them? Jonathan looked like a perfectly ordinary child; when I brought him to his first Circle meeting, carried in my arms, everyone told me how beautiful he was, with his extraordinary coloring, just like his father’s. Michael Wayland was there too, with his baby boy, just the same age as mine. They even shared a name: Jonathan. I watched Michael play with his son and felt sick with envy and hatred for Valentine. How could he have done what he had done? What kind of man did something like that to his own family?

“‘By the Angel, what he’ll be capable of when he’s older,’ he would breathe sometimes, leaning over Jonathan in his cradle, and the baby would gurgle. It was almost the only time Jonathan made any noise. He was a silent child, who never cried or laughed, but if he responded to anything, it was Valentine. Perhaps it was the demon in them both.

“It was around that time that I received a message in secret from Ragnor Fell. It asked me to meet him at his cottage. I rode there on a day when Valentine was at the home of Stephen Herondale, leaving Jonathan with my mother. Fell met me at the gate. ‘Lucian Graymark is alive,’ he said, without preamble, and I almost fell off my horse.

“I begged Fell to tell me what he knew. He only looked at me coldly. ‘And what of what you know, Jocelyn Morgenstern? Did you do as I asked you and follow your husband one night?’

“Walking in his garden, I told him everything: about what I had found in Valentine’s cellar, about the book, about the demon blood, about Valentine’s experiments, and even about Jonathan. He said little, but I could tell that even with all he had already known about Valentine, my words had shaken him badly.

“‘And now tell me about Lucian,’ I said. ‘Is he safe? Is he all right?’

“‘He’s alive,’ Fell said, ‘and the leader of a wolf pack at the eastern edge of Brocelynde.’ As I listened incredulously, he told me how Luke had defeated the old wolf who had bitten him, slain him in battle and become pack leader himself. ‘The tale is all over Downworld,’ he said. ‘The pack leader who used to be a Shadowhunter.’

“I had only one thought. ‘I have to see him.’

“Fell shook his head. ‘No. I've done enough for you, Jocelyn. You say you hate Valentine, but still you do nothing. I’ll help you — I’ll bring you to Lucian — but only if you’re willing to commit to the cause of destroying Valentine and the Circle. Otherwise, I suggest you get on your horse and ride home.’

“‘We can’t defeat Valentine. The Circle is too strong,’ I objected.

“‘Valentine’s weakness is his arrogance,’ said Fell. ‘And you are our best weapon because of it. You are as close to Valentine as anyone could be. You can infiltrate the Circle, gather information, find out his soft spots and weaknesses. Learn their plans. You can be the perfect spy.’

“And that was how I came to be a spy in my own house. I agreed to everything Fell asked — I would have agreed to anything just to be able to see Luke again. At the end of our meeting, I gave Fell my promise, and he gave me a map.

“When I rode into Luke’s werewolf encampment, I thought at first that I would certainly be killed. I was sure they recognized me as the wife of Valentine Morgenstern, their greatest enemy. ‘I must see your pack leader,’ I said, as they surrounded my horse. ‘Lucian Graymark. He’s an old friend of mine.’

“And then Luke came out of one of the tents and ran toward me. He looked — he was still Luke, but he had changed. He seemed older. There was gray in his hair, though he was only twenty-two. He took me in his arms and embraced me and there was nothing strange about it, about being embraced by a werewolf. It was just Luke.

I found that I was crying. ‘How could you?’ I demanded. ‘How could you let me think you were dead?’

“He admitted that he hadn't known how loyal I was to Valentine, or how much he could trust me. ‘But I know I can trust you now,’ he said, with his old smile. ‘You came all the way here to find me.’

“I told him as much as I could, of Valentine’s growing madness and violence, of my disenchantment with him. I couldn't tell him all of it, of the horrors in the cellars, of what Valentine had done to me and to our child. I knew it would just drive him mad, that he’d be unable to stop himself from trying to hunt down Valentine and kill him, and he’d only get himself killed in the process. And I couldn't let anyone know what had been done to Jonathan. Despite everything, he was still my child.

“Luke and I agreed to keep meeting and to trade information about what was going on within the Circle. I told him when they allied themselves with demons, and when the Mortal Cup was stolen, and I told him of their plans to disrupt the planned Accords. Those times with Luke were the only times I could be myself. The rest of the time I was acting — acting the wife with Valentine, and acting the content Circle member with our friends. Not letting Valentine know how much he sickened me was the worst part.

“Fortunately I saw him rarely. As the Accords approached, the Circle ramped up its plans to fall upon the unarmed Downworlders in the Hall of the Angel and slaughter them wholesale. I sat silent in the meetings, unable to participate in the eager planning, however much I knew it would behoove me to act the part of an dedicated member of the cabal. Céline Herondale, who was now extremely pregnant, often sat with me; she was frequently wistful, confused by the Circle’s enthusiasm. Though she never quite understood their passionate hatred of Downworlders, she worshipped Valentine. ‘Your husband is so kind,” she would tell me in her soft voice. “He is so concerned about Stephen and me. He gives me potions and mixtures for the health of the baby, they are wonderful.’

“What she said chilled me. I wanted to tell her not to trust Valentine or to accept anything he gave her, but I couldn't. Her husband was Valentine’s closest friend and she would surely have betrayed me to him. My terror of exposure grew daily — I was smuggling information to Luke as fast as I could, constantly panicked that a misstep would betray me to my husband. I saw him whenever I could. I kept with him a suitcase of my most precious belongings, in case we ever needed to flee Idris together — jewelry Valentine had given me, that I hoped one day to be able to sell if I needed money; letters from my parents and friends; a box my father had made for my son, with his initials carved on it, containing a lock of Jonathan’s hair — soft, silky white hair, the same color as his father’s. You’d never know from looking at it that there was anything wrong with my child at all . . .

“I became more and more frightened that Valentine would discover our secret conspiracy and would try to torture the truth out of me — who was in our secret alliance? How much had I betrayed of his plans? I wondered how I would withstand torture, whether I could hold up against it. I was terribly afraid that I could not.

“I resolved finally to take steps to make sure that this never happened. I went to Fell with my fears and he created a potion for me that would send me instantly into a sleep from which I could not be roused except by an antidote whose recipe was contained in The Book of the White, one of the oldest spellbooks of warlock-kind. He gave me a vial of the potion and another vial of the antidote and instructed me to hide them from Valentine, which I did. I was even worried that Valentine would find a copy of the Book, so one night I went through the tunnels between our house and the Waylands’, and hid it in their library.

“After that, I slept easier, save for one thing. I feared that I would take the potion, fall into the death-like sleep, and that there would be no one to wake me from it, no one who knew what had happened to me. I thought of the end of Romeo and Juliet and imagined being buried alive . . . but who was there who I could trust with this information? I couldn't tell Luke what I’d done, because he might also be compromised and tortured, and selfishly, I feared too much for him, for his safety. Telling my parents would necessitate sharing with them the full horror of my situation, and I couldn't do that. I trusted none of my old friends any more — not Maryse, not any of them. They were too much in Valentine’s thrall.

“Eventually, I realized there was only one person I could tell. I sent a letter to Madeleine explaining what I planned to do and the only way to revive me. I never heard a word back from her, though I knew my message had been delivered. I had to believe she had read it and understood. It was all I had to hold on to.

“It was around that time that Stephen Herondale was killed in a raid on a vampire nest. Valentine and the others who had been in the raiding party went to the Herondale’s home to break the news to Céline. She was eight months pregnant at the time. They said she took the news composedly, only saying she wanted to go upstairs and get her things before going to view the body.

“She never came back downstairs. Céline — soft, pretty, gentle Céline, who never did anything startling or seemed to have a single spark of independence — who had sat by me at the Circle meetings and fretted in her small voice about her husband’s safety — Céline cut her wrists and died silently on the bed she’d shared with her husband while his friends waited for her downstairs.

“It was a tragedy that shook the Circle. I heard that Stephen’s parents, after the death of their son and the suicide of their daughter-in-law, had nearly lost their minds; Stephen’s father died a month or two later, presumably of the shock. I pitied Céline, but in a way envied her. She had found a way out of her situation; I had none.

“A few nights later I was woken by the sound of a baby crying. I sat bolt upright and nearly flung myself out of bed. Jonathan, you see, never cried — never made a noise. His unnatural silence was one of the things that most distressed me about him. I must be the only mother in history to have hoped against hope that her baby would cry and wake her, would cry all night even, but he never did. And yet now the sound of an infant’s cries echoed off the manor walls.

“I hurried down the hall to the baby’s room, carrying my witchlight. It cast strange shadows on the walls as I bent over Jonathan. He was sleeping silently. Yet the crying continued, thin and reedy, the sound of a child in distress tearing at my heart. I raced down the steps and into the empty library. I could still hear the crying, coming from inside the walls. I reached for the book in its place on the shelf . . .

“Nothing happened. The bookcase no longer slid back from its place. And still the crying came, as if from beneath the house, or within the walls, maddening me. But this manor house had been mine longer than it had been Valentine’s; I had spent every summer here when I was a girl. If my husband didn't think I’d explored the place thoroughly in those years, he was wrong. I dragged back the Persian rug that covered the library floor. Beneath it was a trapdoor that opened so easily I knew it had been recently used.

“Tunnels under Shadowhunter houses are not uncommon; they are used in case of demon attacks, as a way of getting from one house to another in secret. This tunnel had once connected our manor house to the Waylands’, but my father had boarded the tunnel up. It had been opened out again now, doubtless by Valentine, and the narrow stone walls led away into darkness. I could still hear the sound of the baby crying in the distance . . .

“I followed the noise, barefoot on the cold stone, stopping occasionally with a gasp when a rat or mouse scuttled across my path. Eventually the tunnels opened out into a large stone room, what had probably once been a wine cellar. Huddled in the corner of the room was a man — but he was not a man, I saw, staring, for wings as white as snow rose from his back in two great ivory arches, and his skin glowed like liquid metal. His eyes were golden, and so sad . . .

“His ankles were manacled with electrum and electrum chains, driven into the stone floor, held him to the ground, but what truly imprisoned him was the circle of runes that surrounded him. I felt myself drift toward him, drawn by an impossibly strong force. As I approached I saw that stretched on a blanket at his feet was the baby I had heard crying. It was whimpering softly now — exhausted, probably — a tiny baby boy with golden hair and eyes shut fast. I sank to my knees, gathering the child in my arms, and as my arms went around him the strangest feeling passed through me — the opposite of what I had felt when I had first held Jonathan. A feeling of overwhelming peace . . .

“How long I held and rocked the child, I cannot say. At last I looked up and saw the angel — for I knew that was what he was — gazing down at us, his golden eyes impassive. As I met his gaze, I knew his name suddenly: Ithuriel.

“‘Help me,’ I said to him, and though no change came over his face, he bent his head and his wings came down, enveloping me in a white cloud of silence and softness. I felt more peace than I had since before I had married Valentine — and then a sudden piercing, sharp golden pain went through me, and that was the last thing I remembered when I woke in my own bed the next morning.

“I told myself it had been a dream. The sort of vivid, hallucinatory dream a woman has when she is pregnant — and I was pregnant. I had denied it to myself for at least a month, but that morning when I woke I knew, and a visit to a doctor confirmed it. I was going to have a child — again.

“I was horrified. I knew what Valentine had done to my last child — what would he do to this one? How long had he known I was pregnant? I said nothing to him, but he would turn knowing eyes on me sometimes, his gaze going through me like a knife through water. He knew — oh, he knew . . .

“The day of the Uprising came. That terrible day. I know you've heard about what happened from Luke: about the Accords, the ambush, the bloody and protracted battle that followed. I tried to mark out the Shadowhunters who weren't involved in the Circle so that the members of the Uprising wouldn't hurt them, but there was so much chaos — so much blood — many lives were lost, more than we had ever thought. And there at the end I faced Valentine with Luke at my side and saw the truth come clear in his eyes. I had wondered all along if he knew what I truly felt and what I’d really been doing for this last year of our marriage — but I saw it now on his face — he hadn't known. The pain in his eyes as he looked at me was real, and despite everything it struck at my heart. ‘And now the two of you have plotted my betrayal together,’ he snarled, his face flecked with blood. ‘You will regret what you have done all the rest of your lives.’

“Luke lunged at him, but Valentine snatched the silver locket from my throat and hurled it at Luke, burning him badly. He staggered back as Valentine seized hold of me and dragged me toward the door. He was snarling horrible things in my ear, things about what he would do to my parents, to Jonathan, how he would make my life a hell for what I’d done to him.

“I abandoned the battle, the wounded, all of it, and raced home. I was too late. Luke will have told you what we found — I remember it myself as if it were a dream. The high black sky overhead, the moon so bright I could see everything: the house turned to ashes by demon fire, hot enough to melt metal, which ran in among the ashes like rivers of molten silver across the bare face of the moon. I found the bones of my parents there, and the bones of my child, and then, at last, the bones of Valentine himself, the Circle pendant he always wore still looped around his fleshless throat . . .

“Luke took me out of the city that night. I was numb and silent, like the living dead. I kept seeing the faces of my parents over and over again — I should have warned them. I should have told them what Valentine was capable of. I should have told them of the plans for the Uprising. I never thought . . .

“And I dreamed sometimes of my baby. I saw his face even when awake, the empty tunnels of his gaze, and I felt again the revulsion and horror I’d felt the first time I touched him. And I knew I was a monster, for feeling that way. What mother, on learning of the death of her child, cannot help a feeling of — relief?

“In the flea market at Clignancourt, I sold Valentine’s Circle amulet, a revolting object which I hated looking at. It afforded me a great deal of money. With the money, I bought an airplane ticket to New York. I told Luke I was going to start my life over there — as a mundane. I wanted no shadow of Clave or Covenant ever to touch my life again, or the life of my child. I hated all things remotely associated with the Nephilim, I told him.

“This was only partly true. I was sick of the Clave, that was the truth, and I knew that as Valentine’s wife, now that he was a criminal, they would want me to come to them for questioning — that I would always be regarded with suspicion with the lawmakers of Idris. I did want to hide from them. But more than that, I wanted to hide from Valentine. I was sure he was still alive. I thought again and again of what he’d said to me as he dragged me from the Hall, of the way he’d promised to make the rest of my life a misery. They weren't the words of a man who planned to burn himself up with demon fire, no matter how despairing he was over the failure of his plans. Valentine was not the sort of man who ever gave in to despair. Even with everything he’d built destroyed, he would intend to rise again — the phoenix from the ashes.

“There was another thing I could not tell Luke. The night of the Uprising, before we had left for the city, I had taken the Mortal Cup from the hiding place where Valentine had put it, and hidden in among my belongings. I had thought of returning it to the Clave, but now — I couldn't trust them to keep it out of Valentine’s hands, not when they were so eager to believe he was truly dead. I would have to be the one who hid it from him, and inexorably, without doubt, he would come for it, and for me.

“Luke begged me not to leave him. He said he would come with me — even when I told him I was expecting another child of Valentine’s, he said it made no difference, that he’d raise the child as his own. But he’d never seen Jonathan — I’d never told him what Valentine had done to my son. How could I be sure that he hadn't done something equally dreadful to the baby I was carrying now? And how could I ask Luke to share that horror with me, or the danger of being pursued by Valentine, who hated him? It was impossible. I refused him, over and over, even though I could see the pain it caused him. Even though I knew it meant I’d likely never see him again, and the thought broke what was left of my heart.

“We parted at Orly Airport. I held on to him until the last call for the flight came and he gently pushed me toward the departure gate. It felt like I was tearing away some part of myself. At the last moment I turned and ran back to him and whispered in his ear — ‘Valentine is still alive.’ I had to tell him. I couldn't stop myself. I raced onto the plane without glancing back to see his reaction.

“I landed in New York in the early morning, the dawn sky like the inside of a pearl hanging over the city. As my taxi raced over the Williamsbug Bridge I glanced down and saw the water of the river below me, rippled here and there by the flicking tails of darting mermaids. Even here among these walls of glass and steel, this inhospitable city, the Invisible World was all around me . . .

“You know much of the rest. How I found a place to stay, found work doing the only thing I could do, here in the mundane world — paint. Not that there was much work for a painter. If it hadn't been for the jewelry I could sell, I would have starved. I found an apartment in a building owned by a kindly old couple who let me stay in return for painting a portrait of their son, who had died overseas in the army. I told them my husband, too, was dead, and they felt sorry for me, I think, a young pregnant girl who had nobody in the world . . .

Most other mothers in my situation would have been buying a cradle, buying baby toys and booties and blankets. I didn't. I was terrified. Terrified what happened with my first child would happen again with my second. I remember the night I went into labor and was taken to the hospital — it was so unlike giving birth in Alicante, with the sterile white walls and all the bleeping, terrifying machinery. I couldn't stop crying, through it all and when you were born, and right up until the moment the nurse came into my hospital room and handed you to me, and I looked down into your face.

“A great wave of love and relief washed over me. Your red hair, your green eyes — you were my child, mine, there was nothing of your father in you, nor anything monstrous or demonic. I thought you were the most perfect thing that had ever come into the world. I still think it.

“The first time I took you to the park, you saw the faeries there among the flowers and went to play with them. The other mothers there looked at us in consternation as I picked you up and hurried you home. I had gone cold all over with terror. I could see what you saw, but nobody else could. How could I raise you to live like that — to lie to everyone you knew? I had wanted to give you a normal life, but I hadn't thought this far. And I had other fears as well — there were Shadowhunters here, Downworlders too, just as there were everywhere in the world. If word of you got out, it might perhaps get back to Valentine, and then he would come to find us. And I couldn't let that happen.

“That’s why I hired Magnus Bane. I’m not proud of what I did. I did it because I was frightened. I did it because I couldn't imagine how else to protect you. I did it because I thought a life of oblivious happiness would be better than a life of danger and being hunted. And I did it, perhaps, because I wished I could forget, myself, everything in my past that still tortured me.

“It was Magnus who introduced me to Dorothea, and Dorothea who gave me the idea of hiding the Mortal Cup in a painting. I was holding you in my arms when I met her and you reached out and drew a tarot card from the stack she had on her table. I scolded you, but she only said, ‘Let’s see what card the child drew.’ It was the Ace of Cups — the Love card. ‘She’ll have a great love in her life,’ she predicted, but I was paying more attention to the image on the card. It looked just like the Mortal Cup . . .

“With the Cup safely hidden in the pack I’d painted for Dorothea, and Dorothea herself hidden away in her Sanctuary, I felt calmer. Calm enough that when Luke turned up suddenly on our doorstep, looking as if he’d been sleeping on the street for weeks, I didn't immediately send him away. He had come so far, and I had missed him so much. I let him sleep on the couch, and in the morning he was still there, and you were sitting at his feet while he showed you some simple game with cards — a Shadowhunter game, something I hadn't seen since I’d left Idris. It was as if he’d always been there with us, always belonged. I couldn't ask him to go . . . Luke disapproved when I told him what I’d had Magnus do to your memories, but it was the one issue on which I could never be budged. I reasoned that he didn't know the whole truth, and that if he did, he would have agreed with me. I know now that I was wrong. Luke was always someone who believed in the truth, no matter how cruel or unsparing, and he would have wanted you to have it.

“At least you have it now — and if you hate me now, at least it will be because of the truth and not because of lies. And at least you know now that I have always loved you and you have always been the most important thing in the world to me. That night, when Valentine and his demons broke into our apartment, looking for the Cup, I barely had time to take the potion Ragnor Fell had given me before it was too late — but I did wait, just long enough that I could call you and tell you I loved you. Everything that ever happened to me in Idris, everything Valentine ever did to me, was worth it because I had you.

“There is one more thing I have to tell you. Magnus told me about Jace, and what happened to you at Renwick’s, and what your father told you there. I need to tell you now that he was lying. That what you believe to be true about yourself and your brother isn't the truth.

“After I took the potion, Valentine tried everything to wake me, but nothing worked. When he brought me to Renwick’s I lay frozen, drifting in and out of consciousness. I couldn't move or speak, but I was aware sometimes of people coming in and out of the room. Pangborn and Blackwell came to taunt me, though they never touched me. And sometimes Valentine would come and sit by the side of my bed and talk to me. He spoke to me the way that the dead souls in Hell spoke to Dante, telling him the truth of their lives because they thought he would never return to the world to betray them. I think he was just relieved to have someone to talk to, just as I had once spilled everything in my heart to Ragnor Fell.

“He told me how he had thought when he married me that we would face the world together, united against the Clave and the Accords. He told me that when Jonathan was born, he realized he had lost me, that I would hate him forever for what he had done. But a true warrior is ready to sacrifice everything, even his wife. Even his family. So Valentine believed. He was a modern Crusader and everything he did was for the sake of his cause. Deus volt, he said. Because God wills it.

“After the birth of Jonathan, Valentine had suspected I would refuse to have any more children. And this was a pity, he felt, because he had envisioned our children as an army of superior Shadowhunters — made that way by him. He knew he couldn't force me to have a child I didn't want, though, so he turned his attentions to Céline Herondale. She was young, dedicated, impressionable. When she became pregnant, he gave her mixtures to drink, as he had done to me, claiming they were potions made up by a warlock which would foster the health of her baby. She took the drugs, the powders, the potions he gave her, even let him inject her as if he were a doctor. She was utterly trusting.

“And then something happened which Valentine did not expect. In a raid on a vampire nest, Stephen was killed. And Céline — impressionable, emotional, easily swayed Céline — drank a flask of poison and died. The Herondales swooped in, burned Stephen’s body and buried Céline in a mausoleum just outside the Bone City — no suicide can be buried inside its walls.

“You would think that would have been the end of that. But Valentine knew that what he had done had changed the child inside Céline and he had to know how. So Valentine took Hodge and went to the Bone City himself, in the dead of night. He went into the Herondale’s mausoleum and broke open Céline’s coffin. And then, using the sharp-edged blade of his kindjal, he cut her open and took the still-living baby from her dead body.

“Any other child would have died when its mother died. But Valentine had been giving Céline regular doses of Ithuriel’s blood. The blood of Heaven, pure and concentrated, and due to its effect, by some miracle, the infant was still alive.

“He brought the child back to our house that night, the night that a baby’s crying woke me from sleep and I went down to find the angel bound in the Wayland’s wine cellar with the infant at its feet. By morning, Valentine had given the boy to Hodge with instructions to take him to Valentine’s own family home outside Brocelind, and to keep him healthy. Hodge as nursemaid! — but he did it, and reported back to Valentine that the child seemed to thrive.

“The Uprising came only a few months later. I have told you already of that terrible night. After Valentine slaughtered Michael Wayland and his son and left their bodies to burn along with the bodies of my parents in the ruins of our house, he took our Jonathan and fled to the house outside Broceliand.

“For a year he hid himself away there, cloaked in layers of misdirecting glamours, and raised the two children together — his own son and his lieutenant’s, the part-demon child and the other which was part-angel. But while the part-angel child developed like an ordinary baby, his own son, the demon child, grew at an unnatural pace. By the time he was two years old he was the size of a six-year-old human child, and had the strength of an adult man. And he hated his adoptive small brother. Several times he tried to kill him and the infant was saved only by Valentine’s intervention. Eventually Valentine knew that something would have to be done.

“He was eager to return to a more active life, to a location closer to the Glass City. To a place where he could meet with his old followers, men like Pangborn and Blackwell — to a place where he was no longer quite so much in hiding. He took on Michael Wayland’s identity and returned with Stephen Herondale’s son to the Wayland family manor.

“Why didn't he bring his own son with him, you might ask? Because his son now looked like a six-year old, and Valentine knew there was no way the boy would be convincing, ever, as the Waylands’ child — and it was very important to him that later, the boy be able to convince those who had known Michael that this was his son. And so he took Stephen Herondale’s fair-haired small son to the Wayland manor, and lived also with his own in the run-down house outside Brocelind.

“The infant had a name now — Michael Wayland’s son’s name. Jonathan Wayland. As it was too confusing to be raising two children with the same first name, Valentine began to call the child by a nickname.

HE CALLED HIM JACE . . .

Valentine y Luke

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare
CC's note: In the orginal first draft of Glass, after the Angel brings Jace back to life, Clary and Jace were met at the lakeside by Alec, Isabelle, Jocelyn and Luke, who have come from the battle to join them. This was changed because in the original draft there was no epilogue; so this was all the closure the characters had. I decided an epilogue was necessary to bring them more, and resolve some of what wasn't resolved -- Magnus and Alec, Jocelyn and Luke's relationships, for instance. The one thing I was a bit sad to lose was that in the first draft, Valentine had someone to be sorry that he died -- in the final version, besides Jace, there really isn't any mention of it.

There were figures racing down the beach toward them, their shadows made ungainly and long by the still-shining glow of the witchlight torches. Clary was glad for the torches now, glad if the glow made her and Jace easier to find. She recognized the running figures as they drew closer — her mother and Luke, and behind them Alec, and Isabelle. Her heart swelled hugely at the sight of them, as if it would crack her ribs apart. She felt as if she were bursting with relief.

It was Luke who reached them first, running along the sand as lightly as if he were still in wolf form. He saw Clary and Jace first and his face lit — and then his gaze went past them, and he saw Valentine, and his face changed.

Jocelyn was just behind him, and as she neared, Jace let go of Clary. She stood up, brushing sand from her clothes, just as her mother reached her and swept her into a hug. After her came Alec and Isabelle, full of exclamations and relief and — joy. They surrounded a shell-shocked-looking Jace, hugging him and shouting in his ears.

Only Luke was silent. Clary, her hand in her mother’s, turned to watch him. He had approached Valentine’s body and was looking down at it, his face a study in conflicting emotions — there was relief there, but also regret and even sorrow. In death, Valentine’s face had lost its hardness and for the first time Clary saw what her mother had once been drawn to about him, saw how he might have seemed gentle and even kind. As Luke knelt down beside his corpse, Clary couldn’t help but remember what he had said about having loved Valentine once, about having been his closest friend. Luke, she thought with a pang. Surely he couldn't be sad — or even grieved?

But then again, perhaps everyone should have someone to grieve for them, and there was no one else to grieve for Valentine.

Luke knelt where he was for a long moment. At last he reached out and with a gentle hand, closed Valentine's eyes.

"Ave atque vale, Shadowhunter," he said.

Carta de Jace

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare
The letter written to Clary by Jace in "City of Glass". The letter was included in special edition copies of "City of Fallen Angels"

Clary,

Despite everything, I can't bear the thought of this ring being lost forever, any more then I can bear the thought of leaving you forever. And though I have no choice about the one, at least I can choose about the other. I'm leaving you our family ring because you have as much right to it as I do.

I'm writing this watching the sun come up. You're asleep, dreams moving behind your restless eyelids. I wish I knew what you were thinking. I wish I could slip into your head and see the world the way you do. I wish I could see myself the way you do. But maybe I don't want to see that. Maybe it would make me feel even more than I already do that I'm perpetuating some kind of Great Lie on you, and I couldn't stand that.

I belong to you. You could do anything you wanted with me and I would let you. You could ask anything of me and I'd break myself trying to make you happy. My heart tells me this is the best and greatest feeling I have ever had. But my mind knows the difference between wanting what you cant have and wanting what you shouldn't want. and I shouldn't want you.

All night I've watched you sleeping, watched the moonlight come and go, casting it's shadows across your face in black and white. I've never seen anything more beautiful. I think of the life we could have had if things were different, a life where this night is not a singular event, separate from everything else that's real, but every night. But things aren't different, and I cant look at you without feeling like I've tricked you into loving me.

The truth no one is willing to say out loud is that no one has a shot against Valentine but me. I can get close to him like no one else can. I can pretend I want to join him and he'll believe me, up until that last moment where I end it all, one way or another. I have something of Sebastian's. I can track him to where my fathers hiding, and that's what I'm going to do. So I lied to you last night. I said I just wanted one night with you. But I want every night with you. And that's why I have to slip out of your window now, like a coward. Because if I had to tell you this to your face, I couldn't make myself go.

I don't blame you if you hate me, I wish you would. As long as I can still dream, I will dream of you.

- Jace.

Capitulo 13: Donde hay dolor 

Escena eliminada de Ciudad de Cristal del capítulo 13: Donde hay dolor, en la que Clary sueña sobre ángeles ensangrentados la noche antes que los demonios atacaran Idris y Hodge muriera. 

Clary flotaba en una fría oscuridad que lentamente se resolvió en una figura y una forma, la visión y la luz. Durante un largo momento pensó que tal vez estaba todavía en el sueño que Ithuriel le había dado, por que lo vio de pie frente a ella, en la superficie de un lago congelado de plata , era un ángel con las alas extendidas, las plumas de punta blanca como hueso de plata, su pelo se encrespaba como una tapa de oro, pero cuando el ángel se volvió, vio que era Jace.

Sus ojos estaban cerrados, su rostro demacrado y pensativo, como la expresión del ángel de piedra que protegía la ciudad silenciosa.

Quería correr hacia él, para preguntarle por qué se veía tan triste, pero su cuerpo no cooperaba. Sus pies se mantuvieron firmes, donde estaban, como cola con el hielo, aunque el anhelo que sentía era casi doloroso. Ella le gritó, pero su voz no emitió ningún sonido, ni siquiera un eco en la oscuridad llena de estrellas que se extendió hacia arriba de la superficie plateada del lago.

Cuando ella lo intentó de nuevo, Jace levantó la vista, su expresión de sorpresa, echando una mirada alrededor. Ella se alegró por un momento, ¿tal vez la había oído? - hasta que vio una difusa mancha roja de sangre sobre su pecho.

Ella gritó silenciosamente cuando se desplomó al suelo. De pié detrás de él, estaba la espada ensangrentada, fue otro ángel: éste con alas negras, negras como el humo y la oscuridad. Su cabello también era negro, al igual que su ropa. Tenía la cabeza inclinada, su rostro - oculto, pero había algo familiar en él, y luego levantó la cabeza y ella supo - y supo también por que no podía moverse, y que gritara no le hacía ningún bien, que nadie le oiría gritar otra vez, porque ya estaba muerta.

Escena original capitulo 13 

En Ciudad de Cristal, el enfrentamiento inicial en el Salón de los Acuerdos de después del ataque de los demonios primero fue entre Luke y Valentine, pero en la versión final fueron involucrados muchos otros personajes. Aquí está una mirada exclusiva a la escena original que formó parte del capítulo 13: Donde hay dolor.

"La Clave", dijo, "se resistía a creer que un hombre que dice odiar a los demonios tanto como lo haces realmente trafique con ellos. Pero yo lo sabía." Su voz se redujo, de manera que Clary se preguntó si los de la parte posterior de la sala, incluso podían oír. Parecía estar hablando puramente a Valentine. "Ves, yo te conozco, Valentine. Supe tus sueños y temores una vez. Los demonios nunca fueron tu peor pesadilla, ¿no? De hecho, estás agradecido por su existencia porque dan a los Nefilim una razón de ser. Sin ellos, serían normales. Mundanos. Y siempre fue tan importante para ti ser especial. Elegidos. Impulsados por un propósito más elevado. De aliarse a nosotros mismos", él mismo llamó, sonrió con ironía, y siguió -"de aliarse a sí mismos con los que cuanta de un orden inferior diluye su singularidad. ¿Qué son entonces? ¿Cómo te gusta, si los dioses se consideran por debajo de vosotros y comparten su poder y prestigio?"

"Pero nunca se puede compartir nuestro poder", dijo Valentine. "No sois como nosotros, hombre lobo. Los Nefilim protegen este mundo, pero las cosas de este mundo rechazan a los de tu tipo. Hay una razón para que plata limpia te queme, quema la luz del día a los hijos de la noche."

"Pero no me provoca quemaduras", dijo Simon con una voz muy fuerte, clara, a pesar de las garras de la mano de Clary en su muñeca. "Aquí estoy parado en la luz del sol". Pero Valentine solo rió.

"He visto como te ahogas con el nombre de Dios, vampiro" dijo. "En cuanto a por qué puedes estar parado a la luz del sol" - se interrumpió entonces y sonrió. "Eres una anomalía, tal vez. Un raro. Pero sigues siendo un monstruo". Un monstruo. Clary pensó de pronto en Valentine en el barco, lo que había dicho: Tu madre me dijo que había convertido a su primer hijo en un monstruo. Ella me dejó antes de que pudiera tener la oportunidad de hacer lo mismo con el segundo. - Jace. La idea de su nombre era un dolor agudo en el pecho, tan agudo que casi la hizo jadear. Después de lo que hizo, él está aquí hablando de monstruos. -

"El único monstruo aquí," dijo, a pesar de sí misma y a pesar de la resolución de guardar silencio, "eres tú. Vi a Ithuriel", dijo, cuando se volvió para mirarla con sorpresa. "Lo sé todo".

"Lo dudo", dijo Valentine. "Si es así, querrás mantener tu boca cerrada. Por el amor de tu hermano, o por el tuyo propio".

"Basta ya", dijo Luke. Clary vio el destello repentino de preocupación en sus ojos y sabía que la estaba cortado antes de que ella dijera algo que lamentaría. "Si Simon es una anomalía o no, el hecho de que puede caminar en la luz del día significa que hay más subterráneos de los que sabes, Valentine. ¿Crees que sabes donde cada pieza encaja en la jerarquía? ¿Qué fue lo que siempre decías? ¿Deus voltios? "¿Porque Dios lo quiere?" ¿Quién eres tú para pensar que conoces la voluntad de Dios?"

"Soy un cazador de sombras", dijo Valentine. "He hablado con los ángeles. La sangre de los ángeles corre por nuestras venas. Tú dices que piensas que eso equivale a un dios, sé que no lo soy".

"No", dijo Luke. "No lo eres. No eres más que un niño egoísta que no quiere compartir sus juguetes".

"No con animales" dijo Valentine. "Me acusas de pensar que soy mejor que tu, que somos mejor que los de tu clase". Acompañando la palabra "nosotros" con un gesto que incluyó a todos los cazadores en el salón. "Lo hago. Lo estamos. No somos dioses, pero nosotros somos sus guerreros elegido. Tu no quieres oírlo. Nunca te lo creerías. Pero es cierto, de todos modos". Se volvió a dirigirse a la multitud en silencio, mirándolos fijamente. 

Postales

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare y Cassie livejournal
Nota de Cassandra Clare: Esta es la historia corta contada por medio de las postales entre Magnus, Alec, Isabelle, Jace, Clary and Simon. Tiene lugar durante el viaje de Magnus y Alec, entre Ciudad de Cristal y Ciudad de los Ángeles Caídos.
Una historia contada en postales – entre Ciudad de Cristal y Ciudad de los Ángeles Caídos.

#1

Postal 1 (!)

¡Hola Chicos!

Desearía que estuvierais aquí, excepto que no en realidad. Nos los estamos pasando bien. Mirad esto - las pirámides.

- Alec y Magnus.

#2

Postal 2

Queridos Alec y Magnus,


Soy Izzy. Recibí vuestra postal. Me alegro de que os lo estáis pasando bien. Nada ha pasado aquí - la madre de Clary se va a casar con un hombre lobo. Creo que vosotros, chicos, deberíais casaros también. Estoy pensando en organizarlo. Me encanta organizar fiestas. 

- Isabelle.

#3

Postal 3

Creo que un tema otoñal estaría genial. 

-Magnus


¡ABORTA! ¡ABORTA!

Isabelle, ¿Te has vuelto loca?

-Alec.

#4

Postal 4

Queridos A & M,

He hablado con el manager del Beauty Bar porque definitivamente os veo casándoos contra un bonito telón de fondo rosa, pero él no piensa que podamos meter a más de cincuenta personas dentro y yo pensaba en unas trescientas. ¿Qué os parecería casaros en el parque? Podría ponerse frío, pero podríais llegar a la ceremonia con un carruaje de caballos. ¿Cómo os sentiríais con llevar coronar de boda?

-Isabelle.

#5

Postal 5

Querido Alec,

Como tu mejor amigo y parabatai, me siento ofendido por que no me hayas pedido ser tu padrino en la boda. Et tu, brutus.

- Jace.


Alec, él realmente se ha enfadado.

No se ha lavado el pelo en 3 días.

- Clary.

#6

Postal 6

Jace,

¡No hay ninguna boda! ¡Para a Isabelle! Siéntate encima de ella si tienes que hacerlo. Solo detenle de lo que sea que esté haciendo o no podré volver nunca a casa.

- Alec.

#7

Postal 7

Queridos Alec y Magnus,

Ya sé que no somos muy amigos, pero Isabelle acaba de pasarse por casa a dejar un esmoquin de terciopelo plisado naranja que ella dice que tendré que usar en vuestra boda. ¿Es verdad?, y si lo es, ¿Por qué naranja?

- Simon.

#8

Postal 8

Queridos Alec y Magnus,

Ésta es la primera de cinco postales. No te vuelvas loco ni nada, pero necesito que me enviéis $150.000 para cubrir los gastos de: 1) 2 coronas de diamantes. 2) 20 pavos reales. 3) 300 caramelos de chocolate con la forma de vuestras cabezas. 4) Mi vestido. 5) 500 libras de purpurina. 6) Un caballo blanco (más para venir en otras postales)

- Isabelle.

#9

Postal 9

Querida Isabelle,

Alec está a punto de tener un ataque de ansiedad. Si no desistes inmediatamente de planear mi boda con tu hermano, volveré a Manhattan y volaré el Instituto. Convertiré a Iglesia en una bestia de gato que alborotará las calles de Manhattan pisando mundanos. Y te haré gorda.

Con cariño,

Magnus.

#10

Postal 10

Queridos Alec y Magnus,

¿Cómo estáis? Todo va bien por aquí. Gracias por la postal con la foto de Taj Mahal. Es bonito. Veo que exageré un poco. Para compensaros, voy a redecorar el loft de Magnus gratis.

- Izzy.

Ciudad de los Ángeles Caídos

El acto de caer

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare
The alleyway kiss from Jace's perspective. This is available from Costco's special edition of City of Lost Souls.

“Because I can’t talk to you,” Jace said. “I can’t talk to you, I can’t be with you, I can’t even look at you.” —City of Fallen Angels

Jace will never forget the look on Clary’s face after he says it. Shock at first, blanching into pain.

He has hurt her before, never because he wanted to, though he had lashed out in his own blindness. The time she walked in on him kissing Aline and he said every awful thing he could think of as if the mere words themselves might have the power to make her disappear, to send her back where she was safe.

He has always cared more about whether she was safe than anything else. If he didn’t, none of this would be happening. Jace wonders if she can see it in his eyes, that terror, the shards of all those dozens of dreams in which he stabbed her or choked her or drowned her and looked down at his hands afterward, wet with her blood.

She backs up a step. There is something in her face, but it isn’t fear. It’s infinitely worse. She turns, almost tripping in her haste to get away, and rushes out of the club.

For a moment he stands and looks after her. This is exactly what he wanted, a part of his mind screams at him. To drive her away. To keep her safe, away from him.

But the rest of his mind is watching the door slam behind her and seeing the final ruin of all his dreams. It was one thing to push it to this point. It is another to let go forever. Because he knows Clary, and if she goes now, she will not ever come back.

Come back.

Somehow he is outside the club and the rain is pelting down like gunfire. He sees everything in a single sweep, the way he always has, the way he was trained to do. The white van at the curb, the slant of the street as it curves back toward Greenpoint, the dark opening of an alley behind the bar, and Clary at the corner, about to cross the street and walk out of his life forever.

She yanks her arm out of his when he reaches for her, but when he puts his hand against her back she lets him guide her into the alley. His hand slides across her back to her arm as she whirls to face him — and he can see everything around them again: the wet brick wall behind them, the barred windows, the discarded musical equipment soaking in puddles of rainwater.

And Clary is lifting her face, small and pale, her mascara running in glittery streaks beneath her eyes. Her hair looks dark, pasted to her head. She feels both fragile and dangerous in his grasp, a glass explosive.

She jerks her arm away from his. “If you’re planning to apologize, don’t bother. I don’t want to hear it.” He tries to protest, to tell her he only wanted to help Simon, but she is shaking her head, her words like stinging missiles: “And you couldn’t tell me? Couldn’t text me a single line letting me know where you were? Oh, wait. You couldn’t, because you still have my goddamned phone. Give it to me.”

He reaches to hand the phone back to her, but he is barely aware of his movements. He wants to say: No, no, no, I couldn’t tell you. I can’t tell you. I can’t say I’m afraid of hurting you even though I don’t want to. I can’t say I’m afraid of becoming my father. Your faith in me is the best thing in my life and I can’t bear to destroy it. “—Forgive me —”

Her face goes white, her lipstick bright against her stark skin. “I don’t even know what you think I’m supposed to forgive you for. Not loving me any more?”

She moves away from him and stumbles, blindly, and he can’t stop himself: he reaches for her. She is delicate and shivering in his arms and they are both soaking wet and he can’t stop. Her mouth is part-open, and he brings his own lips down against hers, tasting lipstick and sweet ginger and Clary.

I love you. He can’t say it, so he tries to tell her with the pressure of his lips and his body and his hands. I love you, I love you. His hands are around her waist, lifting her, and he had forgotten: she isn't fragile; she is strong. Her fingers are digging into his shoulders, her mouth fierce against his, and his heart is pounding like it’s trying to get free of his body as he sets her down on a broken speaker.

Stop, his mind is telling him. Stop, stop, stop. He forces his hands away from her and places them on the wall, on either side of her head. Only that brings his body closer to hers, and that is a mistake. He can see the pulse slamming in her throat; her lipstick is gone and he can’t look away from the carnation-pink of her mouth, flushed from kissing, as she breathes: “Why can’t you talk to me? Why can’t you look at me?”

His heart is pounding as if it wants to leave his body and take up independent residence somewhere else. “Because I love you.”

It is the truth, and an inadequate truth at that, but he feels it punch through him with the force of a lie. Her face softens, her eyes widening. Her hands are against him, small and delicate and careful, and he leans into her, breathing the scent of her under the smell of rainwater. “I don’t care,” he hears himself say. “I’m sick of trying to pretend I can live without you. Don’t you understand that? Can’t you see it’s killing me?”

He is drowning, and it is too late. He reaches for her like an addict reaching hopelessly for the drug he has sworn not to touch again, having decided it is better to burn up in one final blaze than live forever without it.

And the gray world blazes up around him with color as they come together, bodies slamming hard against the wall behind them. The water soaking her dress has made it as slick as motor oil under his fingers. He catches and pulls at her, desire reshaping their bodies with every touch. Her breathing is ragged in his ears, her eyelids half-closed and fluttering. He is touching her skin everywhere he can: her throat, the back of her neck, her collarbones hard under his fingertips, her arms, smooth and slippery. Her hands are on him, too, no shyer than his own, and every touch seems to burn away the rain and the cold.

She is gripping his shoulders when she raises her legs and wraps them around his waist, and he makes a noise he didn’t even know he could make. It is too late to go back now. His hands clench involuntarily, and he feels the fabric of her tights rip under his fingers, and he is touching her bare skin. And their kisses taste like rain. And if he wasn’t falling before, he is falling now.

He thinks of the Fall, of angels tumbling forever in fire, and Icarus, who had flown too close to the sun. He had thought of the agony of the fall, the terror of it, but never that it might be joyful. Lucifer had not wanted to fall, but neither had he wanted to serve, and as Jace gathered Clary close against him, closer than he had ever thought they could be, he wondered if it was only in the act of falling that one could be truly free.

Ciudad de las Almas Perdidas

Magnus y Alec

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare

Warlock law was very clear on this point: if you loved a mortal, all well and good, but it was not your place to interfere with their mortality. It took a long time to become used to such a law . . . usually until you realized that being immortal was less a gift than a burden.

Magnus dropped the snuffbox back onto the desk and picked up the phone, hitting the speed-dial button for Alec’s number. When Alec picked up he sounded both harried and hopeful: “Magnus? Have you found anything?”

“Nothing. I’m sorry.”

“Oh.” Crushing disappointment made Alec’s voice sound small.

“But I was thinking about parabatai,” said Magnus. “When parabatai are especially close, they can sense if the other is dead, or Changed, or —”

“I know,” said Alec. “I know that. I felt it — for that moment that Jace died, back in Idris. But this isn’t like that.” Magnus could picture him, eyes blue in his pale face, tugging at a snarled lock of his hair. Alec usually looked like he’d fallen out of bed and into a random pile of clothes, rather than as if he’d actually picked out an outfit, and since Jace had gone missing, he’d started to look like he’d stopped brushing his hair, too. “I just feel nothing.”

“Like really nothing? As in . . . nothingness?”

“Right . . .?” Alec sounded confused.

“That actually does give me some ideas,” said Magnus. “I’ll do everything I can to help, you know that, right, Alexander? Not because it’s the Clave, but because it’s you.”

“I know.” Alec was silent for a moment. “It’s good to hear your voice, even if you can’t help,” Alec added, and hung up abruptly.

Magnus placed the phone next to him and sat for a moment, still enough to hear himself breathing. I’m losing him, he thought. I don’t know how or why, but I know that I am.

Clary y Simon en la Corte Seelie

Fuente: Tumblr de mundiemoms
Deleted from Chapter 4.

This time, when Clary rang the bell, instead of finding themselves in the dark corridor before the Queen’s chamber, she and Simon landed in a dank, mildew-smelling cave, the walls trickling with cold water, the ground muddy and brown beneath their feet. Several passages led off what seemed to be the main chamber. As she turned, Clary’s boots slipped on the wet stone, and she caught Simon’s arm to steady herself.

He was glancing up, looking around at the walls of the cave, his dark eyes curious. He put a hand to the stone and took it away, showing her the way his palm was shining. “Look,” he said. “Phosphorescent moss.”`

“Faeries used to use it to make torches,” Clary said, remembering her Codex. “That, and trapped will-o-the-wisps in glass.”

“Come on.” Simon tugged her gently forward toward one of the darkened passages that tunneled into the wall.

“Do you know where you’re going?”

“When in doubt, head upward,” he said. “I learned that in Boy Scouts. Besides, I can see perfectly well in the dark.”

“So can I, if I make a night vision rune — oh!” Clary gasped, and they both came to a halt as Meliorn appeared before them, his white armor shining like witchlight in the dimness. There was an unpleasant expression in his pale eyes.

“So you have returned to our lands, human and liar,” he said to Clary. “You are either very brave or very stupid to desire to come before the Queen after the trick you attempted to play on her.”

“I wouldn’t say it was an attempt,” said Clary. “Last time I looked, it worked.”

“Yeah,” said Simon. Clary glanced sideways at him, and he shrugged. “Just backing you up.”

“What prevents me killing you here and taking the prize from you?” Meliorn inquired, emotionlessly.

“Two things,” Clary said, ticking them off on her fingers. “One, I don’t have it on me. He does.” She indicated Simon. “Good luck trying to kill him. Two, if you do, the Queen will never find out what I wanted, and you know she’s curious. If she wasn’t, she would have taken the whistle away from me, not let me keep it.”

Meliorn sighed. “You are the worst kind of stupid. The kind that thinks it is clever. Very well, little human Nephilim. Follow me. Perhaps, if you are lucky, the Queen will let you live.” He turned and stalked off down the passage.

“Remember when we thought faeries were little creatures who lived in toadstools and wore buttercup hats?” Clary looked over at Simon as they both began to follow the faerie knight. “Wasn’t that awesome?”

Simon grinned, a flash in the darkness, and squeezed her hand.

Fuente: Escena cortada dada al Tumblr de fuckyeahmortalinstruments por Cassandra Clare

Clary negó con la cabeza. -Hay más en la honestidad de... que en una disposición de las palabras. Dicen que las hadas no pueden mentir, pero mentir en sus intenciones, su actitud, su comportamiento - -¿Y los humanos no?.- La reina deslizó la mirada a través de Clary y Simon . -Este vampiro, este diurno, te  trae a todas partes - él es el único cuyo beso no te agrada, aquí en mi corte, ¿no? ¿Te preocupas por él en absoluto, o sólo es la marca de Dios sobre él lo que hace que le lleves contigo, como un escudo? Y tú,- añadió, volviéndose hacia Simon, -tú que la amabas, ahora le prestas tu poder nada despreciable para su proyecto de encontrar al que más ama? ¿Dónde está la ventaja para ti?- Simon se aclaró la garganta. -Tal vez esa es la diferencia entre mi especie y la suya,- dijo. -A veces hacemos cosas que no están a nuestro favor.- -Ah,- dijo la reina. -La estupidez, quieres decir.- -Yo no lo llamaría así.- Clary no podía dejar de estar impresionada .- la última vez que había estado aquí Simon se había sentido demasiado incómodo y fuera de su terreno por decirlo en pocas palabras, pero ahora lo estaba llevando muy bien. -Ahora, ¿quieres que la ______ o no? Tenemos asuntos que atender.- -"Podría tomarlo de ti,- dijo la reina. -La niña no será difícil de eliminar, y en cuanto a ti, diurno, aquellos que me sirven, me sirven con sus vidas. La fiebre del suicidio podría ser un gran inconveniente a pesar de su maldición.- Ella dejó sus ojos sobre él durante largo rato.  -Yo soy la hija adoptiva del miembro del consejo Lucian Graymark,- dijo Clary. -Estoy cerca de los Lightwoods en el Instituto. ¿Vale la pena ganarse su enfado y su ira sólo para vengarse de mi por engañarla? Además - siempre he oído que las hadas aprecian la inteligencia. Usted no quiere decir que no se puede apreciar un buen truco, incluso a su propia costa, ¿verdad?.- Clary vio por el estrechamiento de los ojos de la Reina que había jugado duro - tal vez demasiado - en el orgullo de mujer de hadas, pero un momento después, la Reina sonreía, y las criaturas de las paredes gritaron con admiración.  -Jugadora como su padre,- dijo, y Clary lo sintió como una patada en el estómago. -Muy bien, ¿Qué le gustaría de mí a cambio de los ______? Voy a decidir si su propuesta merece una negociación.-


Texto descartado del capitulo 7

Fuente: Cassie's LiveJournal

Maia was waiting for them in MacCarren Park, on one of the narrow paths dusted with the skeletons of fallen leaves. She wore a gray leather jacket and a soft pink hat, pulled down over her ears, from which her wildly curling hair escaped in a golden-brown halo. She waved tentatively as they neared her; the first words out of her mouth were:

“Did you hear about Luke?”

They all nodded — Simon had told Isabelle and Jordan what he knew on the L-train ride over — and she fell into step beside Jordan as they went through the park, a moving foursome. Jordan had his hands in his pockets and was talking quietly to Maia, werewolf to werewolf. Simon glanced at Isabelle, walking silently beside him.

Weak November sunlight had come out from behind the clouds and picked out reddish highlights in her hair. She smelled like his own apple shampoo and Shadowhunter. “So,” he said. “Do you want me to ask why you were passed out in my bed last night when I came home, or not?”

“I didn’t pass out in your bed,” she said, as they swung left on Manhattan Avenue. The G train stop was there, and a guy was leaning against the railing, picking out a tuneless song on a guitar. Across the street was a Thrifty store where you could still get ice cream cones for 50 cents. “I passed out in your living room and Jordan put me in your bedroom.”

“He did?”

“Well, if it wasn’t Jordan, someone broke into your house and put me in your bed. Personally I prefer the Jordan theory. Less creepy.”

“It’s not that, it — what were you doing, drunk, with Jordan? He doesn’t drink much.”

“I’d imagine not. He has awful taste in tequila.”

“Iz.” Simon put his hand on her wrist. “I only want to know why you came over.”

She turned her head away from him, her shining black hair slipping across her back. There was a small Mark on the lower left side of her throat, just above her collarbone. It looked vulnerable, somehow. Simon wanted to brush it with his fingertips, but kept his hands in his pockets. “Everything sucks,” she said. “I saw Helen and Aline last night. We had dinner. They’re just so happy, and I keep thinking —” She bit her lip. “My parents are getting divorced, I think,” she said. “Alec is happy but I never see him. Jace is [redacted-sorry guys!]. Max is dead. Clary—”

“I get it,” he said, gently. “You needed someone to talk to and you couldn't think of anyone else.”

“No!” Isabelle said, frustration clear in her voice. "I wanted to talk to you. I always — I mean, I like to talk to you. Even if things weren't like this, I would..." She looked at him, sidelong. “I mean, we did date.”

“But it wasn't — it was never serious,” Simon said awkwardly. “I didn't think you wanted . . .”

“Did you? Want it to be serious?” Isabelle asked. There was a certain stiffness in her voice — pride, Simon guessed. Isabelle wasn't the sort of girl who made the first move with guys. She wasn't the sort of girl who had to.

“Did you?”

Isabelle made an exasperated noise. “Look, I didn’t come by last night because you’re number six on some list and everyone else is unavailable. I came because — I like you. You make me feel better. Maybe it’s something about your face.”

“My face makes you feel better?” So she was saying he was reassuring, sweet, dependable, all of those things; things he knew Clary thought he was; things that hadn’t helped her look at him instead of Jace, not for five minutes. And Isabelle liked her guys dangerous, not . . . reassuring. Reassuring was for stuffed animals. How could you be a vampire and not be sexually threatening? He wasn’t sure, but somehow, he’d managed it.

He was saved more torturous conversation by their arrival at Magnus’ apartment, the lobby of which, as usual, smelled like a combination of cat pee and old pizza. Simon made his way up the stairs after Isabelle — remembering the first time he’d been here, crushed out on Izzy and secretly hoping to make Clary jealous, not that that had worked. Magnus’ apartment had been full of rainbow smoke and Downworlders; now, as they filed in, it was quiet and full of late morning sunlight.

Magnus, Jocelyn and Alec were seated around a long rectangular table. Magnus was clutching a cup of coffee, wearing a dark green jumpsuit with yellow racing stripes, his dark hair an unruly mass of bed-head. Alec looked like . . . Alec. He raised his eyebrows at his sister as she came into the room, but didn’t seem inclined to kill either her, or Simon.

But Jocelyn looked at Simon with eyes as piercing as nails. “Where’s Clary?” she said, tightly.

Clary y Jace

Fuente: Cassie en Tumblr

Jace set what he was holding down on the windowsill and reached out to her. She came to lean against him, and his hand slid up under her t-shirt and rested caressingly, possessively, on the small of her back. He bent to kiss her, gently at first, but the gentleness went quickly and soon she was pressed up against the glass of the window, his hands at the hem of her shirt — his shirt —

“Jace.” She moved a little bit away. “I’m pretty sure people down there in the street can see us.”

“We could …” He gestured toward the bed. “Move…over there.”

She grinned. “You said that like it took you a while to come up with the idea.”

When he spoke, his voice was muffled against her neck. “What can I say, you make my thought processes slow down. Now I know what it’s like to be a normal person.”

“How … is it?” The things he was doing with his hands under the t-shirt were distracting.

“Terrible. I’m already way behind on my quota of witty comments for the day. ”

Clary y Sebastian

Fuente: Cassie en Tumblr

Los esfuerzos de Clary casi no sirvieron de nada cuando ella levantó la vista y vió a Sebastian , apoyado contra la pared opuesta del pasillo, de brazos cruzados, mirando a ella. Se sintió inmediatamente consciente de lo que llevaba puesto. El mismo vestido que había llevado al club , pero sin sus botas, su chaqueta y lo más importante, sin el bullicio que había estado escuchando la noche anterior, ella se sentía desprotegida, vulnerable. "¿Quién me quitó los zapatos?" "¿Eso es lo que quieres saber?" Sebastián miró incrédulo. "Te desmayas en un club y te despiertas cubierta de sangre y ¿quieres saber dónde están sus zapatos?"

Simon, Jordan e Izzy

Fuente: Tumblr de Cassandra Clare

I’m in.

Clary’s words rang in Simon’s head, clear as a bell, the moment he opened his eyes. He was lying in the bed in Magnus’ spare room, sheets thrown off, barefoot; Isabelle was gone. He sat up, rubbing his temples, and thought back at her:

In where?

Simon? Her voice was faint, fading, as if she were walking away from him. He sat up.

Clary?

There was no response. He lurched to his feet, his mouth dry.

Clary!

The word echoed inside his head like a bell rung in an empty room. Swearing, he pulled off his clothes, threw on new jeans and a sweater, and went out into the living room to look for his messenger bag. He felt a little sick, as if he might throw up. Clary had called out to him, but he couldn’t reach her back; what if he could never reach her back? What if she was dead or lost or the goddamn rings just didn’t work?

Jordan was lying on the futon in jeans and a green shirt, a mug of coffee balanced on his stomach. He turned his head, dark hair spilling into his eyes, as Simon came in. “Your phone’s been ringing all morning.”

Simon grabbed for his messenger bag, hanging on a peg on the wall. “Who was it?”

“I don’t know. Didn’t check. It’s your phone. You get a lot of calls, man.”

Simon forebore from pointing out that they didn’t have a land line, so everyone who knew him had to call his mobile. He fished the phone out and stared at the number. An unrecognizable 718 prefix; someone in Brooklyn. He looked at Jordan. “Did — have you seen Isabelle?”

A small smile played around Jordan’s mouth. “She’s taking a shower.” Simon glanced toward the bathroom door, which was closed. Isabelle —Clary — it was all way too much. The sort of thing that would make you want to take a deep, steadying breath, if you breathed. Instead he flipped his phone open and dialed; it picked up on the first ring. “Hello?”

Simon estaba asombrado. "Magnus?"

Risas entre dientes. "Hola Diurno"

"No te ofendas, pero realmente nunca antes te imagine llamándome."

"Difícilmente es una llamada social" Había un ruido en el fondo; un murmullo de voces. "Simon, has-"

"No, quiero decir no te imaginaba usando el teléfono. Más bien- apareciendo en una explosión de diamantina."

“Have you seen Clary?” Magnus said, firmly. “I’ll address the glitter issue later. But Jocelyn is here with Brother Zachariah, and —” he lowered his voice — “Clary’s not in her room.”

Simon gave up and took a deep breath anyway, just out of reflex. “No,” he said. “No, she wouldn’t be.”

“But you do know where she is?”

Simon squeezed his eyes shut. “Yeah.”

There was a pause. “I think you better get over here.”

"Do you want me to bring Isabelle?"

"Isabelle’s there?" Magnus managed to sound dryly amused, despite everything.

"She — she, ah, spent the night."

"Alec will be delighted to hear that. Perhaps we can have a contest to see whether he or Jocelyn kills you first." Magnus chortled. “Have you told Jordan about Luke yet?”

“No.” Simon opened his eyes; Jordan was still lying on the futon, engrossed in a fat science fiction novel. “Should I?”

“He should know. He’s Praetor Lupus and this is a big deal for the Moon’s Children. In fact, bring him along. Bring all your little friends along. You’ll need them!” With which cheerful pronouncement, Magnus clicked off. Jordan sat up, setting his book aside. “What was that about telling me —”

He broke off, his eyes widening. The bathroom door had opened, and on a cloud of steam out came Isabelle, her hair like a wet black river down her back. She was wrapped in a red towel that just hit the tops of her thighs and her legs looked miles long. Both boys stared at her.

“I am so hungover,” she announced, flipped her hair over one shoulder, and stalked off toward Simon’s bedroom. Simon looked over at Jordan, whose eyebrows had risen up to his hairline.

Magnus y Jocelyn

Fuente: Cassandra Clare Twitter

“He is a Shadowhunter,” said Jocelyn. “His loyalty will be to Clave and Covenant.”

“He’s my friend,” said Magnus coldly. “His loyalty is to me.”

Una pregunta de poder

Fuente: Sitio web de Cassandra Clare
Alec y Camille hablan sobre Magnus y su father.

“Cuéntame más” dijo Alec, yendo de un lado a otro por el suelo de cemento de la abandonada estación de metro en el City Hall. “Necesito saber.”

Camille miró al chico en frente de ella. Estaba reclinada en el diván escarlata con el que había amueblado el pequeño espacio; tenía una manta suave de terciopelo, aunque estaba deteriorada en algunas partes. No era el mejor mueble que había tenido; y, por supuesto, una estación de tránsito debajo de Manhattan difícilmente se comparaba con su estudio en París, su adosado en Ámsterdam o su gran casa solariega junto al río cerca de San Petersburgo que ahora tan solo percibe como un pequeño recuerdo.

“¿Saber más sobre qué?” le preguntó, aunque sabía perfectamente la respuesta.

“Sobre Magnus,” dijo Alec. Él sostenía una piedra de luz mágica en su mano, descuidadamente, como si hubiera olvidado que estaba ahí. Típico de los Nephilim, quienes daban por hecho sus poderes angelicales y la magia que corría por sus venas. La piedra echó su luz hacia arriba, dejando ver claramente los planos y los ángulos de la cara de Alec. “Él no hablará conmigo sobre su pasado, y no puedo soportarlo. No puedo soportar no saber.”

Ella le miró. Era pálido como la leche, sus ojos azules destacaban contra tanta piel blanca y la oscuridad de sus cabellos y pestañas. Sus piernas eran largas, su cuerpo delgado como una rama de sauce, pero fuerte: un chico muy guapo, incluso para ella, quien miraba a los seres humanos y veía mortalidad y putrefacción.

“Deberías tener que soportarlo,” le dijo ella, tratando de no dejar ver el aburrimiento con su voz. “Si Magnus aún no ha compartido sus secretos contigo, a lo mejor decide no hacerlo nunca. Así que tú puedes tenerle a él y a sus secretos o no tenerle del todo.”

Alec se dio la vuelta. “Pero él compartió sus secretos contigo.” Ella se encogió de hombros ligeramente. “Nos conocíamos el uno al otro por mucho tiempo. Yo tenía mucho tiempo para darle.” Sonrió, sintiendo el afilado roce de sus colmillos contra su labio inferior. Tenía hambre. Pensó en el chico, el pulso en su cuello que latía más rápido de lo que él hablaba, la abertura de sus ojos. Se preguntó si lloraría. Las lágrimas de los humanos eran saladas, como su sangre. Pero él no lloró. Su expresión se endureció, y ella vio una chispa de sus ancestros en la unión de su mandíbula. “¿Quién es su padre?”

Camille volvió a reposar su cabeza en el diván. “¿Y por qué debería decírtelo?”

“Porque quieres que mate a Raphael,” dijo él. “Y porque podría hacerte la vida muy desagradable, si quisiera.” Elevó la luz mágica, y sus blancos y fríos rayos se extendieron por la habitación. Así que sí la recordaba, después de todo.

Ella se incorporó, echando su pelo hacia atrás. “Esta es la última vez, Alexander. Después de esto, no diré una palabra más hasta que vengas con la sangre de Raphael en tus manos y su corazón atravesado en una cadena para que yo la lleve.”

Alec tragó saliva. “Dime. Dónde nació. Quién es su padre.”

“Tú lo llamarías Indonesia,” dijo Camille, “pero para nosotros eran las Indias Orientales. La madre de Magnus era mestiza – de padre blanco y madre indonesia. Su padre era un Príncipe del Infierno. ¿Conoces a los Príncipes del Infierno, chico ángel?”

La pálida piel de Alec palideció aún más. “Claro que los conozco,” le dijo, rígidamente. “Soy un Cazador de Sombras. Pero ellos son… míticos. Los más grandes ángeles del Cielo se convirtieron en los grandes Príncipes del Infierno. Y el más grande de todos ellos es… Lucifer.” Él retuvo un suspiro. “No estarás diciendo…”

Camille estalló en una carcajada. “¿Qué el padre de Magnus es el Portador de la Luz? ¿La Estrella Matutina? ¡Claro que no!”

“Pero es un Príncipe del Infierno.”

“Tendrás que preguntarle eso a Magnus por ti mismo,” dijo Camille, jugando con una borla en el extremo del brazo del sofá.

“A lo mejor él nunca quiso decírtelo,” dijo Alec. “¿Te amaba lo suficiente para decírtelo? ¿Tú lo amabas?”

“Él me amó,” dijo Camille, convencida. “Yo no a él no. Le tenía cariño. Pero nunca le amé. No de esa forma.” Ella se removió irritada. “Me he cansado de contarte cosas, pequeño Cazador de Sombras, especialmente cuando tú me has servido para tan poco.”

Las mejillas de Alec se enrojecieron. Camille podría decir, por la tensión en su delgado cuerpo, que estaba reteniendo tanto ira como vergüenza: él la necesitaba, pensó con satisfacción, la necesitaba para satisfacer la curiosidad que le consumía, alimentada por el miedo. Su necesidad de ella era como la sangre.

“Una última cosa,” le dijo él, en voz baja. “Una última cosa, y te dejaré en paz.” Ella levantó sus cejas.

“¿Soy diferente?, le preguntó. “¿Hay algo en la forma en que me ama que es diferente de las formas en las que ha amado antes?”

Ella dejó que sus labios se curvaran en una pequeña sonrisa. “La respuesta a esa pregunta, Alexander, te costará.”

“¿Me costará qué? ¿Qué más?”

Había dolor en su voz.

“Sangre,” respondió ella.

Un largo silencio se instauró entre ellos. Finalmente, en un tono incrédulo, le preguntó: “¿Quieres beber de mi sangre?”

Ella rio entre dientes. “¿Sabes cuánto tiempo ha pasado desde que bebí d un humano dispuesto? Y la sangre de Cazador de Sombras tiene una calidad especial. No todos vosotros sois como tu Jace, por supuesto, portando la luz del día en vuestras venas. Pero, aun así, tiene una calidad especial.”

El rubor en las mejillas de Alec se intensificó. La miró fijamente, mientras ella volvía a tumbarse sobre el terciopelo, entrecerrando sus ojos. Ella sabía que su belleza podía no calentar ni seducir al chico, pero eso no importaba. La belleza era poder, pero existían otros tipos de poder.

A esa distancia de Alec, ella podía percibir su aroma: perfume de sándalo, frío de invierno, el sabor salado del miedo humano. Y eran humanos, los Cazadores de Sombras. Ante todo, todavía humanos, presos de las emociones humanas, las debilidades humanas, los miedos humanos, de todo por lo que creían que eran especiales.

“Muy bien,” dijo él. “Sólo por esta vez.”

Ella le miró a través de sus ojos entrecerrados que ocultaban su triunfo, el ligero temblor en sus dedos cuando él alcanzó el botón que sujetó el puño de la camisa en su muñeca izquierda y lo abrió, ofreciéndole su piel desnuda y desprotegida.

Clary, Jace y Seb

Fuente: Cassie en Tumblr
A present from Cassie for trending #weareshadowhunters.

Clary was in Jace's room when he and Sebastian returned to the house. She had found very little during her search. There was nothing in Sebastian's room that could be considered interesting except some books written in Latin, and her Latin wasn’t good enough to read them. There were pages that looked like they were torn from old guidebooks, illustrated with black and white pen sketches, pinned to the walls, but there seemed no connection between them. In the fireplaces were chunks of ash that looked like the remains of burned photographs, but they crumbled away when she tried to pick them up.

Jace's room was next, neat as a pin, containing almost nothing of his belongings. There were weapons, but she didn't recognize them, or the books on the shelves either. His closet was filled with clothes, but like the clothes in the master bedroom, they were largely new: he must have bought them in the past week or so, since price tags still hung from several of them. They were not what she thought of as Jace's style. He had always dressed simply — things that were plain, solid colors, clothes that fit well but didn't catch attention. He was gorgeous enough that it didn't matter, she had always thought; he looked amazing in just jeans and a t-shirt. And he had plenty of those in his closet now, but the shirts had designer labels, the coats and jackets were Burberry and Hugo Boss and Dolce & Gabbana.

Like the clothes in Sebastian’s closet.

Like the expensive clothing Valentine had always worn.

She closed the closet door and sat down on Jace's bed, telling herself she was being stupid. Designer clothes were nothing to get worked up about. There were other things in the room that spoke of the Jace she had always known — the neatness, the arranging his weapons on top of his dresser in order of size, the books on the nightstand. He always used a thin dagger as a bookmark; that hadn't changed. The photo of the two of them, stuck to the wall. Even the citrusy soap in his bathroom was the same soap he always used —

She heard steps on the staircase, voices. Sebastian’s rose: "Where is she?"

She barely had time to switch off the light, fling herself down on the bed and curl up with her head on the pillow when the door opened. Jace stood there framed in the hallway glow, Sebastian behind him. She raised herself up on her elbow, blinking sleepily at them despite the racing of her heart. “Did you guys just get back?”

Jace gave Sebastian a look — a look that said clearly: I told you she’d be here. “Didn’t you hear us come upstairs?”

She shook her head. “Sorry, I got tired. I think I’m still exhausted from staying up till dawn the other night.” She looked at Jace demurely. “I was feeling a little lonely, so I thought if I curled up in your bed …”

Do I sound like I mean it? His face had relaxed, but Sebastian was looking at her as if his gaze could piece through her like clear glass, and he was amused at what he saw.

She sat up, shaking her hair back, and reached for the lamp on the nightstand. “Don’t —” Jace began, but she had already flipped it on.

She stiffened. The two boys looked down at her, Jace with some concern and Sebastian with his usual quirky edge of half-amusement. His dark eyes met hers with the message they always held, the one she tried not to read: We know, you and I. We know the truth.

But none of that was what had made her stiffen. It was that both of them were was splattered with blood — there was a smear of it across Jace’s cheek, staining his sleeves, and a rent in his shirt, its edges dark and stiff with dried blood, though the skin underneath was unmarked. Sebastian, though — Sebastian had blood even in his white-silver hair, and on his clothes, and on his hands so thick it looked as if he were wearing red gloves. The silver bracelet he wore around the wrist where his hand had regenerated was spotted with red.

Clary heard her own voice as if from very far away. “What happened?”

“We ran into a little trouble,” Sebastian said. “Nothing we couldn’t handle.” He tilted his head to the side. “You look as pale as a ghost, little sis. Don’t tell me you haven’t seen worse. We’re Shadowhunters. This is what we do.”

“Of course.” Clary spoke mechanically. “I just wouldn’t want you to get hurt.”

“Then you’ve nothing to worry about. Most of this isn’t either of our blood.”

She swallowed against her dry throat. “So whose is it?”

Extended DSCS

Fuente: Cassie's LiveJournal - sitio TMI
CC's note: Now keep in mind a version of this does still exist in the books, but it is much less... well. You'll see. I wrote this in Mexico, probably having had too much mezcal, and I was trying to capture a mood of really dark, tipping over the edge sensuality, doing things that are probably a bad idea, you get the picture.

“What’s going on?” It was Jace, having fought his way free of the pack of dancers. More of the shimmering stuff had gotten on him, silver drops clinging to the gold of his hair. “Clary?”

“Sorry,” she said, getting to her feet. “I got lost in the crowd.”

“I noticed,” he said. “One second I was dancing with you, and the next you were gone and a very persistent werewolf was trying to get the buttons on my jeans undone.” He took Clary’s hand, lightly ringing her wrist with his fingers. “Do you want to go home? Or dance some more?”

“Dance some more,” she said, breathlessly. “Is that all right?”

“Go ahead.” Sebastian leaned back, his hands braced behind him on the fountain’s edge, his smile like the edge of a straight razor. “I don’t mind watching.”

Something flashed across Clary’s vision: the memory of a bloody handprint. It was gone as soon as it had come and she frowned. The night was too beautiful to think of ugly things. She looked back at her brother only for a moment before she let Jace lead her back through the crowd to its edge, near the shadows, where the press of bodies was lighter. Another ball of colored light burst above their heads as they went, scattering silver, and she tipped her head up, catching the salt-sweet drops on her tongue.

Jace stopped and swung her toward him. She could feel the silver liquid trickling down her face like tears. He pulled her against him and kissed them, as if he were kissing tears away, and his lips were warm on her face and made her shiver. She reached for the zip on his army jacket, ripped it down, slid her hands inside and over the cotton of his shirt, then under the hem, her nails scratching lightly over his ribs. He stopped and cupped the back of her neck with his hand, leaning to whisper in her ear. Neither of them could be said to be dancing any more: the hypnotic music went on around them, but Clary barely noticed it. A couple dancing past laughed and made a derisive comment in Czech: she couldn't understand it, but suspected the gist was get a room.

Jace made an impatient noise and then he was pulling her after him again, through the last of the crowd and into one of the shadowy alcoves that lined the walls.

This alcove was conical, with a low stone pedestal in the center on which an angel statue, about three feet tall, stood. It was made of black basalt, but its eyes were glass, like doll eyes, and its wings were silver. The floor was slippery and damp. They skidded across it to fetch up against a wall, Jace with his back to it, and then he was kissing her, bruising hard and hungry kisses. He tasted salt-sweet, too, and moaned as she licked the taste off his lips. Her hands threaded through his hair. It was dark in the alcove, so dark Jace was just an outline of shadows and gold. She gripped the edges of his jacket, pushing it off his shoulders; it fell to the ground and he kicked it away. Her hands came up under his shirt, clawing at his back, fingers digging into the skin there, softness layered over hard muscle.

He kissed her harder and she clutched his shoulders as he sucked her bottom lip into his mouth and bit down on it, sending a shock of pleasure mixed with pain through her body. She squirmed to get closer to him and felt his breath quicken; she could taste blood in her mouth, salt and hot. It was as if they wanted to cut each other apart, she thought, to climb inside each other and breathe each other’s breath and share each other’s heartbeats, even if it killed them both. There was blood under her nails where she had clawed his back.

Jace pressed her forward, spinning them both around so she was pinned between his body and the wall. As they turned, he caught the edge of the angel statue, toppling it to the ground and shattering apart in a cloud of marble dust. He laughed and dropped to the ground in front of her on his knees among the remnants of broken statuary. She stared down at him in a daze as he ran his hands up her boots, to her bare legs, to the lace that edged the bottom of her slip dress. She sucked in her breath, as his hands slipped like water up and over the silk, to her waist, to grip her hips, leaving streaks of silver on the silk.

“What are you doing?” she whispered. “Jace?”

He looked up at her. The peculiar light in the club turned his eyes an array of fractured colors. His smile was wicked. “You can tell me to stop whenever you want,” he said. “But you won’t.”

“Jace…” His hands bunched in the silk of her dress, dragging the hem up, and he bent to kiss her legs, the bare skin where her boots ended, her knees (who knew knees could be so sensitive?) and farther up, where no one had ever kissed her before. The kisses were light, and even as her body tensed that she wanted to tell him she needed more, but didn’t know what, didn’t know what she needed exactly, but it didn’t matter because he seemed to know it. She let her head fall back against the wall, half-closing her eyes, hearing only her heartbeat like a drum in her ears, louder and louder still.

Carta de Stephen Herondale

Artículo principal: Carta de Stephen Herondale a Jace Herondale
Fuente: Blog de Radiant Shadows
Una carta de Stephen Herondale a su hijo, escrita antes de su muerte. Disponible con la edición especial de Ciudad de las Almas Perdidas de Barnes & Noble
Para mi hijo,
Si estás leyendo esta carta, es que estoy muerto.
Espero morir, si no hoy, entonces pronto. Sé que Valentine me matará. Por toda su charla sobre quererme, por todo su deseo de tener una mano derecha, él sabe que tengo dudas. Y él es un hombre que no puede admitir dudas.
No sé cómo vas a ser criado. No sé lo que te dirán de mí. Nunca sabré quién te dio esta carta. Se la encomiendo a Amatis, pero no puedo ver qué es lo que depara el futuro. Todo lo que sé es que esta es mi oportunidad de contarte algo sobre el hombre a quien es posible que odies.
Hay tres cosas que deberías saber sobre mí. La primera es que he sido un cobarde. Durante mi vida he tomado malas decisiones, porque eran fáciles, porque pensaba en mí mismo, porque tenía miedo.
Al principio creí en la causa de Valentine. Le di la espalda a mi familia y me uní al Círculo porque me creía mejor que los subterráneos, la Clave y mis agobiantes padres. Mi odio hacia ellos fue una herramienta que Valentine dirigió hacia su voluntad y nos cambió a muchos de nosotros. Cuando él apartó a Lucian yo no lo cuestioné, sino que gustosamente tomé su puesto para mí. Cuando él me pidió que dejara a Amatis, la mujer a la que amo, y me casara con Céline, una chica a la que no conocía, yo hice lo que me pidió, para mi eterna vergüenza.
No puedo imaginarme qué estarás pensando ahora, sabiendo que la chica de la que hablo era tu madre. La segunda cosa que debes saber es esta: no culpes a Céline por nada de esto, hagas lo que hagas. No fue su culpa, sino la mía. Tu madre era una inocente de una familia que la maltrataba: ella solo quería amabilidad, para sentirse segura y querida. Y aunque mi corazón ya había sido entregado, la quise, a mi manera, así como en mi corazón le fui fiel a Amatis. Non sum qualis eram bonae sub regno Cynarae. Me pregunto si amas el latín como yo lo hago, y la poesía. Me pregunto quién te lo habrá enseñado.
La tercera cosa y la más difícil que debes saber de mí es que estaba preparado para odiarte. Un hijo mío y de la joven novia a la que apenas conocía, parecías ser la culminación de todas las malas decisiones que había tomado, todos los pequeños compromisos que llevaron a mi disolución. Aún mientras crecías dentro de mi mente, mientras crecías en el mundo, un inocente sin culpa, empecé a darme cuenta de que no te odiaba. Está en la naturaleza de los padres verse a sí mismos en sus hijos, y era a mí a quien odiaba, no a ti.
Solo hay una cosa que quiero de ti, hijo mío – una cosa de ti y sobre ti. Quiero que seas mejor hombre de lo que yo lo he sido. No dejes que nadie más te diga quién eres o quién debes ser. Ama donde quieras. Piensa como quieras. Toma tu libertad como un derecho.
No te pido que salves el mundo, mi chico, mi hijo, el único hijo que alguna vez tendré. Solo te pido que seas feliz.
Stephen

Clace en el capítulo 7

Fuente: Cassandra Clare en Tumblr
A deleted/rewritten Clace scene from City of Lost Souls.

Clary didn’t know how long she’d been sitting on Luke’s front steps when the sun began to come up. It rose behind his house, the sky turning a dark pinkish-rose, the river a strip of steely blue. She was shivering — had been shivering so long that her whole body seemed to have contracted into a single hard shudder of cold. She had used two warming runes, but they hadn’t helped; she had a feeling the shivering was psychological as much as anything else. Would he come? If he was still as much Jace inside as she thought he was, he would; when he said he would come back for her, he would have meant as soon as possible. Jace was impatient. And he didn’t play games.

But there was only so long she could wait. Eventually Magnus would wake up, and look for her; her mother would return from the Iron Fortress with Brother Zachariah. She would have to give up on Jace, for at least another day, if not longer.

She shut her eyes against the brightness of the sunrise, resting her elbows on the step above her. For just a moment, she let herself float in the fantasy that everything was as it had been, that nothing had changed, that she would meet Jace this afternoon for practice, or that night for dinner, and he would hold her and make her laugh the way he always did. Warm tendrils of sunlight touched her face. Reluctantly, her eyes fluttered open.

And he was there, walking toward her up the steps, soundless as a cat as always. He wore boots, black pants, a dark blue sweater that made his hair look like sunlight. She sat up straight, her heart pounding. The brilliant sunshine seemed to outline him in light, and his eyes shone like polished shields. She thought of that night in Idris, watching the fireworks, how they had streaked across the sky and she had thought of angels, falling in fire.

He reached her and held his hands out; she took them, and let him pull her to her feet. His pale gold eyes searched her face. “I want you with me,” he said. “But I want it to be your choice. Once we go, there’s no coming back.”

“And if I say no?” she said, in a whisper.

“Then I’ll come back and ask you again later. And again after that. But it’ll always be your choice.”

“I love you,” she said. “There never has been, never will be anyone for me but you.”

He shook his head. “Love is too small a word,” he said. “You’re in my bones and my blood and my heart. I’d have to tear myself open to let you go, and even then …” He pulled her against him, against his heart. “Come with me, Clary. Come with me.”

“I hate the idea of living without you,” she said, and thought, and now the lying begins. “I want to come with you. I don’t care where we go, or what you’re doing, or about anything but being with you.”

He smiled, brilliant as the sun coming out from behind the clouds. “You’re sure?”

“I’m sure.”

He leaned forward and kissed her. Reaching up to hold him, she tasted something bitter on his lips; then darkness came down like a curtain signaling the end of of the act of a play.

Ciudad de Fuego Celestial

Boda

Fuente: City of Heavenly Fire; shared online by Cassandra Clare on Tumblr
This comes with the paperback UK edition of City of Heavenly Fire. This was drawn by Cassandra Jean.

Portal a Los Ángeles

Fuente: Ciudad del Fuego Celestial; compartida por Cassandra Clare en Tumblr
This is a deleted scene that was drawn into a mini-comic by Cassandra Jean and came with the special edition of City of Heavenly Fire from Target.

DSES director's cutEditar

Fuente: Cassandra Clare en Tumblr

…For a moment Jace just looked at her in astonishment, his lips parted slightly; Clary felt her cheeks flush. He was looking at her like she was the first star that had ever come out in the sky, a miracle painted across the face of the world that he could barely believe in. He swallowed. "Let me —" he said, and broke off. "Can I kiss you? Please?"

Instead of nodding, she leaned down to press her lips to his. If their first kiss in the water had been an explosion, this was a sun going supernova. A hard, hot, driving kiss, a nip at her lower lip and the clash of tongues and teeth, both of them pressing as hard as they could to get closer. They were glued together, skin and fabric, a heady mix of the chill of the water, the heat of their bodies, and the frictionless slide of damp skin.

Jace lifted her, dragging her up his body, and she felt him suck in his breath at the contact. His hands slid under her, grasping her thighs as he walked them both out of the lake. The cold air hit her body and she shuddered; Jace went down on his knees on the powdery sand beach, laying her gently atop the pile of their heaped clothes.

Clary stretched her body out, trying to line herself up with him, and saw his eyes darken as he watched her. Her wet underclothes clung to her body as Jace's clung to his. She let her eyes roam over him, taking in what was familiar and what wasn't: the flare of his shoulders, the curve of his waist, the scars on his skin … her gaze dipped lower …

He laughed, a low, dark rasp. "It's a little unfair," he said, breathlessly, "that you can tell how much I want this just by looking at me and I can’t tell the same thing about you." She shifted under him. Their bodies scraped together and his pulse jumped, his hands digging into the sand on either side of her. "Look at me," she said.

His eyes had been half-lidded; he opened them wide now, and stared at her. There was hunger in his, a hot devouring hunger that would have frightened her if it had been anyone else but Jace. But it was Jace, and she trusted him. "Look at me," she said, and his eyes raked her, adoring, devouring, swallowing, and her body felt as if burning liquid were surging through it everywhere his gaze touched. He dragged his eyes back up to her face: they fixed on her mouth. "I do want you," she said. "I always have." She kissed him, slow and hard. "I want to, if you do."

"If I want to?" There was a wild edge to his soft laugh. She could hear the soft rasp of sand between his fingers, saw the hesitation in his eyes, the concern for her, and she lifted herself up and wrapped her legs around his hips. He pressed his hot face into her throat, his breath ragged. "If you do that — I won’t be able to stop —"

"Don’t stop, I don’t want you to stop," she said, and tightened her grip on him, and with a growl he took her mouth again, hot and demanding, sucking her lower lip into his mouth, his tongue sliding against hers. She tasted him in her mouth, the salt of sweat and cave water. She had never been kissed like this before, even by Jace. His tongue explored her mouth before he moved down her throat: she felt wet heat at the hollow of her collarbone and almost screamed. She grabbed at him instead, running her hands all over his body, wildly free in the knowledge that she could touch him, as much as she liked, however she liked. She felt as if she were drawing him, her hands mapping his shape, the slope of his back, flat stomach, the indentations above his hips, the muscles in his arms. As if, like a painting, he were coming to life under her hands.

When his hands slid underneath her bra to cup her breasts, she gasped at the sensation, then nodded at him when he froze, his eyes questioning. Go on. He unsnapped the front and the bra fell open and for a moment he just froze, staring at her as if she shone like witchlight. Then he bent his head again and the feel of his mouth on her breasts did make her scream. She clapped a hand over her mouth, but he reached up and pried it away. "I want to hear you," he said, and it wasn't a demand, but a low, prayerful yearning. She nodded and buried her hands in his hair.

He kissed her shoulders and her breasts, her stomach, her hips; he kissed her everywhere while she gasped and moved against him in ways that made him moan and beg her to stop or it would all be over too soon. She laughed through her gasps, told him to go on, tried to hold herself still but it was impossible.

He stopped before removing each piece of clothing from either of them, asking her with eyes and words if he should keep going, and each time she nodded and said yes, go on, yes. And when finally there was nothing between them but skin, she stilled her hands, thinking that there was no way to ever be closer to another person than this, that to take another step would be like cracking open her chest and exposing her heart.

She felt Jace's muscles flex as he reached past her for something, and heard the crackle of foil. "Good thing I brought my wallet," he said, his voice unsteady.

Suddenly everything seemed very real; she felt a sudden flash of fear. "Wait," she whispered. He stilled. His free hand was cradling her head, his elbows dug deep into the sand on either side of her, keeping his weight off her body. All of him was tense and shaking, and the pupils of his eyes were wide, the iris just a rim of gold. "Is something wrong?"

Hearing Jace sound uncertain — she thought maybe her heart was cracking, shattering into pieces. "No," she whispered. "Just — kiss me," she pleaded, and he did, not moving to do anything else, just kissing her: hot languorous slow kisses that sped up as his heartbeat did, as the movement of their bodies quickened against each other. Each kiss was different, each rising higher and higher like a spark as a fire grew: quick soft kisses that told her he loved her, long slow worshipful kisses that said that he trusted her, playful light kisses that said that he still had hope, adoring kisses that said he had faith in her as he did in no one else. Clary abandoned herself to the kisses, the language of them, the wordless speech that passed between them. His hands were shaking, but they were quick and skilled on her body, light touches making her want more and more until she pushed and pulled at him, urging him against her with the mute appeal of fingers and lips and hands.

And even at the final moment, when she did flinch, she pressed him to go on, wrapping herself around him, not letting him go. "Jace," she whispered, and he bent his head to kiss her as he carefully, carefully started to move. She could see in the tension of his body, his grip on her shoulder, that he didn't want it to be over too quickly: he closed his eyes, his lips moving, silently shaping her name.

In the past days, weeks, her body had been torn by weapons, by shards of glass, flung through Portals, broken and bruised. Now she let all that fall away, let her body remind itself that it was also a thing that could give pleasure to her, and to the person she loved most in the world. "I love you," she said, her hands in his hair. "I love you."

She saw his eyes widen and something behind his expression crack. The last wall around his heart, the last piece of self-protection he’d held in place. It crumbled away into blazing light as he came undone against her, like sunlight bursting into a room that had been walled up for a long, long time. He buried his face in her neck, saying her name over and over before he collapsed against her shoulder. And when finally Clary closed her eyes she thought she saw the cavern blaze up in gold and white, wrapping them both in heavenly fire, the most beautiful thing she had ever seen.

Capitulo 23

Fuente: Cassandra Clare en Tumblr
I haven't got much in the way of substantive cut scenes from City of Heavenly Fire. Most things were rewritten rather than removed. But here's a bit of Sebastian's death scene that didn't make it in.

"Te perdonamos", dijo Jocelyn. Seguía llorando, en la misma terrible manera silenciosa, así como hacía cada año cuando sostenía la caja con sus iniciales y lloraba.

"No," dijo él. "No hay perdón por lo que hice. Sé donde arderé cuando muera."

"El cielo no perdona, pero las madres lo hacen," dijo Jocelyn. "Cuando eras un bebé dentro de mi, soñé en todo para ti. Que serías guapo y fuerte y bueno. Que te cantaría y te querría y cuidaría de ti." Agarró su mano con fuerza. "A lo mejor no en este mundo, pero en otro, creo que esto era la verdad."

"No me perdones," susurró él. "Ódiame. Regocíjate en mi muerte. Después de todo lo que he hecho, lo último que desearía sería traerte más dolor."

"Jonathan", susurró Clary.

Sus ojos se movieron hacia ella. "Y las hermanas," dijo él. "¿Perdonan las hermanas?"

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